En sus sueños estaba sola, el suelo debajo de ella crujía, el ambiente era oscuro y hacía frío.
Otra vez, era el mismo lugar, la misma pesadilla, la rareza de sus pensamientos, su corazón acelerado y preocupado sin encontrar un camino, alguien que pudiera responder a sus preguntas de dónde estaba.
“Perdida en Ontario”, un lugar que conocía por su tío, alguien que consciente, dentro del sueño, ya no estaba.
Recordaba que el hombre mayor, enérgico con gritos de orden, se sabía de memoria las indicaciones que daría a los turistas, todos debían tener sus salvavidas bien ajustados, obedecer a cabalidad los movimientos sincronizados para evitar accidentes.
Corría, el atardecer estaba sobre ellos, veloz.
Bajó de prisa esquivando pequeños troncos secos de árboles jóvenes, las raíces y las hojas en el suelo, secas por el calor del día. Se hacía de noche y la ansiedad crecía en su cuerpo.
Llegó al borde de un río con temor de encontrar otra vez a mucha gente, flotando inerte y sin alma, ver pequeños charcos de sangre fluir leve color carmesí oscuro desde sus cabezas, se mezclaban con el agua dulce y cristalina.
Esas personas delante de ella, estaban muertas, no tenía que comprobarlo.
Era la misma pesadilla que le había impedido continuar con la carrera de medicina, una vez más. Pero, esa pesadilla no era tan mala al final, una persona estaba a su lado, una persona que con su voz la sacó a una zona segura que los ayudó a regresar a casa.
Era extraño, sentía calor.
Sus ojos eran golpeados con violencia por rayos calientes de sol que se asomaban agresivos entre las copas altas y verdes en el bosque.
-Angie Lawrin -fue un susurro cerca de su oído, la voz del mayor fue suave, no tenía intención de despertarla pero lo hizo.
Admiraba el rostro relajado de ella sobre su pecho sin poder creerlo, ahora que la tenía quería abrazarla hasta romper sus huesos con amor- ha sido difícil encontrarte -añadió admirado, metido en sus recuerdos con satisfacción.
Ella abrió los ojos, confundida. Aún con sueño e incómoda de tanta luz intensa en sus ojos, el sol le tocaba las retinas y la mitad del rostro.
-Patrick, hace un año contraté un hacker para buscarte por Internet -se incorporó y peinó como pudo, lento.
El mayor ladeó una sonrisa pícara, sus ojos verde olivo iluminaron su atractivo rostro, la barba crecida que no se atrevió a rasurar al ras de la piel, lo hacía ver levemente distinto, no se quedó callado.
-Te comenté que tuve un investigador en Londres buscando en direcciones de personas con el mismo nombre que el tuyo, mi lista era grande, fueron muchos y muchas Lawrin. Me quedaban unas diez personas más aproximadamente, sólo en Reino Unido.
Angie miró hacia delante y hacia el lado izquierdo, reconoció el paso con arco de “Bienvenido a Rest Pub”
-Quisiera que hablemos de eso con lujo y detalle, mientras tanto tenemos que bajar y caminar un kilómetro hasta el hotel Magantilli.
—Tú guíame, yo te sigo.
El autobús se detuvo en la ante penúltima parada, tres personas bajaron, además de ellos.
***
El ayudante del chófer les ayudó a sacar sus maletas.
-¿Cómo llegamos hasta allá con todo este peso? —eso le preocupaba al mayor entre otras cosas que se formaban en su cabeza, quizá si el lugar no estaba preparado para hospedarlos, el hotel podía ser una buena opción. Quizá sugerirle eso a la joven pero se detuvo.
-Mira, ahí al frente alquilan camionetas, necesitaremos una con chofer.
Al rededor había un paisaje rural marcado con señalización y una caseta de estación de autobús, se podía hacer compras dentro, como una especie de mini súper mercado.
Frente a ellos, uno de seis hombres con playeras negras y un logo de montaña blanca en el pecho les alzó la mano.
-¿Es seguro subirnos a ese transporte, señorita? —preguntó porque no conocía el lugar o a dónde los llevaría, no sabían si eran del servicio de turismo o personas naturales con negocios locales.
-Sí, dan excelente servicio de movilidad dentro de la zona, hacen mudanza y más.
Él asintió y dejó que el hombre suba algunas maletas.
Le abrió la puerta a la joven, esperó a que suba para cerrar y subir por el otro lado.
