El mago pocionista de Slytherin estuvo vigilando varios días a la joven con intención de tener las pruebas suficientes de infringir reglas, su objetivo era ridiculizar a la alumna delante de la directora así que se tomaba algunas horas a hacer apuntes junto con sus fechas y horas, de todas formas todo se grababa en su magnífica y presumida mente.
Todas las tardes cercanas al anochecer esa joven iba rápido a la cena y luego se salía rumbo a su campamento clandestino, tomaba el libro el cual siempre estaba entre sus ropas, ingresaba a su lugar de culto y empezaba a leer, a veces ella se atrevía a utilizar herramientas de poción que no se supone que estuvieran con ella sino sólo en el aula del mago, resguardado bajo llave. Como el extractor de veneno para peces y sapos o los pipetes de destilación.
Snape estaba muy sorprendido y la cólera lo invadía por no haberse dado cuenta, esa pequeña era una ladrona y él, un incapaz del control y la disciplina.
“¡Juro que le irá mal, miss Granger!” Pensaba el mago observando en una esquina quieto como un maniquí casi sin parpadear en el interior del campamento. Era invisible, un hechizo que muy pocos podían realizar a la perfección aunque se temía que ella al leer uno de sus libros perdidos en la sala de menesteres casi veinte años atrás, pudiera realizarlo mejor que él ¡Oh por Merlín eso es imposible! en poco, aunque la soberbia le hablaba en su mente.
“No vas a poder, Granger, me costó mucho trabajo, además de que era menor que tú.”
Se jactaba de ello ya que no le cabía que alguien fuera tan inteligente, no la creía tan buena bruja y le impresionaba cada vez que veía esas sonrisas de satisfacción, la niña lo dejaba estupefacto. Y con un: “Suerte de principiante, no tuve la práctica que tú tuviste ante Voldemort ¿O sí?”
Aquella noche mientras observaba sus movimientos en la poción, la joven cometió un grave error y él con ese afán de perfección quería darle una bofetada “¡Tonta, debes hacer algo pronto si no quieres morirte!” quería ir por ella y ayudar pero se mordió los labios mil veces mientras ella se debilitaba por tener el veneno de un pez esparcido encima de su rostro y cabello, algo terriblemente peligroso si entraba por nariz u boca.
Sudaba por la impotencia y la tremenda impertinencia, por tanta brutalidad y poco cuidado.
Entonces ella desmayó y él dejó de apretarse las manos apareciendo en el ambiente y pinchando su cabeza con un dedo, desesperado por jalarle los cabellos o cachetearla para intentar ver si ese era un mejor método de despertar a su estudiante.
-¡Bruja imprudente, ¿En qué estabas pensando?! -Le hincó la cabeza con su dedo índice hablándole como si estuviera despierta, él estaba desesperado así que sacó la poción de su bolsillo y le dio a beber.
Completamente a propósito dejó caer una bolsa de tela con ingredientes curativos, él esperaba que fuera suficientemente responsable y sabia para usarlos.
Pero no pudo con su genio.
“Artículo 37; los profesores están obligados a salvaguardar el bienestar de sus alumnos.” El pensamiento y moral repentino lo atacó. “Ahora tendré que perder tiempo viendo su despertar.” Se quedó unos minutos más.
Otra vez en el rincón, nada más le faltaban los caramelos o las palomitas de maíz en el espectáculo de una bella durmiente adolorida, siendo patética, dando mucha pena, tocándose la cabeza, y su propio auto llamarse “Tonta” una piedad inmerecida según él.
-Soy una tonta, debí conservar el veneno en el interior de la jeringa.
“Tú lo has dicho, Granger.” Respondió el mago cuando ella se despertó por completo y se puso de pie.
La estudiante se vio toda sucia por el líquido espeso, aquello le dio asco y pensó cambiarse de ropa ahí mismo, empezando por quitarse el suéter y desabotonar su camisa.
Pudo hacer magia pero esa niña parecía olvidarla.
Él al ver lo que pasaría se fue de inmediato para volver al día siguiente y el siguiente y el siguiente.
Algo muy dentro de él le decía, “Son buenos hechizos, son buenas pociones, estará bien que aprendan un poco de estas formas avanzadas.”
Era de esperarse,
de un momento a otro las clases de pociones se volvieron complicadas y peligrosas, le parecía injusto que una Gryffindor supiera más que todos los Slytherin o estuviera adelantada así que él en la práctica de saberse todo de memoria, empezaría a compartir lo mismo con los demás alumnos en clase de recuperación de año.
***
Llegó tantas veces para ver lo que la joven alumna hacía en escondite que no podía creerlo él mismo, intervino tantas veces en ayudar de forma increíble que su vigilar se había convertido en una obsesión para que las pociones fueran perfectas, una obsesión exagerada por ver el color de humo correspondiente o el hechizo de defensa en lo alto del cielo o a orillas del bosque,
un ingrediente distinto aparecía de la nada sobre la mesa y ella pensaba que se le olvidaba todo lo que podía conseguir en el jardín de plantas medicinales, empezaba a sospechar que era la intervención de algún elfo doméstico agradecido con ella, al fin y al cabo se llevaba bien con todos los de la cocina.
