¿Qué pasaría si pudiéramos cambiar la historia un poco, si los caracteres fueron un tantito distintos por la oportunidad de tener un buen día, de que las cosas no salgan tan mal o que una mañana se te olvide subir el cierre del disfraz frente a un tierno rostro, al sentirse perdido?
La cabeza de una niña por ejemplo, no puede ser subestimada.
Una pequeña de ojos castaños sabía que era diferente, que tenía magia y cuando lo descubrió posiblemente había perdido un poco de tiempo.
La historia empieza el primer día de clase para el curso de pociones, en una escuela de magia llamada Hogwarts. Era un día donde un hombre esperaba ver a un niño de ojos verdes, que no tenía ni idea de qué era pociones.
La niña conoció a ese hombre peculiar, se cruzó con la primera persona que no podía por alguna razón reconocer que ella era brillante a pesar de sobresalir o levantar muy alto su inocente mano.
Aquel profesor de ojos negros, atento a todo, no podía verla aunque la realidad era que a este hombre no se le daba la gana de hacerla notar, como otros profesores que tuvo en el pasado antes de estudiar magia.
En esa misma clase esta estudiante introvertida para ciertas cosas y extrovertida cuando sabía lo que hablaba, alzó la mano intentando indicar que tenía las respuestas, pero fue gravemente ignorada. Aquello la extrañó, no podía quedarse tranquila, tenía que saber por qué y la respuesta la consiguió al final de la siguiente clase.
-Pro… Profesor Snape -tenía miedo, pero quería saber sin importarle morir en el intento porque conocía la fama del hombre.
-Mjm… ¿Quién es usted? -casi fue como quejido.
-Soy Hermione… Gran… Granger, señor, soy Granger -alzó su cabeza, orgullosa de su nombre.
La negra figura amarga se puso de pie, irguiéndose frente a ella, mostrando su gran altura y autoridad, no había nadie en el salón con ellos.
-Usted tiene que ir a la clase que sigue, no tiene por qué hacerme perder el tiempo -su tono desaprobatorio no la hizo desistir.
Ella ya estaba ahí, si su cabeza tenía que rodar por el suelo hasta su torre, al menos sería con una explicación.
-Sólo quiero hacer una pregunta pequeñita, señor -puso ojos de borrego triste y el pocionista, en todo su esfuerzo de malo de malos, se obligó a ignorar la ternura que le causó.
-Dígala, pero luego dese la vuelta y haga como si me molestara su presencia -precisó, en su forma lenta de hablar.
-Está bien -puso puchero-. Sólo quiero saber por qué ignoró mi participación… Es que yo… Es que yo tenía las respuestas -su rostro seguía triste.
Snape estaba cansado en ese instante, conversaciones tempranas con el director lo tenían triste y cabizbajo, tanto que no se fijó en la respuesta, sino en intentar deshacerse lo antes posible de ella, aún si eso fuera cometer un pequeño error.
-Jovencita, sabía que tenías las respuestas, pero no quiero que molestes con tu suave y patética voz de bebé en mi clase, hasta que te lo diga.
La niña empezó a llorar sin más, de todos modos ya estaba asustada por esa cara fea de malo que este mago se cargaba.
“¡Ay no!”, se dijo Snape, arrepentido de ser duro, no quería que llorara.
Entonces se le ocurrió arreglarlo o al menos eso pensó que haría.
-Quise decir que tu tierna voz de bebé molesta, será buena para otra clase y así podrás dar oportunidad a otros compañeros -le dio palmaditas en la cabeza-. No llores, bonita, y ya vete a hacer travesuras a otro profesor de por allí.
Intentó sonreír, pero esto también le salió mal; sin embargo, a esta niña no le importó porque no se fijó en su cara desfigurada en una mueca rara, sino en sus palabras.
El libro de curiosidades de Hogwarts estaba un poco equivocado, el profesor de pociones no es tan malo. Y otros pensamientos pre-adolescentes se mezclaron al dejar de llorar.
La niña se fue corriendo y se encontró en el camino con otra, llamada Parvati, quien la acompañó en esa osadía.
-¿Qué te dijo? -estaba curiosa de saber si la había castigado, se escondía detrás de una columna en la penumbra del pasillo.
-Me dijo que soy bonita, eso puede significar que cuando sea grande puedo convertirme en su novia -puso carita feliz, a pesar de tener los ojos rojos.
-¡Oh! -la voz de niña se alargó- Creo que estás loca de remate, Granger -y empezó a reír, tanto, que contagió a la niña de rizos castaños.
-¡Jijiji, ahora sí, vayamos muy rápido a la siguiente clase! -ambas corrían juntas -sabía que era bonita, pero no para alguien tan mayor como él -la niña era un poco presumida.
Su ego definitivamente había sido tocado.
Se empeñó y esforzó por impresionar a su profesor con una carrera que quería ganar cada semana, una competencia de ella contra un hombre inteligente con odiosa disciplina y carácter. Tenía que conseguir de él una felicitación, como de todos los profesores complicados antes de Hogwarts, una felicitación que ella creía se merecía con pompas y platillos.
Y no era sorda, escuchó el consejo de Snape, ese de que debía guardar silencio y dejar que otros participen, aún si eso ocurría renunciando a algo que había utilizado casi siempre: Sobresalir, ser la más inteligente y además, exponerlo delante de todos.