-Casi había olvidado que tengo una camioneta similar en los garajes del hotel, mi hermano me la regaló, es un Chevy silverado del ochenta y siete. Él iba a tirarlo pero le dije que me lo de, yo tengo un auto pero no está aquí. Mi hermano dijo que funcionaba así que podemos ir a comprobar si aún enciende y si no entonces que nos lleve este señor de alphamontai hasta la casa.
-Buena idea -terminó de colocar su cinturón-, espero que encienda el motor de tu camioneta ¿Cuándo te lo dio? —no era desconfiado sino que quería tener todo en orden, en control, era de esas personas que necesitaba preveer.
-Hace unos cinco meses vino él un par de veces, a mi casa, así que dejó su camioneta aquí en el hotel, conozco buen a mi hermano, no me daría algo que no funciona.
—¿Tu hermano mayor es el de la policía?
—Así es, ustedes dos se entenderán bien, ya lo verás.
Patrick sonrió, le gustaba escuchar que ella lo tomaba en cuenta.
La camioneta arrancó y le tomó sólo unos quince minutos llegar hasta la parte este del hotel, ahí como de camino a la cochera principal, estaban los garajes de gente que pagaba de forma anual para que le guarden objetos valiosos.
-¿Nos espera unos minutos por favor? Iremos a revisar y volveremos en unos minutos -dijo Angie, siendo extremadamente amable y sutil con el chofer. El hombre que conducía se estacionó despacio, asintió y los vio a ambos sin perder seriedad.
Patrick le ayudó a bajar, cerró la puerta y cubrió sus ojos con su brazo, la luz del sol en la tarde era fuerte, y a pesar de eso se sentía un fresco que estaba al límite de empezar a ser frío.
-Preciosa, vamos rápido, debiste haber bajado algo para cubrirte, hace frío.
El mayor era friolento, no podía evitarlo, donde vivió toda su vida no era tan frío.
La tomó de la mano y la siguió.
Al entrar a la zona de garajes, Angie sacó de su bolso una llave, una que estaba en su llavero lleno de diferentes llaves de color plateado y dorado.
-Vaya, se supone que es esta, veamos si abre —escogió una mediana con un a pinta de esmalte azul, encima.
Patrick sacó de su bolsillo largo, unas gafas oscuras y se las colocó, su cabello castaño y cano se veían fenomenal a la luz del claro solar, hacían un contraste hermoso con el cielo azul de la tarde. Vio atento mientras ella se acercaba e intentaba dirigir la llave a uno de los candados que sostenían la seguridad de los ganchos en la cortina.
-Ay, está muy duro.
-Permíteme -con delicadeza le quitó las llaves, puso una rodilla en el suelo y abrió la cerradura emitiendo más fuerza de lo común- se atasca con la humedad, por eso no podías moverlo -alzó la mirada y la vio al rostro, ella era tan hermosa-, abriré el otro —añadió la joven.
-Gracias.
Angie vio que quitó ambos candados, miró atenta, se acercó para tomar un extremo y con ayuda del mayor alzó la cortina para descubrir lo que había detrás.
La cortina se abrió hasta la mitad y Patrick terminó de subirla. Se sorprendió con lo que veía, el vehículo se veía en buen estado, él pensaba que sería una camioneta vieja.
-Es esa, se ve bien -ella estaba emocionada.
-¿Tienes la llave?
-Sí, es la que tiene la marca blanca.
-Ah, es esta -la tomó con precisión- ¿Quiere que conduzca, señorita?
El rostro de ella se sonrojó, asintió de inmediato.
-Sí, por favor, no he conducido ese tipo de autos, sólo automáticos.
-Lo que usted diga -hizo un acento extraño.
La estudiante vio cómo el mayor de subió a la camioneta y con pocos movimientos al estar dentro y sentado, la encendió.
El motor hizo el ruido típico que hace tener confianza de andar en él a donde sea que este quiera llevarte. Era un buen vehículo, ambos estaban emocionados.
—Tenemos una camioneta —dijo usando su característica voz grave, sonrió con satisfacción y apretó el claxon lo más despacio que pudo en dos movimientos rápidos de sus manos.
Angie se sujetó las manos y saltó.
—Genial.
—Sube, preciosa —la invitó a pasar y fueron unos metros hasta el estacionamiento donde los esperaba el servicio de transporte local.
