No perdía de vista la casa, su ventana amplia le dejaba espacio suficiente para observar.
En el tiempo que esperaba hizo un dibujo para situar su casa a la espalda de la de ella. Sus jardines posteriores chocaban junto con la de los vecinos como antes lo había percibido sin subir a lo alto, de lado derecho.
Usaba una playera blanca y un pantalón de pijama, si se animaba a enfrentarla no podía verlo así.
Fue al baño y al verse al espejo se espantó.
-¡Aún no me he quitado esta cosa!- Tenía la barba de la película. -Sí, me lo quitaré, ella no me reconocerá así.
“Espera, te estás precipitando, si no es ella vas a verte como un tonto. Pero igual me quitaré la barba.” Se dijo en la mente.
Era un hombre de al menos cuarenta y tres años, ya era bastante maduro, sabía lo que quería y su ímpetu en esas épocas estaba al cien cuando se trataba de conseguir las cosas que necesitaba y ahora la necesitaba a ella, la quería a ella.
Tomó la máquina rasuradora de su maleta de viaje y empezó a cortar con cuidado pero sin tardarse, no quería perderse el momento cuando la jovencita retornara a su casa, las tres ventanas donde podía mirarla si pasaba por ahí eran bastante amplias. Tenía que dar una buena impresión, al menos el corte lo hacía ver ordenado.
Al estar en Canadá se veía levemente mayor al menos en Ontario y en Vancouver pero tenía un look nuevo, no tan distinto al anterior pero la película lo había cambiado.
Después de la barba se vistió también, unos pantalones de mezclilla y un suéter negro con cuello para camisa.
Esperó, esperó sintiendo que el tiempo pasaba lento y cuando estaba a punto de quedarse dormido por el cansancio, escuchó algo que lo alertó.
Era el ruido de un motor.
Al ver el mismo taxi de regreso pasar por la pista, ahí entre ese pequeño espacio que dejaba ver el pasaje de lado izquierdo, un impulso muy grande para ir y verla cara a cara le presionó en el pecho pero aún no estaba seguro si esa joven era la que había convivido con él y si lo fuera no sabía si ya lo había olvidado.
Sufría por eso, temblaba de hablarle y saber repentinamente que estaba comprometida o peor, que se había casado.
Al tocar la puerta frontal para salir por ahí y así darle la vuelta a toda la manzana, se acobardó.
“Hay una mejor manera de saber si es ella. La llamaré por teléfono.” Se dijo en la mente, estaba tan nervioso que sus ojos gritaban “ayuda”, iba a ir en pantuflas, ya había perdido la cabeza. “Te mudaste a la espalda de su casa, pensará que eres un pervertido.” Se acusó, ahora en su mente todo lo hacía quedar mal.
Mientras subía las escaleras rogaba y rogaba que la inmobiliaria y la empresa de diseño de interiores le haya comprado la computadora que quería y que en ese instante que la necesitaba la encontrase en el estudio de donde acababa de salir tiempo atrás.
Subió las escaleras de nuevo y no la vio por lo que fue a buscarla en el almacén de junto donde habían muchas cajas apiladas. Y sí, la encontró aunque había un pequeño problema técnico, tendría que conectarla como hacía con la antigua aunque esta bastante distinta tenía tres piezas y más cables.
Sólo tenía que comprobar su nombre, no podía ser la gran travesía.
Leyó el manual con cuidado intentando seguir a grandes rasgos los pasos con lo que logró encenderla, eso le causó satisfacción.
Se movía en ella torpemente pero no desistió y mientras revisaba entonces se dio cuenta que faltaba una conexión.
“Tengo que conectarla al teléfono sino no podré buscar la dirección.”
Al probar conectar el mismo cable con conexión de su línea telefónica, no pudo conseguir tener acceso.
Se sentó en el borde del ecritorio para pensar.
“La dirección, con la dirección puedo encontrar el número de teléfono.” Esa idea estaba mejor.
Dejó la computadora y empezó a buscar en la guía telefónica, sorteando con su dedo miles de nombres de arriba abajo pasando página por página hasta que tuvo éxito en la número mil novecientos cuarenta y ocho.
“Bonett Lawring” pensó. “Quizá es familiar de su padre.”