Por supuesto no le salió nada bien, no lograba tener una nota perfecta con él.
En la quinta clase con Snape, de quien había creído que un día le dejaría participar en su materia, al tener su calificación en las manos se dio cuenta que había sido la mayor nota en el examen. Se aseguró de ello, preguntando chismosa y antipática, alumno por alumno. ¡Y no tuvo una bendita felicitación!
-¿Qué le cuesta un “Muy bien” o un “Excelente” o un “Bueno, pero falta esto, otro”? O un ¿”Admirable, serás mi novia cuando cumplas los 18″? -susurró con gestos exagerados, agachada y cerca de la alumna de su izquierda.
La amiga Parvati miraba atento los ojos café molestos pensando que esa niña estaba mal de la cabeza, que moriría joven al preguntar eso en plena clase de pociones con Snape.
-El profesor te escuchará –dijo, preocupada.
-¡Me importa un rábano, tengo un 10 en mi examen y me pone 9.99! ¿Qué es esto, está jugando conmigo? ¡Me hará perder el hígado en vacaciones!
-¡Respeta! -dijo Parvati, lento y entre dientes- ¡Por favor, baja la voz, se dará cuenta que hablamos de él!
-Necesito una explicación -siguió el tono de su amiga.
-¡No, por favor, cálmate, harás que nos bajen puntos!
-¡No, no, no nos bajarán puntos jamás y menos por culpa mía! -puso cara vengativa.
-¿Y ahora, qué vas a hacer? No me digas que te espere en el pasillo frío y oscuro de las mazmorras, porque muero de miedo -los nervios la atacaron nuevamente.
-Espera aquí -pero se arrepintió-. No, esta vez voy a castigarlo en lo que más le duele.
Entrecerró los ojos ideando lo que planeaba hacer.
La niña creía que robarle la pluma a un mago sería lo que más le haría daño.
¡Pobre inocente!
Antes de irse de clase, ya tenía en la alforja una pluma hermosa, color negro, adornada con hilo de plata alrededor.
Pero no se quedó ahí el asunto, como el mago en cada tarea y examen que siguió no fue atento con ella para regalarle una felicitación, la jovencita se fue haciendo una colección de sus plumas, algunas tan nuevas que ni rastro de uso tenían.
-¡Maldita sea! ¿Dónde la dejé? -sus plumas sólo desaparecía sin aviso y el tintero con tinta negra brillante se quedaba huerfanito.
¡Pobre brujo!
Escucharlo renegar entre tanto bullicio era realmente confortante para ella, pero no gozaba con eso, sabía que el sentimiento negativo del enojo era doloroso, por lo que empezó a ser más amable con él cuando la clase había culminado. Era día de entregar los primeros promedios de tareas y exámenes.
La jovencita decidida y sin pensar siquiera dos veces, se acercó a él para decirle unas cosas a pesar que este había amenazado con hervir en un caldero al que causara alboroto.
-Hola, profesor -susurró, tímida.
Snape hizo gesto fastidiado.
Intentó ignorarla, pero ella insistió con una aclaración de garganta.
-¡Espero que sea importante! -dijo de mala gana.
-¡Lo es! Es algo de vida o muerte, señor.
-¡Suéltelo ya! -susurró a punto de convertirla en pergamino.
-¿Tiene algo de malo que me guste su varita y sus manos? He notado que las mueve de forma elegante y me he quedado como: “Wow es impresionante, es el profesor más atractivo de la escuela.”
-¡Por Merlín, espero que esto sea una broma! -Snape cerró los ojos-. Venga conmigo –añadió, sacándola del salón.
La arrastró hasta el pasillo, de uno de sus frágiles hombros.
-¡Aléjese de mí, no va a chantajearme con sus adulaciones exageradas!
-Está bien -era un ovillo de lana rodando lento y tristemente hasta su silla de regreso al salón.
-Miss Granger -el Mago observó su actitud humilde.
La niña se puso feliz y giró animada.
-¡Sí, señor!
-Dígale a la enfermera Pomfrey que pronto tendrá voluntaria para la poción de cordura.
No le quedó claro a esa niña testaruda.
Meses después
-Miss Granger, no puede mandar corazones de papel a tocar la puerta del profesor -el director quería reír por la ocurrencia.
-Era Día del Maestro y quise obsequiar una felicitación.
Snape veía todo indignado, sus dedos sostenían los corazones de papel rápidamente cortados y adornados con tinta negra.
-Es una actitud de rechazo hacia mi forma de apreciar la disciplina, usted me debería otorgar la razón, el diablillo a mi lado me está acosando -señaló con el dedo largo y pálido a la cabeza de la inocente pequeña.
-¿Qué más ha hecho la alumna, Severus? -dijo el director sintiendo que éste era el mejor día de la semana.
-Me ha seguido al Bosque Prohibido para preguntar si quería ser su… -hizo un gesto de asco- Su… -el asco no era por ella, sino por la palabra- Novio…
Albus juntó sus manos, admirado.
-¿Le agrada el profesor Snape, eh? -le tocó la nariz a la niña que no perdía una sonrisa angelical y estaba sentada arriba del escritorio por petición del director. -¿Qué le impresiona más de este mago?
