La biblioteca Capítulo 4 Compras y Rubor

Cerca de la media noche al escaparse un poco más temprano de lo usual, Verónica fue a la casa de sus padres donde su mamá la recibió por la parte de atrás a petición de la chica, ya que esta no quería encontrarse con su progenitor porque aún seguía molesta con él. 

La madre le hizo entrar hasta su habitación y ella se sentía como si fuera una ladrona aunque con una angustia terrible y rencor en su corazón, le levó unas palomitas y la acompañó las primeras horas donde ambas veían una serie de televisión y a la vez intercambiaban algunas risas y anécdotas de la casa y del club, aunque cuando su progenitora quiso empezar a entrar en esa conversación donde debía arreglar las cosas con su padre, Verónica se incomodó y le dijo que ya era tiempo de dormir. 

Esta joven tenía muchas ganas de hablar de su trabajo con su madre y contarle que le iba súper bien pero sabía que si decía algo ella terminaría tarde o temprano contando todo a su padre.

Extrañaba mucho a su padre, porque cuando no le criticaba sus estudios o cuando no le animaba a que estudie una segunda carrera de contabilidad, la llevaba casi todas las semanas a cenar solos y charlar. Su padre era un hombre responsable, exigente sobre todo con ella pero también la trataba como si fuera un diamante el cual él debía pulir por algún motivo, odiaba esos otros espacios donde la hacía sentir aún como una niña o que le faltaba crecer, ella ya no era una niña.

Cuando su madre la dejó sola acostada en su cama, desparramada viendo el canal de los documentales, ella empezó a mirar el cabello de este señor quien no le importaba estar sucio con tal de encontrar el mejor ángulo para una buena toma de una llamativa serpiente color amarilla la cual se escurría entre sus dedos.

Y entonces ahí sin ningún motivo o razón recordó al lector que parecía profesor y se imaginó que este explicaba algunas clases algo similar al señor cocodrilo y en la misma situación de concentración, vio hacia el techo desviando el tema de la tele para enfocarse en su trabajo y sobre todo en la seriedad de este sujeto adulto bien ordenado, el respeto y sobre todo el carisma con la que la trataba, nadie aún le había tratado así porque todos en ese lugar le hacían sentir como una empleada más de la biblioteca pero este hombre le trataba como una igual en el mismo ambiente de lectura, se sentía adulta, especial. 

Había tenido días duros de estudio mientras estaba en la biblioteca y tener un lector amigo le daba aún más ganas de esforzarse a seguir experimentando el lugar, las labores diarias, los estudios y sobre todo notar que algo había de atractivo en observar y tener un poco de control, ella daba la orden de qué se anotaba, ella controlaba el lugar e incluso controlaba las salidas de los libros.

Lo único en lo que no tenía control era en esos raros pensamientos de elección, de saber qué era interesante y qué no.

Hay algo en él que… Que me gusta, quizá es su forma de vestir, o su forma de hablar. La joven pensaba otra vez en él.

***

Al siguiente día en la mañana.

Verónica estaba en el súper mercado comprando un poco de fruta mientras escuchaba con unos audífonos grandes algo de música rítmica de percusión, bombos, tambores, bajos, xilófonos. Vio el reloj grande colgado al final del pasillo y notó que apenas eran las diez y media de la mañana.

A pocos metros de donde estaba ella un hombre la observaba, alto y bien vestido, de piel castaña y ojos claros, cualquiera que lo mirase podría reconocer fácilmente su origen de oriente medio. Este había seguido sus pasos por unos días sin dirigirle la palabra o atreverse ya que era muy tímido. Le gustaba, creía que estaba enamorado de ella desde la primera vez que la vio.

Al no perder de vista sus pasos se dio cuenta que ella estaba a punto de pagar en una de las cajas rápidas, la siguió hasta el final del pasillo hasta la puerta de salida donde ella cruzó la calle y llegó a la esquina para entrar a una librería. Se dio la vuelta para irse y mejor intentarlo más tarde cuando la viera otra vez en ese ambiente cómodo de lectura.

Vero había frecuentado ese lugar algunos días porque le encantaba llevar libros para su nueva colección en su pequeña biblioteca, una repisa amplia de al menos dos metros cuadrados que casi ocupaba una pared del mismo lugar donde dormía, ella sentía que debía llenarla rápido si se podía, aunque tuviera que comprar de nuevo los libros que había olvidado en la biblioteca de su padre, no quería más nada de él, estaba enojada y era mejor empezar a ser independiente en todo, hasta en sus libros. 