Al llegar con la otra camioneta se estacionaron justo a esta, Patrick se bajó y pidió al hombre que le ayude a acomodar las maletas en la otra camioneta, el hombre se bajó y cargó dos.
Le pagó con un billete de cincuenta libras.
—Gracias —contestó el chófer, se subió a su transporte después de darle el cambio y se fue por donde los había traído.
La parejita se acomodó entusiasmada dentro de la camioneta, abrocharon sus cinturones, suspiraron y el mayor la quedó viendo.
—Bien —coqueto como sólo el podía ser.
—Genial —contestó ella pintando sus mejillas con leve sonrojo.
—Quisiera decir que no sé cómo llegar —la miraba interesante, sabía que la ponía nerviosa.
—Ah, es cierto… —mordió su labio sin darse cuenta—, Mh, no es muy lejos, debemos tomar el camino por donde la camioneta del chofer nos llevaba, derecho por el camino, debemos seguir la señalización y ahí encontraremos la casa.
—Tú me guías, señorita.
—Está bien —los colores no se iban de su rostro, peinó sus cabellos hacia un lado, su cabello castaño medio le cubría levemente la mejilla derecha.
***
Unos cinco o seis minutos después la joven señalaba emocionada el lugar.
—Es aquí, hogar dulce hogar. Tenemos vecinos a uno o dos kilómetros a la redonda —miró alegre la parte que se divisaba, la parte del frente de la casa.
—Por lo visto, no están nada cerca.
Ella sabía que el mayor estaba bromeando.
—Entra por el jardín —indicó como en una buena idea—, llevemos la camioneta al otro lado, del lado este, ahí hay una cochera amplia que al parece antes era un mini establo.
—Es interesante, espero que la casa esté embrujada —puso la voz grave como si narrara una historia de terror.
Angie lo vio para acusarlo con la mirada, el hombre ocurrente estacionó con cuidado y suavidad, sentía una revolución agitada en su estómago y era que aquella mujer a su lado había sido suya por algunas horas, había tenido una fenomenal noche después de tanto tiempo y las ganas en vez de frenarse en su ser, se habían acelerado. No tenía que avergonzarse por desearla, por buscar la forma de acostarse con ella sin dar tantos rodeos.
Ella estaba igual, las hormonas gritaban el nombre del mayor en silencio, ansiosa, recordaba no sólo la íntima noche o la mañana de dulce azúcar y yogurt blanco sino también el bosque, los rápidos, esa noche en que sintió su abrazo en una madrugada fría.
Ver que el lugar fuera acogedor era un pretexto, querían llegar a lo que viniese, más alto y por un sendero recto hasta arriba, y en la colina gritar hasta quedar sin aire, que lo que sentían era perfecto, un paraíso, era amor.
Para ella ver la casa de nuevo después de tantos meses, le emocionaba, Patrick se sentía curioso, por la casa y por ella, quería charlar después de una noche cansada. Se quitaron el cinturón admirando lo poco que podían a través de la ventana, ella abrió la puerta y se acercó al pórtico blanco.
Volteó a ver al mayor para llamarlo con un gesto animado de su mano.
—Mira, Patrick, mi hermano mandó a pintar el exterior de color blanco pero por dentro no hay cambios, supongo.
—Quiero un hermano como el tuyo… — no pudo evitar decir aquello— ¿La casa está amoblada?
—Sí, traje las cosas de mis padres de la otra casa pequeña. La otra casa es la que quiero amoblar con todo nuevo. Y bueno, mi hermano no es que tenga tanto dinero sólo ha tenido mucha suerte, me consiguió el préstamo de cincuenta mil libras para estudiar en la universidad, y mi deuda ya está a la mitad porque he podido trabajar medio tiempo durante el año escolar y tiempo completo en verano. Mis padres nos dejaron un poco también, con mi parte pagué esta casa.
—Es lo bueno de haber tenido padres que pensaron en ustedes. Mis padres también nos dejaron algunas propiedades pero estas se vendieron enteramente.
—Me encantaría saber más de ti —sonrió alegre.
—Y a mí de ti. Bien, veamos cómo está la casa.
El hombre tenía muchos conocimientos de estructura que quería usar ahí, le abrió la puerta con la llave y la hizo pasar primero al sostener con cuidado el pomo de bronce, miró, observó de inmediato hacia el techo de la casa, quería ver que las vigas del primer piso estuvieran bien.