-Que es lindo -vio de pies a cabeza a Snape y éste se llenó de coraje, la niña giró para poner su mirada en los ojos café del hombre con barba blanca, quería escuchar atenta el regaño.
Snape tosió, incómodo.
-¿Qué más? -la animó Dumbledore.
“¡Basta, Albus, basta!”, Snape le decía con la mente, estaba enojado y se sentía avergonzado.
-Es mi profesor favorito. Es alto, inteligente y tiene una sonrisa hermosa.
-Te digo que está loca -Snape dijo entre dientes, viendo directo al director.
“¿Así que sonríes, Severus?”, lo atacó con la mente.
El pocionista rugió al escuchar esa desfachatez.
-Ya veo -el director le dio un puñado de grageas a la pequeña de doce años-. No está mal admirar a alguien, pero debe limitarse a escuchar sus clases y responder con respeto ante él y otras personas. Lo lamento, le prohíbo que le hable al profesor durante clases y en cualquier lugar o momento inoportuno -le alzó una ceja.
-Le prometo que no me volveré a portar mal –dijo, seria, dispuesta a obedecer al pie de la letra.
El anciano se estaba divirtiendo por no haber sido específico.
Después de quince plumas por el segundo año de escuela y problemas con trolls y un mago maligno queriendo regresar a la vida con la esencia de una piedra, Snape se sentía decepcionado de sí mismo.
Había un ladrón, no era desorden ni distracción, se perdía un objeto importante en tiempos de examen, siempre al entregar los promedios, ensayos o pruebas sorpresa.
Había un ladrón y éste tenía que ser castigado.
-Severus, un centenar este año, como corresponde a cada docente, por favor utiliza lo que necesites -el objeto de seis lados flotó y reposó sobre su escritorio.
Para qué quiero tanto si no puedo conservar ni una sola pluma, él no dejaba de pensar.
Minerva había dejado otra caja repleta de útiles para profesores y ese importante líquido que usaba para llenar sus libretas de notas, tinta negra espesa y brillante, la justa para disfrutar el verano a solas en la sala sobre un diario personal sin parar de escribir.
La niña estaba a poco de cumplir trece, se divertía en un escondite para su colección de plumas en la famosa Sala de Menesteres.
Ahí se había hecho de un pequeño mueble tipo repisa, donde cada pluma estaba clavada en una pequeña tapa de plástico, para mantenerlas todas como una hermosa exposición.
Con el pasar de los meses y el incremento de las plumas, que ya eran muchas, no había cómo ordenarlas, por eso sólo las colocaba una a lado de la otra sobre una franela color rojo oscuro.
En un clavo salido de la madera colgaba una pequeña libreta amarrada que tenía la hora, la fecha y la descripción exacta de la clase, más el sentimiento que le causaba cómo este hombre había ignorado su presencia otra vez, sin dejarla decir si quiera un: “Yo lo sé”.
No estaba tranquila, tenía que ir más allá.
Después de su cumpleaños número trece, en plena cena mintió tremendamente para llamar su atención.
Fue a la enfermería para contar que: “¡Se había comido algo que le hacía sentir náuseas y mareos, y éste algo lo había agarrado sin permiso del salón de clase de pociones y además quería que su profesor le dijera qué era, porque ella no sabía!”
Pomfrey accedió, porque a pesar que era capaz de curarla, tenía que saber qué se había comido la niña y por qué sus labios y uñas estaban de color azul.
La mujer corrió a avisar en plena cena, el mago se extrañó al presentir una emergencia y se puso de pie apresurado por la preocupación, salió junto a ella hasta el pasillo contiguo, directo a la enfermería.
Snape se acercó rápido y le tocó la cara, le abrió los párpados, la boca, se fijó en los orificios de su nariz y oídos y finalmente en sus manos.
-¿Por qué está azul, jovencita? -fruncía el ceño, confundido, ya que habían como cincuenta respuestas a esa pregunta.
-No sé -bajó la cabeza, muy triste-. ¡Me duele la barriga! -el pocionista le tocó el estómago con cuidado- ¡Ayyy! -dijo en queja aún más triste.
El hombre la leía, pero no veía nada porque ella sin querer pensaba en cosas tristes para hacer mejor su papel de accidentada.
-Tiene que decirnos qué fue lo que comió -la miró a los ojos, pero la niña no pudo sostener su mirada negra y fija.
-Son unas bolitas azules en la repisa de frutos secos, me guardé unas, mire -la niña estaba triste por el dolor estomacal.
Snape pensó rápido y empezó a sospechar que era algo absurdo decir eso, porque en la repisa de frutos secos al menos tenía como diez especies de distintos tamaños.
Snape suspiró al ver qué eran esas “condenadas bolitas”.
-Estas son uvas cristalizadas color azul, Miss Granger. ¿No sabía que era alérgica a esta clase de fruta?
-No sabía, es imposible que lo haya comido antes -lloraba más, arrepentida, no quería verse azul para siempre.
El mago veía en su mente y casi se le rompió el corazón, era una jovencita engreída y sensible y la madre tenía la culpa. La niña le estiró los brazos para que la abrazara pero él la ignoró.
-¡Perdón! -lloraba con intención de que la cargara.