Su corazón empezaba a acelerarse y no quería porque no podría hablarle cuando ella responda, se iba a congelar o sufrir un ataque de pánico.
“Calma, calma, piensa en que ella también ha estado buscándote.” Se dio ánimos o al menos lo intentaba.
Empezó a respirar más despacio sentado en su silla giratoria con la bocina del teléfono en el pecho, los oídos le quemaban no entendía por qué, apretaba los labios y mantenía los ojos cerrados, en su mente ya estaba el número de seis dígitos.
“Pregúntale si vive ahí Angie Lawrin, no pasa nada lo único que puede suceder es que te diga que no.” Suspiró. “Y si te dice que sí puedes morir en el instante.” abrió los ojos nervioso. “¡Hazlo ya, oh santo cielo!”
-6, 3, 2, 8, 0, 1…- Marcó con cuidado y empezó a sonar.
El teléfono timbró tres veces y al desesperar colgó.
Marco otra vez, intentó ponerse serio, se puso de pie y vio por la ventana, se irguió tomando la postura de siempre ahora más seguro, suspiró dos veces con profundidad y puso atención.
El teléfono volvió a sonar dos veces y esta vez alguien respondió, una mujer, una voz que casi le quitó el aliento.
-Buenas noches.
Era una voz tan parecida a la de ella, el hombre casi podía apostarlo con su vida porque el corazón le saltó como en un trampolín.
-Buenas noches.- Dijo Patrick en un tono calmo. -Quisiera saber si puedo comunicarme con la Srta. Angie Lawrin.- Patrick no pudo aguantar más la emoción.
La joven sintió que se hacía un nudo en su garganta.
-Ehh sí, con ella habla ¿Quién le llama?- Las piernas de la joven empezaron a temblar, su curiosidad rebasó la norma de los tonos naturales, fue una ráfaga, un torbellino de sensaciones. Sostenía un nombre en la punta de su lengua que incrementaba en su mente de volumen.
-¡No puedo creerlo!..- El hombre guardó silencio por unos segundos. -Llevo buscando a Angie Lawrin por unos años, quise cumplir mi palabra de ir por ella pero no la encontré más…- Lo que dijo fue interrumpido por un pequeño sollozo.
-¿Patrick… Eres Patrick Well?- Su voz se hizo un susurro por no poder hacer que sus cuerdas vocales suban el tono normal, el nudo en su garganta no le dejó hablar. -¿Patrick… El accidente en Ontario, Canadá?
-Soy yo, soy… Yo.- Ahora el hombre no pudo mantener su postura erguida, tuvo que sentarse al sentirse de inmediato abatido y lleno de emoción.
-Mi pequeña Angie ¿Al fin te encontré?- No pudo más, su voz se quebró y ella lloró más.
-Creía que… Te habías olvidado de mí, yo no quise dejarte, es tan larga esa historia… Juro que llamé todos los días a Vancouver, al mismo hotel, a la misma hora.
-Compré un boleto a Londres al siguiente día cuando no te encontré en el aeropuerto…- Intentó decir pero fue interrumpido por la joven.
-Dime ¿Dónde estás? ¡Por favor, quiero verte!- Estaba llorando, con un sentimiento tan notorio que él se conmovía igual. Fue una súplica sin vergüenza.
-Voy a ir por ti, lo prometo, iré por ti.
-No, no cuelgues… Dime cuándo.
-¿Puedo ir ahora?
-¡Ven ahora! ¡Por favor ven, ahora!
-No tardaré… Tengo que decirte cómo pero no tardaré mucho, lo prometo.
-Sí.
El hombre colgó y la joven se levantó del suelo, corrió a su habitación para bañarse y cambiarse de ropa, estaba aterrada, temblaba descontroladamente. Sus ojos estaban brillosos por las lágrimas acumuladas, quería empezar de nuevo el feo hábito de morderse las uñas.
“¡No puedo creerlo, no puedo creerlo!” Se decía incrédula, lo vería, ya no tenía que buscarlo lejos de ahí.
A la media hora como nunca ya estaba lista, sólo estaba secando su cabello. En su mente pensaba qué haría al verlo y todas las situaciones imaginarias la obligaban a abrazarlo y no soltarlo más.