Angie entró y vio todas las ventanas y puertas, las que podía distinguir, estaban pintadas de blanco.
—Adivina cuánto me costó, Señor Rickman. Me refiero a la casa.
—¿Cuánto, señorita? Sí me da curiosidad… Pienso que unos cuatrocientos sesenta mil libras…
—Wow, claro que no, mucho menos.
—El lugar es enorme, me impresiona que pueda estar más bajo el costo.
—Debe ser porque es viejo, aunque no hay nada que sea inservible, mi hermano revisó, lo único que tiene la madera estropeada es el establo de lado izquierdo. El costo fue de noventa y nueve mil libras esterlinas.
El mayor abrió los ojos impresionado.
—Es escandalosamente barato comprar casas sin dueño, al gobierno.
—Lo mismo le dije a mi hermano.
***
Al revisar la casa por cuarenta y cinco minutos incluído el terreno al rededor, subieron a la habitación y sacaron del ropero un par de edredones y almohadas.
Ella entró al tocador para revisar el maquillaje de sus ojos, su cabello y labios.
Salió y vio al mayor intentando prender una pequeña televisión a color de treinta pulgadas.
—Era la favorita de mi padre, fan del fútbol soccer.
—Conozco algunos amigos con los mismos gustos.
—La antena no está colocada, pero el VHS está en el almacén del primer piso.
—¿Quiere que mañana la coloque? ¿Ves televisión?
—Nunca he podido ver televisión, mis padres me tenían muy ocupada, pero, sé que en las noches pasan películas en casi todos los canales, sería divertido poder verlo en estas vacaciones.
Patrick suspiró, era una excelente idea.
—¿Debo subir a la buhardilla, verdad?
—Así es —dijo tímida. Estaba nerviosa, no podía evitarlo, sus ojos claros, esa sonrisa galante y coqueta y esa voz tan grave se le metían en el estómago.
El mayor se acercó intentando hacer como si estuviera relajado, como si tuviera todo bajo control, la miró intensamente y la hizo retroceder despacio hasta que tocaron la puerta, acercó sus labios rodeando su espalda con sus largos brazos y depositó un lento beso en sus carnosos labios rosas.
Ella aceptó el gesto e intentó seguirlo unos instantes, si no pasaba algo no podrían detenerse, querían llegar a más, ambos, estaban ansiosos.
Y una de las maletas cayó de la cama.
Se separaron con brusquedad para ver el objeto al mismo tiempo, su respiración empezaba a estar agitada.
Patrick suspiró y la soltó un poco.
—¿Dónde podemos ir a cenar? —preguntó como para cambiar de situación.
—El teléfono, podemos conectar el teléfono, también está en el almacén.
—Había olvidado que traje un celular.
—También podemos ir al centro de la ciudad, está a veinte minutos de aquí.
Hay algunos restaurantes —dijo animada, mordió de nuevo su labio sin darse cuenta que ese gesto era para él, incitación directa.
El actor vio sus labios, se quitó el suéter de lana y desabotonó su camisa.
Caminó hasta el borde de la cama sin sacar de su cabeza lo que le diría como sugerencia hasta que la camisa terminó doblada en sus manos.
—Y si… ¿Conversamos en la cama? —pidió con una sonrisa ladeada. Well no quería perder el tiempo, su lado galán y coqueto estaba suelto.
Ella asintió e imitó sus movimientos.
Se quitó el suéter rojo y deslizó el pantalón de mezclilla por sus piernas con cuidado después de sentarse en el borde de la cama.
Patrick hizo lo mismo.
La ropa interior de la joven era rosa con lunares negros, la combinación juvenil le fue aún más incitante.
Angie tomó su cabello largo como pudo, estiró sus brazos hacia arriba, dejando al descubierto su cuello elegante y estilizado, ese hermoso cuello que él había besado en afán y sin descanso la madrugada anterior.
El mayor vio con detalle su cintura, sus caderas apretadas en la cama, y aunque no quiso también vio sus redondeados glúteos lucir enloquecedoramente bien en esa trusa hermosa.
—Mh —quiso evitar ese sonido de excitación grave pero no pudo, ya estaba acostado boca arriba, su cabeza y cabellos hundidos en la almohada de plumas, su ropa interior sosteniendo su virilidad que empezaba a violentarse.