Hill no esperaba encontrar a un actor ahí dentro, cuando lo vio quiso correr, taparse, atravesar las paredes porque justo estaba a un metro de la salida, los nervios le hicieron dar un paso hacia él ¿Por qué caminó hacia él, acaso era parte de la costumbre? Él  devolvía un título el cuál no pudo apreciar bien, la tapa era roja oscuro como el vino pero las letras eran brillantes, al verlo sólo abrió la boca de forma exagerada e hizo como si se asustaba para darle la espalda e irse lo más rápido que pudo al fondo, el mayor se dio cuenta y giró sus ojos en un gesto aburrido, siguió sus pasos aunque se tomó su tiempo. Encontró a la joven escondida detrás de un enorme atlas que apenas podía sostener por el peso y la inmensidad porque estaba abierto de par en par.

-Tu cara me suena de algún lugar -sonó serio e incluso fruncía el ceño un poco, le quitó el atlas y ella tenía ese gesto travieso y avergonzado.

-Sr. Rickman ¿Cómo se encuentra? -su voz salió un poco alterada aunque se arregló a formal en pocos segundos mientras acomodaba sus ropas informales y juveniles, no eran los mismos atuendos de oficina relajada que usaba en el trabajo.

-Mh, sabía que la había visto antes… ¡Qué extraño! ¿No trabajas en una biblioteca? -preguntó para intentar reír de lo extraño que era verla ahí.

-Sí por su puesto -contestó animada y con fluidez.

-¿Qué haces comprando libros entonces? -acusó con una ceja arriba, le parecía absurdo comprar libros cuando tenía a su disposición, millones.

-Bueno… Primero le hago la misma pregunta y segundo pues… -pensó qué decir muy rápido y encontró las palabras exactas-, Los libros de la biblioteca siempre serán de la biblioteca pero los que compre serán míos -asintió como si le hubiera dado “La respuesta”-, por eso compro, compro para mi propia biblioteca.

-Ah, ahora entiendo -Alan hizo como si pensara y a la vez asentía para hacerle ver a ella que comprendía.

Pero al pasar unos segundos ambos rieron sin razón o posiblemente había sido por toda la experiencia un poco incómoda de encontrarse con alguien que habían tratado hace poco.

-¿Y por qué se esconde de mí? -Ya tenía una sonrisa seria en los labios.

-No lo sé, creo que porque me da pena que me vea en estas fachas -se señaló así misma y sus tenis, unos tipo vans que se veían cómodos y estaban llenos de lunares de colores.

Rickman le señaló sus zapatos, resulta que su estilo era un poco similar y entonces otra vez sonrieron sin decir nada más.

El actor aún con una sonrisa en el rostro y el ceño un poco fruncido, admiró sus ojos claros color café y el rubor en su rostro, pensó que ofrecer llevarla en su camioneta hasta su casa, podría poner esa situación un poco incómoda en una más relajada.

-¿Tienes cómo regresar a casa?

-Oh, sí claro, me iré en ómnibus -ella se puso aún más caliente de las mejillas y no sabía por qué, nunca le había pasado que un amigo le hubiera ofrecido llevarla a casa, es que su padre siempre la llevaba. Y tampoco le había pasado que una persona la pusiera tan nerviosa ¿Era algo con la voz del lector? Sí, quizá era eso.

El mayo hizo la voz normal aunque un poco grave por inercia.

-Pensaba que querrías ir en mi camioneta, mi departamento está relativamente cerca de aquí. 

Ella por estar nerviosa no entendió bien al principio, no sabía si la estaba invitando a su departamento y aquello le provocó un poco de calor en la frente.

-Am… -tenía que decir algo rápido pero no sabía y ya se estaba odiando.

Se dijo: Debe tener una novia, no creo que sea soltero ¿Por qué me está invitando a su departamento?

-Puedo llevarte a casa -insistió el actor con seria amabilidad aunque con tono creído.

Ah, me quería llevar a casa, ya estaba pensando mal… ¡Cielos! ¿Qué hago? Si me ven en la camioneta de ese hombre sin saber quién es van a decir que estoy desesperada o peor que consigo el dinero de mala gana ¡Bendito Croydon!  ¡Toda la culpa la tiene mi papá, ay lo odio con el alma! Verónica eres una tonta.

Rickman empezaba a impacientarse.

Siempre con la moto y justo hoy la dejas. La chica no paraba de juzgarse.

-Gracias pero no puedo, lo lamento, aún me voy a quedar por aquí, ah, es que… Viene alguien por mí -mintió, no le gustaba hacerlo porque era notorio cuando lo hacía. Resopló porque al menos se libró. Empezaba a arrepentirse ya que no gustaba mucho del ómnibus.

Rickman asintió apretando los labios.

-No te preocupes -con un aire digno alzó la mirada e hizo una venia imperceptible-, Hasta luego, quizá nos veamos más tarde.

-Hasta luego Sr. Alan, seguro que sí nos vemos.

