¿Por qué yo? Capítulo III Me Conoces

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Londres 23 de junio

El lugar donde te vi más tiempo ahora está lejos de mí, recuerdo cuando aún eras una niña y siempre querías jugar con la paciencia del hombre de negro, conoces los anécdotas que te atan a esas mesas de estudiante, conoces la voz que retumba en las paredes durante las clases más pesadas en las tardes, odiabas la oscuridad del ambiente, odiabas ver el verde al fondo del aula, tus gestos de molestia a veces provocaban que quisiera reír sobre todo desde el sexto año cuando todo empezó a ser más complicado y tu voz me hacía feliz después de desquiciar mi paciencia al descubrir tu astucia . Has crecido cuando he visto que tus ojos ya no miraban con timidez, el carácter ha brotado duro en tu madurez y tu forma de escribir es como la de una hermosa mujer.

Te daría permiso para salir del aula pero no soy el profesor ahora en mi mente cuando estoy sentado a tu lado  voltearías a verme y preguntarías las veces que esos tontos te distrajeron si yo alcancé a escribir lo que en la pizarra hace unos segundos desapareció, te diría que sí que no importa la tarea porque en el siguiente ensayo harías un magnífico sobresaliente.

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El joven londinense tuvo que cambiar algunas cosas de las cartas que leía aunque podía escribir, los sentimientos de esa carta eran dirigidos con intensidad de alguien enamorado y si ella veía todo aquello podría asustarse, modificó algunas palabras pero seguían con la misma esencia que a ella le recordaba no sólo que era estudiante sino la época cuando estaba en la escuela.

No quería estar más inquieta tenía que preguntarle si la conocía.

Cuando llegó la tarde el joven quien cargaba el portafolio fue detenido por la suave voz de Hermione a un paso detrás de él.

-Lo siento, las cartas que me escribes son hermosas y me da la sensación de que me conoces desde antes.

-Se las escribo por inspiración de un romántico al que leo, usted me gusta, Srta. Desde que la vi. Y la…- El joven de pronto recordó la forma en que esas cartas estaban escritas a veces con rudeza y le sonaban tan bien como para hablarle a una joven estudiante como ella. -Su insolente silencio me enorgullece, su mirar me desconcierta.

Hermione sintió extraño cuando escuchó esas palabras, las había escuchado antes un único día pero no recordaba cuándo.

-Agradezco tus cartas. Soy Hermione Granger es un placer conocerte.

-Alfonso Maggio. El placer es mío.

Y entonces un pequeño dolor de cabeza hizo que todo el ruido a su alrededor se apague de golpe, los ecos de voces, personas cercanas y lejanas se alejaban dejando un vacío extraño que quitaba toda distracción del recuerdo que la atacó. Esa frase la que él dijo la había escuchado en Hogwarts.

Ella no fue la única que se sintió afectada, el joven al mismo tiempo sintió que un gran peso de encima lo liberó, no sabía de qué pero lo dejó vulnerable y verdadero, tal cual él era comúnmente.

Y así otra ola extraña traspasó a la chica por el estómago, la hizo voltear ligeramente hacia el lado derecho confundida, perdida, sin poder alzar la cabeza del todo, aquel estado en el que se encontraba no lo había vivido nunca. Tuvo que intentar agacharse hasta tocar el suelo con una de sus manos, su cabeza vio el suelo intentando recuperar la normalidad de sus latidos y entonces las palabras golpearon de nuevo sus recuerdos mientras que el rabillo de su ojo derecho grababa lo que en ese preciso instante sucedía, escuchó esa forma de caminar, esas pisadas, los zapatos negros, la capa larga, el pantalón ceñido de esas largas piernas, aquél olor dejando un tacto sutil de aire a su lado.

-¿Te sientes bien, quieres que te lleve a la enfermería?- Alfonso reaccionó yendo hacia ella con rapidez. Cuando Hermione fue al suelo para sujetarse  ahí sin querer las hojas del portafolio que sostenía el joven se regaron el suelo.

Hermione aún no se recuperaba, un parpadeo más hizo que viera al hombre de espaldas yendo hacia la sala principal de exposición en esa universidad de DCAO, sus cabellos negros le dieron curiosidad pero cuando volvió a parpadear para intentar tener clara la visión… Este había desaparecido.

Agitada y pálida respondió como pudo.

-Lo siento, esas hojas en el suelo se ven.- Su voz era cansada, recuperaba el aire y el latido de su corazón con lentitud. -Se ven antiguas.

-Sí, es el escritor que leo, de donde tomo algunas palabras cuando te escribo.- Intentó explicar Alfonso con sinceridad.

La joven empezó a observar atenta, cada letra, cada signo, cada renglón la hacía extrañarse más.

-¡Tú me conoces! ¿Desde cuándo sabes mi nombre?- Se asustó reconociendo no sólo sus iniciales sino la forma en que el presentimiento le decía que todo lo que sus manos sostenían era de ella.

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