—Ey… —Dijo la joven viendo su torso desnudo y sus ojos felinos comerla con la mirada. Se sonrojó, no pudo notar lo que pasaba en la ropa interior del mayor, la tarde caía rápido, la luz empezaba a ser suave.
—¿Te agrada el lugar? A mí me parece lindo para pasar el verano.
—Es agradable —soltó casual, lento.
Angie se acomodó del lado derecho del mayor y pasó su brazo por su torso para acostar su cabeza en el hombro del mayor, él aprovechó a estirar el mismo.
La joven tocó su pecho con las yemas de sus dedos, en movimientos imaginarios de líneas, aspas y caricias al final. Bajó hasta el ombligo del mayor con su dedo índice y él hizo un sonido exaltado al notar que ella se fue de largo hasta el borde de la liga de su bóxer.
—Oh —soltó con gusto e intentó poner tema de conversación—. En Londres tengo un departamento, creo que sí lo dije.
—Sí, sí lo mencionaste.
El mayor cerró los ojos al sentir como ella exploraba la textura del resorte con dos dedos.
—Dicto unos cursos de teatro en la universidad, esa es una profesión que he tenido desde joven casi a tiempo completo.
—Oh, eres famoso, quizá he visto algún comercial en la escuela o un afiche.
—Imposible, hermosa, los últimos años me la pasé en USA en un par de películas.
—Me refiero a antes de que nos conociéramos.
—Puede ser, hice cine nacional muchas veces.
—Es encantador —su voz salió con leve tono sensual, no perdía de vista la pelvis de Patrick ni dejaba de tocarlo apenas rozando la tela.
Se atrevió a llevar sus dedos aún más abajo por encima de la tela del boxer azul del mayor.
De los labios de Patrick se escapó un suspiro exaltado. Si pudo evitar hasta entonces que el calor y rigidez de su hombría estuviera quiero, ya no era posible.
Angie vio el movimiento debajo de esa tela y lamió su labio sin darse cuenta.
—Uh, lo es, me gusta mucho actuar —apretó los párpados, frunció el ceño con atisbo de placer y endureció el vientre al contraerlo por la tensión.
No había nada que pudiera frenar las ganas que tenía de acariciarlo, esos tres años lejos de él la habían llevado a explorar la intimidad entre dos personas de muchas maneras, e incluso la había llevado a explorarse así misma, imaginar también, imaginar cómo podía complacer al hombre de cabellos canos y labios delgados.
Deslizó lentamente toda su mano por encima de la protuberancia, por el largo, con una caricia que apretaba su erección con tortuosa ganas de saciar sus ganas de ella. No se había imaginado eso, ella, su delicada mano tocándole así, con cuidado, sensual y provocativo.
—Se siente caliente —soltó ella en susurro.
—Lo está, lo siento —dijo con todo de disculpa.
—¿Por qué? —Preguntó curiosa—, ¿Por qué lo sientes?
—Yo sólo no sé… No sé —no sabía que decir, ese era el problema, la joven ya podía apretar su erección con toda su mano, acariciaba de arriba abajo deslizando su piel en lo largo de la punta, estaba estudiando su forma con la pequeña barrera de tela.
La joven fue más allá.
Alzó la liga con su mano para descubrir su virilidad y tomarlo cómoda con toda su mano, haciendo puño o intentando hacerlo para rodearle la grosura natural a simple vista, más dotado por su altura.
La sensación para él era explosiva, tibia, con una suavidad exagerada, gravemente estimulante.
Él giró su rostro a la derecha viendo la cabeza de ella, intentando adivinar su forma de admirarlo, tenía los ojos entrecerrados, perdido en placer, al borde de un canto.
—Mh, me gusta lo que haces, preciosa —llamó la atención de ella quien al escucharlo subió y acomodó su cabeza cerca de él, para rozar sus labios con los de ella.
No lo soltó sino que encontró la bella forma de estimularlo más, tocarlo para que logre ascender a un límite en su hombría.
—Ah, me gustas tanto, Angie —susurró perdido viendo sus labios, sentía sus toques suaves de esos camines en la piel de él, su mejilla, lo besaba también en la comisura, apenas lo tocaba mientras su traviesa mano juvenil, subía y bajaba con mejor ritmo.
—Y tú me gustas, Patrick.
—Si sigues así voy a… A… Ah… Oh santo cielo… Ah —él realmente disfrutaba de esa caricia amorosa.
El mayor usó su brazo libre para tomar el rostro de ella y acercarlo en un beso apasionado mientras su vientre se empezaba a tensar.