Cuando el actor se fue, toda tensión de su cuerpo desapareció y no sabía por qué pero la noche que pasó había estado soñando con él en la biblioteca, nada importante, sólo lo veía estudiar y estar atento a sus lecturas.

-Disculpe, no se vaya a olvidar de pagar los libros que puso en su bolso -la joven de la caja le sonrió con timidez, no era el mismo chico que le atendía siempre al cual le prohibía que le entregue una bolsa de plástico o papel.

***

Al llegar la tarde antes de irse a leer, el actor revisaba su correspondencia seleccionada por Charles quien era su asistente y representante para las películas nuevas que estaba apunto de hacer.

Veía todas esas cartas de jovencitas inglesas y americanas tan emocionadas por trasmitir el amor que sentían por él, otras no eran tan jovencitas y además no tenían mensajes precisamente inocentes, sin embargo suponía que para charles le había sido llamativas algunas fotografías que encontró dentro de esas adornadas misivas en rosa y amarillo papel.

Tenía delicadeza con esas cosas.

Tomarse el tiempo para aquello era en cierta medida satisfactorio, le agradaba recibir críticas ligeras y otras muy inteligentes con respecto a su trabajo tanto en teatro como en el cine y no soportaba las cartas donde ciertas personas se creían expertos e intentaban afirmar cómo era él haciendo comparativas con otro actor inglés,  aquellas no le agradaban aunque siempre había algunas excepciones que le hacían sentir alabanza y admiración, esto hacía crecer su ego aún más de lo que se permitía cada mes. 

A veces el actor decía que deseaba tener más tiempo porque era imposible acabar todas esas cartas y sobre todo, nunca podía responder. 

Su entorno era tan ruidoso, su entorno estaba lleno del ambiente de actuación algo que por su puesto adoraba pero otras veces quería detener. 

Desde que había empezado a obtener fama, volver a una vida sin gritos y flashes era casi imposible, siempre tenía que camuflarse, esconderse o peor siempre permanecer en los mismos ambientes ya conocidos. Deseaba algo más natural, que sobre todo lo desconecte a veces, deseaba otros paisajes y significados aunque aún no sabía qué con exactitud.

Él en la mayoría de entrevistas exponía que se esforzaba por hacer cada uno de sus trabajos lo suficientemente bien y en los últimos dos años apenas se abría delante de él un enorme apogeo y aceptación que el pensaba iba sólo a crecer, no más a volver a ser las cosas como antes.

Tenía buenos presentimientos y ahora se asomaba a él un pequeñito secreto, estaba un poco distraído y curioso, primero en estudiar mejor y segundo en conseguir más tiempo para ir a esa magnífica biblioteca.

***

-Buenos días ¿Qué hace la dueña y señora de la biblioteca? -el adulto se quitó el saco y de su bolsillo del pantalón entregó a la chica su carné, como solía hacer, lo arrimó muy cerca de la computadora de ella.

La joven sonrió y seguido de esto, con mucho entusiasmo le contestó:

-Buenas Noches señor Rickman, me da gusto verlo -sonrió amable.

-Eso no pasó en la mañana que parecía querías huir de mí. 

Ella tecleaba los datos y la fecha cuando empezó a encender sus mejillas con rubor.

-Lo siento -sin mirar estiró su mano para guardar la tarjeta que hacía sobre el mostrador y sin querer chocó con los dedos del mayor, al sentirlo lo miró, se dio cuenta de la ropa, de su estructurado aspecto y orden y chocó con una sonrisa coqueta de él, el mayor arrimó más la tarjeta para que la tomara-, es que me daba pena que no estaba vestida como vengo a trabajar – fue o único que pudo decir

-No te fijes en eso -su gruesa voz la atacó-, ¿Qué lees ahí? -se atrevió a bordear el mostrador y acercarse a la pantalla de la computadora.

-Ah, esto, es una obra de teatro “Ojo por ojo, cuerno por cuerno” Georges Feydeau, debo analizar la obra y hacer un resumen, es mi tarea de maestría.

El mayor miraba la pantalla y leía un extracto muy comprometedor.

-Sí lo he leído tantas veces como para memorizar la obra en mi cabeza -sonrió frente a ella y luego regresó a estar frente del mostrador-, Rédillon es mi personaje favorito -pronunció perfecto el nombre francés, le guiñó el ojo a la chica y ella bajó la mirada con timidez.

Resulta que coincidía con él.

-Qué cree que también el mío, siento que es el más sincero a pesar de todo.

-Que te vaya bien en esa tarea, con tu permiso me voy a estudiar también -se despidió con amabilidad.

-Siga.

La chica se quedó sonriendo por nada con las mejillas encendidas y luego regresó atenta a lo que hacía.

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“Si tan solo la vida pudiera ser un poco más blanda y el arte un poco más robusto” – Alan Rickman

 

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