-¡Ayy niña, desobedecer cuesta caro! -Pomfrey la regañó, el mago no la abrazó ni nada, pero se acercó para cargarla y acomodarla mejor a lo largo de la cama.
Pero ella no quiso soltarlo, él estaba en aprietos.
-Gracias -dijo ella.
-¡Quítemela de encima, enfermera y que tome mucha agua durante dos días nada más! -lo puso de mal humor.
-Sé lo que debo de hacer, profesor -dijo orgullosa la mujer.
La enfermera se la arrancó del cuello alto después de dos intentos, estaba aferrada como un mono en una rama.
Pero al siguiente año ya era más alta, ya no tenía ese típico rostro de bebé que en algunas niñas tarda en desaparecer. Sin embargo, para el mago seguía siendo una mocosa.
-¿Viene a mortificarme, Granger? -preguntó desinteresado mientras leía su inventario.
-Mmmh… ¡Nop! Vine para decir algo muy grave e importante -se acercó frente a él en el escritorio y susurró poniendo en el ambiente una carga de gran misterio- Las especies de serpiente pueden tener una ligera forma distinta para comunicarse, pero cuando han visto a su presa piensan más de veinte veces antes de atacar y no para idear matar a su objetivo de un golpe, sino para asegurarse de que no saldrá lastimada.
Snape se puso serio y alzó una ceja con un leve fruncir de su amargado ceño, se esperaba que le revelara algo que tenía que ver con el niño Harry o algo malo de la escuela.
-¡Los ojos, profesor! -dijo como algo terrorífico, aún en susurro.
-¿Qué, de qué habla, Miss Granger? -se puso nervioso, pensó que le revelaría algo maligno.
-Los he visto -siguió en el mismo tono. El hombre pasó saliva.
-¿Y qué ha pasado? -estaba más interesado.
-¡En la biblioteca, en el aula de pociones…!
-¿Quién, qué sucedió? -acercó su rostro a ella tal como había previsto la alumna.
-He visto los ojos negros del profesor que viste levita y son simplemente maravillosos -mordió sus labios frente a él, viendo directo a ese pozo profundo de oscuridad. Su voz fue intensa en confesión y coqueteo.
Snape rodó los ojos cansado, retrocedió y cruzó los brazos, la joven le iba hacer perder la paciencia uno de esos días, con sus cartas de amor y palabras provocativas inocentes, porque sí, eran inocentes.
Como ese deseo de que la invitara a comer helado o comprar muñecos de felpa.
Era la quinta vez delante de él hablándole de cosas tontas, como que gustaba de su varonil presencia.
-Largo de mi vista, Granger. ¡Deje de fastidiar!
-Usted sabe que me gusta, tendrá que soportarme unos años más. Y cuando me gradué con honores siendo la mejor asistente de pociones y DCAO, le pediré que sea mi novio.
Snape entrecerró los ojos.
-Eso sólo pasará en su cabeza.
-No, admita que le parezco bonita, me lo dijo el primer día que lo conocí.
“He ahí la gran constante al fin resuelta”, se dijo el mago.
-Usted sólo es una niña, tiene ilusiones equivocadas, le atraigo porque dicto sus materias favoritas.
-Eso -analizó antes de responder-. Es falso. Dentro de unos seis meses tendré quince y habré cambiado para agradarle.
-Me agradará el día que se vaya de este castillo y me deje en paz.
-Usted saldrá conmigo, será mi novio -insistió.
-¡Sí, sí, jovencita, desquiciada! -hizo un ademán con su mano derecha- ¡Nos van a tirar arroz integral en nuestra boda cuando usted cumpla veinte! -se puso de pie para advertirle- Una vez más aquí y será expulsada.
La joven abrió los ojos al escuchar todo eso.
-Genial, he logrado que imagine que nos casaremos -sonrió -cuando me lo pida de verdad le diré que está desquiciado.
-Niña, por favor, estoy cansado de decirte que estoy así de odiarte -le hizo un pequeño dibujo en un pedazo de pergamino y ella se lo arrebató. Era una línea pequeña- No quiero escucharte más este tipo de faltas de respeto, las interrupciones, tus deseos de que te compre juguetes en ferias para muggles -todos los candelabros se prendieron de pronto por la situación incómoda-. No eres mi tipo y nunca lo vas a ser, no te quiero, lo nuestro nunca va a poder ser, porque además de frágil eres muy bajita y tienes voz de ardilla.
-Ya le he dicho que no me importa lo que piense -suavizó la voz-. Admiro su forma de enseñar, admiro su inteligencia, pero también me encanta verlo en levita. Siento mariposas en el estómago cuando está cerca…-no había terminado de enumerar cuando el hombre ya la había sacado de su despacho a empujones.
Justo a tiempo porque la bruja mayor de Gryffindor pisó su despacho con un objeto flotando delante de ella.
Observó a la joven irse apresurada.
-Granger detrás de los trabajos extras, ¿eh? -rodó los ojos, Minerva imaginaba que era eso.
-Es una estudiante excepcional -le siguió la corriente para no mostrar su hartazgo-. Aún no comprendo para qué más tinta negra, desde el año pasado uso magia y tú lo sabes -respiró hondo.
-Díselo a Albus, yo cumplo con entregar tus cosas.
El tiempo siguió su curso.
