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Capítulo I
El regalo de cumpleaños
No busco convencer a nadie para que crea lo que estoy por relatar aquí, solo quiero que se formen una idea de lo que asecha al mundo a cada segundo de nuestra vida, y es imperante que nos empeñemos en buscar a toda costa nuestra propia conservación.
He tenido sueños monstruosos que no deseo ni a mi peor enemigo, he visto cosas tan amorfas de las que los seres humanos no estamos aptos a observar; y he estado en un lugar tan ominoso como la misma meseta de leng o tan temible como la ciudad del R’ilien, en la que habita un extraño ser de forma pulpoide que duerme esperando el día de su despertar para acabar con la raza humana. Estuve en una pequeña isla ubicada tal vez a 3,300 Km. al sur este de Nueva Zelanda. En ese lugar que los nativos coceen como la orilla del mundo.
Mi nombre es Dante de Oriundis, fui maestro de la cátedra de literatura en la universidad de Quinsport en mi país natal.
La historia de estos acontecimientos que estremecen mi vida comenzó una mañana del 2 de agosto, cuando en plena clase varios alumnos como regalo de cumpleaños me obsequiaron distintos presentes; uno de ellos en particular me regalo una estatuilla circular de extraña apariencia, que desde el momento en que me la dio me llamó mucho la atención.
Más tarde en mi casa revisando la estatuilla con más calma noté varias particularidades, media 30 cm de largo por 10 de ancho y 15 de diámetro, era semicircular, tenía varios grabados casi borrados por completo por el transcurrir del tiempo; pero se lograban ver símbolos en forma de espiral y diagonales cruzadas.
No pienso causar una polémica sobre esta figura pero los grabados parecían haber sido tallados por una técnica desconocida hasta ahora y que no pertenece a ningún lenguaje conocido para el hombre, tan ominosos son los grabados y lo que sugiere que el simple hecho de observarlos provoca un estremecimiento involuntario. No puedo asegurar de que material fue hecha, pero parecía mohosa como si hubiese estado sumergida en el mar por mucho tiempo y tenía una textura extrañamente lisa y acartonada a la vez.
Tales fueron las extrañezas que note en ella que al día siguiente le pregunte a mi estudiante en donde la había conseguido y me comento que se la habían obsequiado a su padre un mendigo y ebrio lugareño en un pequeño pueblo al este de Nueva Zelanda llamado Alexandra.
Esa misma noche comencé a tener sueños demenciales, soñé con un mundo primitivo en donde podía contemplar un mar de aguas negras en un planeta oscuro; sin ninguna forma de vida a la vista, y del cielo vi bajar algo que tenía la forma de un tonel de madera, de tamaño descomunal, con un pelaje negro como el carbón en donde se podía ver (ya que todo el cuerpo estaba cubierto de unos grandes ojos negros llameantes, que daban la impresión de observar en todas direcciones), en lo que parecía ser su cabeza se notaba una larga y musculosa trompa muy parecida a la de un elefante adulto y debajo de ella tenía 4 pares de colmillos tan grandes y afilados que harían sonrojar a un dientes de sable. Este animal cayó muerto o tal vez inconsciente en el fondo del mar negro.
A partir de ese momento la influencia que causo en mi la figurilla se incrementó de tal modo que no tarde en renunciar a mi empleo y alistarme para viajar a Nueva Zelanda.
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