Al pasar los segundos, él intentaba aguantar lo más que podía pero llegó un instante donde hasta su respiración fue errática y desesperada, en la boca de ella mientras se besaban.
Ambos sintieron el final, el inquietante, hermoso, fenomenal final que ella le había conseguido con afán.
***
Una hora después reían de algunos anécdotas del mayor, escondidos debajo de los edredones.
Después de que él había culminado, ella lo limpió con papel toalla que guardaba en el armario.
Se habían estado besando por largos minutos, disfrutando de la complicidad, del silencio que los escondía, y después sin saber cómo, su inicial charla íntima y amorosa llegó a desviarse hasta conversar de pasteles de vainilla caceros hechos en hornos eléctricos.
—Nadie sabe quién soy… Me refiero aquí en Devon, supongo que tendré suerte si voy al mercado y compro un corte de perfecta porción con bizcocho húmedo remojado en tres cremas.
—Hablar de esto me ha dado hambre —ella se quedó viendo el techo después de descubrirse unos segundos perdida en una pregunta que él, como si le hubiera leído la mente, le hizo primero.
—¿Saliste con alguien después de mí? ¿Tu novio volvió a hablarte?
—No volvió a hablarme y, no es que haya salido con alguien pero un par de chicos me invitaron a varios conciertos de la orquesta sinfónica de Londres.
—¿Gustas de la música clásica? —preguntó curioso.
—Me encanta, ellos son… Me refiero a los chicos a los que le acepté una salida. Ellos eran parte de la reserva en la orquesta juvenil.
—¿Eran menores que tú?
—Uno de ellos, el otro tenía mi edad.
—¿Cuántos años tenía el mayor? —la curiosidad se convirtió en un tirón en su estómago, de celos.
—Treinta y seis.
—¿Lo besaste?
—Sí —susurró lento, viendo los ojos del mayor.
—¿Cuántas veces? —estaba incómodo, tanto que sin ser obvio, se sentó para poner mayor atención.
—Nos besamos dos veces, una en la escuela y la otra cuando me dejó en mi casa.
—¿Salías con él, entonces? —eso no me agradó al mayor, su tono fue serio.
—No, supongo que no pudo, me refiero a él, lo llamé en dos ocasiones por tu nombre. Yo no quería nada con él pero era insistente, siempre me buscaba, me llamaba por teléfono.
Patrick sonrió.
—¿Hace cuánto pasó la última vez? Que lo besaste.
—Fue hace ocho meses atrás, creo que un poco más.
—Mh, ya veo —desencajó la mandíbula incómodo.
—¿Y tú, te acostaste con una mujer, me refiero a después del accidente, después de tu novia loca, lo hiciste, besaste a otra?
Él miró a su izquierda, tenía que decir la verdad.
—Cada día pensaba en ti, no podía sacarte de la cabeza. No, no me acosté con ninguna, y si besé alguna lo hice actuando como parte de mi trabajo, te quería a ti.
—Y yo te quería a ti, pero, habías desaparecido del mapa, mi hermano intentó buscarte con sus influencias y tú nombre no estaba.
—Es cierto, no te di mi apellido real por temor de que…
Angie entristeció.
—Ya sé, pensaste que era otra cualquiera, una robafortunas más como con las que habías salido —no lo dijo enojada sino resignada.
—Pero eso fue al principio, luego quería hacer mi vida contigo, por eso no paré hasta encontrarte.
Angie volvió a ver el techo pero después se giró hacia su derecha, le dio la espalda al mayor.
—Está bien, nosotros tenemos tiempo de conocernos. Yo no quise traicionarte sino que no había vivido esa experiencia de llamar la atención de tantos chicos a la vez, chicos atractivos aunque no tanto como tú. Juro que pensaba en ti pero otras veces era triste pensar que no te encontraría, ahí mi ser anhelaba estar acompañada y por eso intenté distraerme con los estudios, acepté tres salidas con dos chicos diferentes, y el que era mayor me recordaba mucho a ti, la primera vez que me besó me tomó desprevenida y la segunda vez fue porque estaba llorando, se aprovechó que estaba vulnerable. Ambos son mis amigos ahora, a ambos les hablaba de ti sin parar.
—Está bien, no pasa nada, no cambies el ánimo, ahora estamos juntos.
El mayor la jaló hacia él y la abrazó.
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