Fue a la sala para estar lista cuando llegara, empezó a caminar de un lado a otro extremadamente ansiosa, de rato en rato salía por la ventana y veía en el principio del camino de su jardín, la entrada que estaba frente a la pista.
***
El hombre tomó más tiempo del que pensó para decidir ir a ella.
Salió por la puerta principal de su casa cuando había pasado cincuenta minutos exactos y rodeó toda la manzana para llegar por el frente de la casa de la joven y sin que toque el timbre, cuando apenas ingresó hasta la mitad del camino del jardín frontal, ella lo vio, abrió la puerta y empezó a caminar hacia él, al estar metros cerca porque el hombre no se detuvo de dar pasos, ella se lanzó a él y lo abrazó muy fuerte.
El hombre sintió que la vida le había regresado, la tenía al fin, en sus brazos. Su frágil cuerpo juvenil temblaba aunque el de él también pero ella desaparecía toda exposición del suyo.
Ambos no aguantaron la emoción de verse y no se frenaron a buscar la boca del otro para un beso cargado de desesperación, de sueños cumplidos, de vida y descanso y además de una llama que se enciende tan rápido sintiendo el mismo calor que sintieron la primera vez que ardió.
Se besaron reconociendo al otro ahí sin llegar a la puerta, se robaban el aliento al mismo tiempo asegurándose de no perder más oportunidades de tenerse.
Cuando terminaron estaban agitados, con lágrimas en los ojos y una opresión leve en el pecho.
Angie tomó de la mano Patrick y lo jaló con dirección a su casa.
-Ven, pasa.- Subió su mano izquierda a su rostro para limpiar rápido sus lágrimas. -Estuve a poco de irme a Vancouver un año más e intentar buscar tu casa de nuevo. No vivo aquí pero puedes quedarte, el tercer piso es prácticamente mío.
-Oh no, no quiero incomodar a tu familia.
-No hay nadie, vienen en tres días. Hay tanto de qué hablar, y quisiera que lo hagamos, ya, porque no quiero que el tiempo pase y al final todo resulte ser un sueño.- Bromeaba a pesar de sus lágrimas y emoción, el hombre también tenía los ojos rojos.
-De verdad no quiero incomodar —no podía creerlo y a la vez se detenía de tener malas noticias.
-No, no voy a soltarte de nuevo, lo juro.- Dijo ella pero de pronto vino una idea a su cabeza. -A menos que…- Lo vio a los ojos. -Estés casado o comprometido.- Su semblante cayó un poco, de todas formas no paraba de temblar.
El hombre también era un manojo de nervios.
-No, yo sólo tengo una novia… Tú.- Su voz emocionada salió de nuevo.
-Lo soy.- Sonrió despacio. -Ven, no hay nadie, vamos.
Patrick asintió, su ánimo mejoró al no escuchar de ella que salía con otro hombre.
La siguió hasta que atravesaron la puerta y Angie cerró.
-Vamos, es por aquí.- Estaba animada, todo era una bendita locura para ella.
El hombre guardaba compostura, se estaba portando como un hombre calmo, caballero, aún sin poder guardar bien el secreto de que ellos no pudieron conocerse antes íntimamente, la necesitaba fuertemente de esa manera pero iría despacio.
Llegaron hasta el tercer piso y él vio todo al rededor, el espacio era amplio y ordenado.
-Es una habitación muy hermosa.- Se sentó en el borde de la cama, cada vez más relajado y tranquilo.
-Voy a decirlo de una vez, lo que ocurrió aquella vez; En la tarde cuando fui por mi hermano no me dejó decir nada, sólo lo escuché que era urgente regresar junto a él, a Londres. Le pedí que me diera tiempo porque necesitaba avisarte pero él insistió y dijo “Voy a localizarlo y le diré que tuve que llevarte de emergencia.” Después de eso no descansé para buscarte y por donde iba no te hallaba, fue una pesadilla.
-Espera, no importa, podemos hablar de eso después. Quisiera que ahora podamos estar juntos, hablar un poco, descansar, mira qué hora es, debes tener sueño.- Los nervios regresaron.
-La verdad es que sí tengo sueño.