La joven en aquel entonces ya tenía una colección considerable de esas magníficas plumas del mago, aquello la había convertido en una experta ladrona imperceptible.
-¿Sigues interesada en Snape? -la voz que le habló era levemente más madura, curiosa y crítica.
Hermione estaba en la época del silencio de las adolescentes lectoras, la etapa donde las letras de un libro empezaban a ser lo más verdadero y puro.
-Ya no importa lo que piense, mi existencia no es segura el día de mañana.
-Quiero saber si aún sientes algo por él -Parvati extrañaba que le platicara del mago.
-Querer… -tocó una flor nacida en un muro de piedra-. Si lo quisiera, lo tendría conmigo -subió la mirada mostrando un rostro maduro, el ceño levemente fruncido-. El profesor tiene mejores cosas que hacer que leer cartas de una admiradora secreta, quiere una mujer.
-¿No te las respondió? –dijo, recordando que se las envió hace meses atrás.
-Sí, estaba interesado en salir conmigo para encontrarnos en un bar, cerca de la casa de mis padres.
-¿Y entonces?
-Esperaba a una mujer, creo que no me estás poniendo atención -suspiró-, ya me cansé de ser quien dice lo que siente. No voy a denigrarme más escuchando que no soy suficiente, que no soy su tipo y que me escucho como una niña. Me conformo con verlo y escucharlo desde mi lugar.
Su rostro no cambió, era inexpresivo y serio.
Con un poco de magia multiplicó la flor en ese muro, respiró, sacó el aire de sus pulmones lentamente por la boca, pensó que esa amiga le era más que suficiente, amaba estar sola.
-Parece que se ha hecho serio -Parvati había creído que ya no le interesaba.
-Quizá ya no importe tanto -le mentía porque ahora le importaba más, su cabeza había cambiado muchísimo en dos años y con eso la forma de mirarlo, ahora era más intensa en ver los detalles, discreta, pero también prudente.
No paró de robarle por lo menos hasta los dieciséis años, después se juzgó a sí misma como una tonta.
No más invitaciones al teatro, no más invitaciones a ver la luna en la Torre de Astronomía, no más predicciones falsas del futuro con bolas de cristal, no más esperar con frío, nieve y lluvia y un pequeño racimo de margaritas, no más mentiras en la enfermería o almas en pena en su habitación que necesitaban ser contrarrestadas por un experto en Artes Oscuras.
No más cartas de amor y poesía precoz.
Ella sabía que era imposible porque lo había intentado, dejaría que todo pasara solo, dejaría de ver hacia el norte del castillo.
Estaba resignada a no ser para él, y soñaba con que el tiempo le ayudara pero ya no mostraba ningún interés, cuidando como tesoro su mente y su corazón, tan egoísta como él se mostraba al nunca decirle: “Buen trabajo”
¡No más! Ya no lo hacía por él, no más buenas notas por él, sino por ella misma, ahora su mayor competencia era ella misma.
Su gusto por el mayor se había acabado para los demás, con eso le bastaba
Era una alumna brillante que ya no le importaba exponerse, mejor guardaría lo más bonito para ella.
Al menos eso pensaba el mago, el cual ya estaba tranquilo.
Snape al fin podía ser libre, la jovencita se había sosegado, el capricho se había ido tan pronto como llegó.
Él estaba alerta, lo que ella pretendía no estaba bien, sin embargo, cuando ponía en sus ratos a solas el rostro de ella en un dibujo imaginando que al ser mayor sería hermosa, se acusaba de sensible y débil ante una posibilidad, fortuna en una apuesta si la tuviera, porque la adoraría como la princesa que mostraba ser.
Ese era el terrible secreto de Snape. Que alguien fuera capaz de mostrar sus sentimientos le causaba admiración, que a un ser tan pequeño no le importara el prejuicio ni los orígenes le hacía bien, lo llenaba de ternura.
No quería una niña, no le había mentido, deseaba una mujer tan inteligente, hermosa, valiente y leal como ella, su alma era madura, pero la usaba dentro de una envoltura de fragilidad, inocencia con cara de pequeña ¡No había manera, no podía ser! Era una niña que no lo juzgaba, que lo respetaba a pesar de él, ella tenía una perseverancia inusual, era distinta al resto, pero no le terminaba por convencer.
-¿Otra vez, Minerva, no te dije que era suficiente? ¡Santo Merlín! -puso su mano derecha en su cabeza al ver la carga de la bruja.
-Recuerda que yo cumplo con entregarlo, él insiste en que lo utilices bien.
Suspiró cansado.
Una noche la espió desde temprano observando a los jóvenes entrar a la Sala de Menesteres para el ejército de Dumbledore, quiso darse un poco de gusto y mostrarse frente a ella, sintiéndose no sólo la autoridad sobre su cabeza, sino el hombre que le quitaba el sueño, su ego era gigantesco por culpa de ella.
Leer el pequeño diario de la joven algunas veces le había causado asombro, Hermione sabía usar una pluma, sabía escribir sobre pergamino beige con gotas de jazmín derramada sobre la tinta negra en aquellas cartas de amor, cartas que él había tenido sobre sus manos.
-¿Por qué no entra con ellos? -usó la voz más gruesa que tenía.
La joven no se dio cuenta de que la seguía.
-Profesor -contestó como un soldado. Si no fuera por su reciente carácter se habría desmayado.