Hasta que él cometió un grave error.
Desaparecía y aparecía tantas veces que un día se le olvidó hacerse invisible, además de no revisar que el lugar esté desocupado.
La joven leía atenta dentro del espacio de descanso, acostada contra una columna de madera, su lectura era afanosa junto a apuntes y dibujos rápidos de movimientos, resultados o lugares, hasta que vio a través de las entradas de tela, una presencia alta de cabellos lacios y postura recta con caminar elegante, ¡Ay por Merlín, es el profesor Severus! Un golpe de miedo la invadió cuando el hombre caminó a la mesa para poner ingredientes entre otros que ya hacían ordenados.
Esa mesa era literal el centro de todo su lugar en culto por la magia.
No lo vio de frente sino que el rabillo de su ojo derecho lo siguió de principio a fin, cada movimiento cuidadoso para no hacer ruido.
“¡Es el profesor Snape, me ha descubierto!” pensó pero decidió ignorar que eso fuera real así que los siguientes días se concentró sólo en lo que seguía. Podía también tener, quizá alucinaciones por los ingredientes de la sección para pocionistas en el bosque prohibido, había estado metiendo las narices donde no debía, quizá eran las merecidas consecuencias a su trabajo extracurricular.
La profesora McGonagall podía castigarla por una semana pero el jefe de Slytherin con el odio por los Gryffindor conseguiría expulsarla.
Temor recorría sus venas.
“Tranquila, lo sabe y pronto te enfrentará y tú le reprocharás que es un pervertido.”
Los días siguieron su curso y no pasó nada más que mejorar sus múltiples hechizos avanzados bajo la luna y las perfectas pociones humeantes con olor a madera húmeda.
***
Las noches en las mazmorras eran intensas, el mago no dejaba de escribir los hechizos y las pociones para que en las siguientes clases haya mejoras, reduciendo o aumentando las cantidades.
Pero había algo más, tampoco podía olvidar el aroma del té que ella preparaba, se quedaba muy antojado de tomar un poco, al menos un sorbo para su desquite que era diario y en sus ratos de soledad.
Algo malo se llevaría de continuar con aquello, seguir a la estudiante, observarla, porque lo que comienza mal y permisivo termina mal y exclusivo.
El primer sueño que tuvo con ella y era de esperarse por tanto verla, fue de una pelea, la joven discutía con él en atrevimiento sobre una poción, la discusión fue tan fuerte que lo sacó de sus cabales explotando todo a su alrededor en el sueño, todos los calderos y recipientes de vidrio frente a sus demás alumnos.
El siguiente sueño era en la noche, él estaba satisfecho porque pudo atrapar a la joven ensayando una poción con un incauto niño de tercero. “¡Eso es abuso, Granger!” le dijo mil veces con enojo viendo cómo ella salía expulsada del castillo para siempre. Aquél sueño lo mantuvo de buen humor todo ese día hasta el anochecer, ya quería caerle encima a la joven, lo planeaba, deseaba una desgracia pronta a su favor.
Y cuando menos lo esperó, una noche distinta donde el viento extraño golpeaba fuerte a su cama, llegó un tercer sueño, tan lejano como una premonición y tan cercano como si ya hubiera pasado ya que sintió más de lo esperado.
Él la acompañaba al callejón Knockturn, se pararon en una tienda y la esperó hasta que ella salió para darle un beso en la mejilla.
Su pequeña alumna quería agradecerle su disposición por ayudarla.
Eso lo despertó de golpe, fue como un electrochoque directo al cerebro y corazón, sentir los labios de ella, los que leían a veces en baja voz cuando él observaba, fue terrible, un escándalo.
“¡Malo, malo, eso no está bien! ¿Profesor y alumna siendo amigos? ¡Eso nunca!”
Gracias a eso dejó de ir toda una semana rogando a los cuatro brujos de Hogwarts que la joven no se matase sin querer en alguna equivocación.
***
La semana se fue rápido y el volvió a observar,
su forma de ayudar era cada vez más notoria pero ambos lo ignoraban sobre todo ella que ya estaba segura que su elfo media 1.85 metros de alto, vestía levita y capa, llevaba una cicatriz en el cuello con pálida piel cetrina y olía a lavanda, caoba de bosque azul cerca del lago.
No podía evitar sonreír por la alegría frente al libro, podía esperar las peores cosas de él, las peores de todas pero no fue así, ella tenía razón desde un principio y años atrás, él era un buen hombre y además buen profesor. Se sentía segura de tenerlo cerca por lo que su silencio secreto en la mente le ideó una maldad, una trampa para atrapar al mago y reclamarle.
Le reclamaría que quizá la pudo haber visto desnuda y que no cumplió con sus deberes de disciplina para acusarla por lo que ahora debía permanecer callado y sin molestar el resto del año.
Já, eso creía ella, le pediría de buenas y civilizadas maneras sin saber cómo reaccionaría Snape.
Imaginar que todo salía bien le causaba tranquilidad y satisfacción.
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