-Bueno.- asintió interesante coqueteando con la mirada. -Te ves mucho más hermosa que antes…
-También se te ve muy bien, muy atractivo…- Se sonrojó por lo que él le dijo.
Parecían dos jóvenes enamorados que gustaban del otro pero no se animaban aún a decirlo.
-Entonces te dejo para que puedas descansar.- Su forma de hablar tranquila, cuidadosa, era una manera de pedir permiso. Se sentía un poco comprometido en hacer como si nada y obligarla quizá a compartir la cama.
-Quédate por favor.- Pidió ella en leve tono de súplica.
-Vendré temprano, compré una propiedad en Portsmouth, la verdad es que vivo aquí a la espalda.- Habló sorprendió sacudiendo la cabeza de lado a lado, con los ojos bien abiertos como si no lo creyera. -El tiempo te devolvió de nuevo a mí, como si debiera pasar así. Es increíble lo sé.
Angie abrió la boca sin creerlo.
-Yo llegué hoy en la tarde.
-También llegué en la tarde y luego fui al banco del supermercado para retirar un poco de efectivo.
-Vaya estuve ahí en la fila de caja, una mujer se había puesto enferma.
-Wow, quizá la vimos al mismo tiempo. Y bueno… Hay tanto de qué hablar, vendré por ti a primera hora, lo prometo, no quisiera molestar o presionarte.
-¡No, por favor, no te vayas, quédate!
-¿De verdad quieres que me quede?- Preguntó por última vez.
-Por favor.- Caminó hacia él y colocó su cabeza en su pecho para abrazarlo, el corazón del hombre se escuchaba con fuerza. -Prometo con mi vida que yo no quise irme, yo sólo quería verte de nuevo.
-Sí, te creo no digas más, propongo que hagamos como si no hubiera pasado nada, al igual que hace tres años aprovechemos el tiempo que se pueda para estar juntos, terminemos esas vacaciones que apenas empezaban. Porque al acabar las vacaciones tengo que ir nuevamente a dar clases a Londres.
-Vaya, también estudio en Londres en la Universidad Metropolitana.
-¿En qué facultad? ¿Qué pasó con la carrera de medicina?
-Ya no quise continuar y convalidé en Sociales, ahora curso otra carrera complementamente distinta.
-Eso sí es una sorpresa yo enseño en la facultad de Letras.- El hombre se quitó los zapatos y el suéter y se quedó con el torso desnudo frente a ella.
La joven lo admiró con una sonrisa en los labios y se quitó la ropa delante de él pero esta vez hasta estar completamente semidesnuda arriba y abajo.
Su largo cabello, más largo de lo que él lo había contemplado se quedó alborotado y hacia un lado.
-Alguien estuvo haciendo ejercicio.- Soltó para sentirse natural delante de él, su voz suave quiso hacerlo sentir seguro.
La verdad es que el pudor le quería ganar, tener sólo el brasier y la parte de abajo de la ropa interior era levemente comprometedor, le daba pena, pero no iba a dejar de atreverse o de adular a ese hombre porque así le demostraba que gustaba de él.
-No mucho.- Patrick ladeó una sonrisa contemplando el delicado cuerpo de la joven, subió a sus ojos café claro y dio una mirada intensa de conquista, ese cuerpo juvenil era tan hermoso como una vez lo vió. Se acercó a la cama de forma cuidadosa y se sentó. -Ven, jovencita universitaria, vamos a la cama.- Se quitó también el pantalón.
La cama de angie se sentía cómoda, tenía un edredón fresco que parecía de plumas, era suave a la piel, delicado y confortante para el calor completamente blanco.
Ambos se metieron en la cama al lado del otro, debajo de ese gran edredón que no dejaba verlos delante de otros si quisieran observarlos.
Estaban escondidos y se buscaron ahí para abrazarse, el hombre no pudo evitar besarla, la piel que tocaba con sus manos, tan suave y sedosa así como en permiso concedido sutil de ella con el mismo deseo por él.
Pero al empezar a estar agitado se acurrucó y empezó a hablarle despacio al oído, lento, en susurro de secreto único.
-No voy a permitir que un hermano te lleve lejos de mí una vez más.
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