-Le pregunté por qué no entró con ellos.
-Mañana lo haré, parece que apenas se han organizado -no era capaz de verlo a los ojos.
Snape se había dado cuenta que había cambiado.
-El director espera que sea parte importante del grupo, Miss Granger.
-Ellos están rompiendo las reglas, no quiero arriesgar mi conducta delante del Ministerio -no podía dejar que el mago notara su sonrojo-, pero si el director me necesita, entraré con ellos, mañana.
-Eso debió entender en el inicio de esta conversación, señorita.
La joven se irguió valiente y fijó sus ojos a él.
-Lamento hacerle perder tiempo -estaba dispuesta a irse sin más cuando se dio la media vuelta, pero el mago le habló.
-Miss Granger. ¿Ya no ejerce el oficio de poeta?
Un temblor sacudió el suelo de piedra bajo sus jóvenes pies, su estómago fue pista de un despegue a otro universo.
-Ah, es que… -fue todo, se puso nerviosa. ¿Cuándo se iba a imaginar que el hombre le saliera con eso? Cerró los ojos, apretando los párpados con ligereza aún sin verlo.
El mago no la vio, pero sí notó el gesto, por eso sonrió de lado también sin que ella lo viera.
-Empezaba a tener métricas perfectas -cuando Snape quería ser interesante era una locura, ahora la joven sabía lo que se sentía ser puesta en una situación incómoda.
-Señor, yo… -volteó para verlo.
-Intente fijarse por dónde anda -le causó gracia al comprobar que aún tenía un fuerte efecto en ella, la despidió con un gesto de su mano.
La escuela proporcionaba a los profesores plumas para el servicio, quizá por eso la jovencita no se sentía tan mal, pero no podía evitar reír por lo exagerada que había sido al ver sus filas y filas de plumas de muchos tamaños y colores, se sentía culpable y aguantaba las ganas de llorar por tanta risa.
Era bueno poder reír.
La vida en esa escuela no era como observar flores, sino terrorífica, un dolor intenso, esforzarse por mantener a alguien presente era complicado. Muchos ya habían partido.
La niña no podía resistir volver a su santuario y leer líneas de tinta con pensamientos pasados por cada una de esas plumas que había robado.
Hoy vi sus ojos viendo mi perfil y en un ensayo de leer su mente creí escuchar que me decía “jovencita guapa.” Puede ser mi idea pero no me importa, a los dieciséis es un pequeño manto transparente de esperanza, quizá nunca sea para mí pero estará convencido de que lo respeté, que lo necesito porque es importante en mi vida.
Cada final de año era tan similar al otro, rogar por vivir, era rogar porque ese joven tonto sin padres no se equivoque.
-Severus, no queda mucho tiempo, por favor, hazlo bien -Dumbledore estaba inquieto ese año tuvo un inicio trágico.
-Los jóvenes están involucrados lo suficientemente como para tener un plan B -lo miró un segundo y siguió preocupado acababa de llegar de Malfoy Manor -voy a seguir tus indicaciones, hasta ahora no han notado algo extraño.
-La alumna descubrió que eres mortífago.
El hombre de negro sintió una angustia repentina.
-¿Y qué te dijo? -soltó las manos detrás de su espalda, vio directo a los cristales en las gafas del director.
-Me dijo que si eras mi amigo y confiaba en ti entonces ella guardaría silencio, que debías tener una razón importante para serlo.
Snape pasó saliva.
-Lo entiende, entiende el silencio, no ha dejado de observar -sólo él sabía por qué lo decía.
-Es una niña inteligente, me recuerda tanto a ti -ambos vieron el campo vacío del lado sur inmiscuidos en sus pensamientos.
-Bien dices, Albus -suspiró -falta poco para que esto acabe.
El mago de pociones no pudo evitar verla, tenía que estar ciego para no ver los rayos deslumbrar el contorno de su figura, su rostro, su forma de estar ahí.
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El tiempo no se detuvo, sino que corría más rápido en los relojes, para Hermione moría la inmadurez y llegaba a el pensamiento analítico y filosófico, era correcta, no le hacía daño a nadie y no perdió el interés por aprovechar el tiempo en estudiar.
La alumna había notado la mano del director, la actitud de Snape cuando el hombre de barba lo llamaba a una esquina durante la cena o esas desaparecidas faltas repentinas, no se le escapaba nada.
Pasó largo tiempo en la biblioteca investigando la forma de alargar la vida del Director. Y al terminar su cometido le entregó dos frascos de poción personalmente, justo un día antes de que Snape tuviera la misma razón para entrevistarse con el viejo mago.
Los dos hombres iban a morir, pero no en el mismo año, el director le confesó a la joven que eso tenía que pasar y aún opuesta a eso, dispuesta a cambiar algo, lo vio ocurrir repentinamente.
Sintió satisfacción al darse cuenta que confiar, le reveló al final que no estaba equivocada, Snape era un héroe, falleció por culpa de Naguini y sus múltiples mordidas venenosas, verlo irse y dejar su cuerpo abandonado en la casa de los gritos fue como una pesadilla que sólo había pasado en el subconsciente, no quiso aceptarlo y menos ver su cuerpo arder incinerado.
La estudiante no era la única que lo admiraba, no era la única que lo extrañaba, ahora sus lágrimas eran justificadas sobre todo dentro del castillo,y el lugar que más lo odió, la casa de Gryffindor.
Una joven quería ganar al fin la guerra sin involucrarse tanto con Harry Potter y Ron Wesley para que así sólo le quedara dos últimas cosas por hacer.
Uno, darle a todos una pluma del mago y una dedicatoria que dijera que el objeto era de un magnífico pocionista y humano. Y dos, terminar de estudiar por ella misma para irse lo más lejos que pudiera.
Al regresar al lugar donde estaban las plumas vio que eran demasiado para ella, tantas que no sabía qué haría con las que quedaran.
Leyó y leyó lo que cada una significaba, qué momento, por qué la tomó, qué sentía, y ese mismo día notó que detrás de esa alta repisa llena de plumas, se asomaba la esquina de una caja de cartón.
Al ir unos pasos más adelante justo detrás del mueble, con sello y dirección de la calle Diagon en Londres, vio y contó un total de seis cubos perfectamente sellados, tenían etiquetas con su nombre y dirección de su casa.
¿Son mías, por qué están aquí? Pero si no he pedido esto.
Abrió a la fuerza el embalaje y se dio con la sorpresa de que eran cientos de frascos con tinta negra brillante.
¿Qué?
Sí, era un chiste que cambió su ánimo, había ido tantas veces ahí sin concentrarse en nada más que sus plumas que no se había fijado en esas cajas y su aparición no repentina.
¡Cada una tiene la fecha de un grado diferente! Tinta para vender junto a esas plumas, ¡ja ja ja! ¡Qué ocurrencia!” 1992, 1993, 1994, 1995… Son todos los años.
Quería parar de reír, se contenía pero era demasiado.
Al meter la mano en la primera caja encontró una nota y en esta decía:
Toda esta tinta no me hubiera alcanzado para escribir lo excelente estudiante que es usted.
-No, esto no lo escribí yo -se tapó la boca con ambas manos, la letra era similar a la suya y la de Snape, pero no podía ser.
Sus rodillas estaban sobre la alfombra azul que ella misma había colocado muchos años atrás.
El mensaje la dejó muda pero no paró de buscar, abrió las otras cajas, en todas había una nota con el mismo mensaje, pero quería asegurarse de ver todo, hallar algo más y entonces leyó:
Y… La felicito por sus notas altas, cuando lea esto he de estar muerto para todos menos para usted.
Gracias por recordarme hasta hoy, le deseo lo mejor entre tanto desastre y maldad.
Pdta: También me parece admirable y peligrosamente hermosa.
Lo digo por la descripción en la última pluma que se robó de mi escritorio.
La joven sonrió al recordar esa nota que ciertamente fue la última que escribió y la última vez que le hurtó, además de esa pregunta en el pasillo de que si seguía ejerciendo el oficio de poeta, la enloqueció, por unos segundos sintió que le devolvía esperanzas pero la situación fue tan emocionante que la dejó enferma del estómago toda una semana.
Snape lo supo, y ella no estaba segura desde cuándo se había dejado quitar tantas cosas insignificantes.
¿Por qué no me lo dijo antes?
Pero la niña aún no podía llevarse nada, la guerra con Voldemort estaba encima de la escuela, y desde su rincón llena de amigos Ravenclaw y Slytherin, no pintaba un panorama bueno por ayudar a dos niñitos llorones, que jugaban a tirar una pelota gorda en tres aros.
Tuvo que esperar a que todo pase.
-Hermione, Harry y Ron saldrán esta misma tarde, van a dejar la escuela -Parvati estaba desesperada.
-Es problema de ellos, a donde vayan correrán peligro -Hermione no quería abandonar el castillo.
-También deberíamos irnos.
-No, te dije que debo dejar todo en orden -ella quería tener más escusas pero la realidad era que no había ni una convincente.
-Él ya no está en Hogwarts, no tienes que quedarte, su cuerpo fue incinerado. ¡Basta, Hermione, déjalo ir!
-¿Por qué me lo recuerdas? -no quería enojarse con su mejor amiga, pero tuvo que dejarle en claro lo que pensaba-. Terminaré de estudiar y luego me iré de Londres.
Un año después de que Harry mató a Voldemort y algunos asistieron a la ceremonia de despedida, subió a la Sala de Menesteres para llevarse lo que era suyo, pero por última vez decidió leer las notas del mago que había escondido en una de esas cajas repletas de tinta negra
Lloraba un poco al recordarlo, pero también se daba ánimo al decirse que quizá en un futuro podría encontrar un hombre como él, aunque eso fuera imposible.
Después de observar todo a su alrededor, las altas montañas de cosas inservibles, se secó los ojos con las mangas y apoyó una de sus manos en el suelo para levantarse.
-Tiene una fortuna en plumas, jovencita -la gravedad de esa voz la traspasó, el eco a su alrededor le causó miedo- y mucha tinta para aprovechar.
Esos pasos acercándose eran del pocionista, su presencia tenía que haberse quedado en el castillo.
-¿Es usted? ¡Ay Merlín, me asustó! -no giró porque era obvio que hablaba con un fantasma.
-Le dije que íbamos a casarnos cuando cumpliera veinte, Granger ¿No lo recuerda? -su voz era segura y vivaz.
-Tengo diecinueve y medio. Y además usted dijo que era una niña, que no era su tipo y que lo nuestro nunca podía ser -ya no le temía a los fantasmas, porque sabía cómo era su favorito.
-Es necesario un noviazgo -la voz fue más clara y tan segura que la hizo temblar, estaba convencida que al voltear lo vería.
Se imaginaba que podía estar ensangrentado, exactamente con la misma imagen como lo dejó en el suelo a los pies de Harry, con una enorme y fea cicatriz en el cuello como Nick casi Decapitado.
Pero su deseo era mayor, quería verlo.
-¿Noviazgo? -La estudiante no lo creía.
-Eso sólo si me acepta -las últimas palabras salieron lento de su boca, apretó sus labios y soltó sus manos pálidas detrás de su espalda.
La joven giró y se puso de pie, el hombre tenía el cabello más largo, su aspecto era muy bueno como si por primera vez hubiera descansado.
No es tan mala idea tener una relación con un fantasma.
-Usted ya no me gusta –mintió, porque el hombre estaba muerto o al menos eso creía.
-Mh… qué pena -miró hacia un lado y luego a ella, a esos bellos y sorprendidos ojos castaños.
Las piernas de la jovencita eran gelatina, su corazón latía rápido.
¡Voy a despertar, Merlín! Lo haré en un segundo.
Todo alrededor se iluminó con la magia del mago quien rodeado por la claridad, no se veía como un fantasma.
-Deme una oportunidad -dio un pequeño paso hacia ella-, me lo debe después de todo lo que le he dado -señaló las plumas y toda esa tinta que le hizo perder la paciencia.
Ella sonrió emocionada.
Snape le extendió la mano para que lo tocara y comprobara que no era intangible y un hoyo se hizo en el estómago de ambos porque se gustaban, estaban fuertemente atraídos por el otro aunque en ella podía nombrarse con otra pequeña palabra.
Cada uno en su rincón de secretos y silencios, de amanecidas, de pensamientos desearon una posibilidad con el otro.
Y cuando Hermione pudo al fin sentir la piel de su gran mano, se contuvo de gritar, era tibio, suave, era un increíble sueño cumplido.
-¡Por Merlín, estás vivo! -se emocionó, le habló en confianza porque el hombre le había hecho una pregunta inesperada.
-Tenía que vivir. -Mi vida cambió el día que tú, una jovencita leal, me dijo que era importante, que necesitaba mi ayuda, que confiaba en mí, que quería que la cuide y que intentara escuchar sus trazos de palabras temerosas al alejarse en el tren de regreso a casa. Engañar a otros fue necesario, vivir para saber si podía hacer que te enojes, era necesario -respondió informal, la mente de la joven nunca se escapó de su vigilancia y en ese momento no podía haber una excepción.
Se acercó y sin avisar la atrajo a él, la besó con ganas, la besó sin culpas, la besó reconociendo por primera vez que se había equivocado y que deseaba estar con ella como leyó tantas veces en la descripción de objetos significantes que la hicieron feliz los últimos dos años.
-¡Es un desquiciado! -la ex estudiante lo acusó con la misma voz que él, años atrás, la había frenado.
Pudo escapar de la boca del mago unos segundos, el beso no fue nada inocente y Snape volvía a atraerla a su cuerpo sin importar que la joven temblara de nervios.
-No eres tan distinto de lo que imaginé. Mh -Snape quería más, había estado solo y en silencio lo suficiente.
-Eres enteramente hermosa –respiró, agitado, recordando la oda a sus ojos negros-. No eres una pequeña ladrona, eres una encantadora mujer ejemplar que llegará lejos, con esa intimidante inteligencia -la besó de nuevo perdido en el disfrutar del sabor dulce de ser correspondido con pasión-. Te prometo que hace unas horas me enamoré de ti. ¿Y tú, cuándo lo hiciste? -quiso decir más pero se frenó.
-Cuando me dijiste que mi perfecto examen era un 9.99 -aún podía torturarlo, él la había rechazado muchas veces, lo entendía, pero no iba verse desesperada nunca más aunque en realidad muriera por llevarlo a dar un paseo al país de lo prohibido. Deseaba al mago, lo hizo desde que el sentimiento de mariposas en su estómago se acompañó de fiebre en el cuerpo cuando miraba sus labios.
Lo alejó tocándole el pecho con ambas manos, su lengua inexperta podía sentir aún el sabor de menta suave y eucalipto.
Snape frunció el ceño, sospechando lo que hacía esa joven, pero no iba a rendirse en ese instante.
-He leído tu diario -con eso confesión le insinuó que no le parecía mala idea amanecer con la capa del otro cubriéndoles donde no les caía el sol, quemados por el sudor del otro en una carceleta fría de las mazmorras.
-Tengo tareas para hacer en casa -le dio la espalda, ella no tenía casa-, si quiere puede venir conmigo, Profesor Mortífago.
-Mh, mejor venga conmigo a Azkaban, Miss Granger.
El mago sonrió por primera vez delante de ella, la tocó y desaparecieron.
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Fin…
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Pueden acompañar este OS con las siguientes canciones.
🎶 Butterflies
🎶 Some one put your hand out
🎶 On the line (Mi favorita)
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