La biblioteca Capítulo 3 Su Sonrisa

El actor escribía sobre la mesa de su sala intentando estar concentrado, su novia no podía dejar de hablar por teléfono, casi tenía dos horas enteras.

Preocupado por una angustia repentina decidió preguntar, no era uno de los que se metía en las cosas de los demás, de hecho a ella le daba mucha privacidad pero esta vez algo presentía y tenía que curiosear.

-¿Con quién hablas tanto?- Su tono fue curioso, elevado un poco a enojado.

Giró el cuerpo hacia ella después de dejar su libreta y pluma sobre la mesa.

-Es Monik, mi estilista, sabes que debo coordinar con ella antes de verla, es muy solicitada.

-¿Qué se supone que estás coordinando con ella, la pintura de uñas de todo un año?- No pudo ser más sarcástico.

-¿Y si es eso qué tiene de malo?

-Mmm nada, olvídalo.

Sé paró y fue hacia el balcón, empezó a ver cerca del barandal la calle y los autos particulares que iban y venían. Giró un poco hacia la derecha, vio la silla de descanso y pensó que era una genial idea intentar dar una siesta con ese leve sol que caía bajo la sombrilla.

///

Estudiaba en la biblioteca, solo, no se escuchaba ruido como siempre.

Alzó la vista y todos los libros ahí parecían desaparecer tan sólo para dejarle ver en cámara lenta a la persona que caminaba detrás de ese gran estante. Era una atractiva mujer de cabellos claros, lacios, hermoso parecer y labios rojos.

Ella al llegar a la esquina volteó a verlo y siguió de largo perdida entre las repisas y libros que aparecían y desaparecían.

Alan se puso de pie para ir al mostrador y pedir ayuda con un libro que no estaba en ese pasillo.

Al salir de su lugar caminó inseguro hasta el mostrador frente a la gran entrada, intentó ver a la mujer que se escondía afanosa de trabajo detrás de la pantalla, su rostro no se distinguía pero despertaba en él una emoción que no había sentido antes.

Quería hablarle por su nombre pero no lo recordaba. En ese instante se sintió el hombre más torpe del planeta, la seguridad y leve soberbia de su personalidad parecía haberlo abandonado un poco.

-Srta. Disculpe, necesito un libro.

La bibliotecaria volteó, detrás de ella había un fuerte resplandor que dislumbró sus ojos como si estuviera contra luz y entonces cuando ella se acercó para tomar el cartón de pedido puso su mano sobre él, se desvaneció la niebla de luz intensa sobre sus ojos dejando que el hombre aprecie su sonrisa, la sonrisa de esa hermosa y joven mujer.

-¿Quisiera que lo hagamos en el pasillo, señor?- La voz de la mujer salió misteriosa, en tono fuerte y provocativo.

-Yo no sé… De qué me habla, Srta.

El rostro de ella tan cerca al de él lo puso nervioso, tanto que de inmediato su mente intentó recordar otra situación así de molesta. Se acercó más a su oído y le habló en un susurro adoroso, despacio como saboreando las letras.

-Sí desea podemos jugar al profesor y la alumna sobre aquella mesa de su pasillo, yo me pongo de espaldas y usted usa la regla de corrección contra mí para castigarme.

Alan cerró los ojos y se dejó envolver por esa sensual voz imaginando aquellos labios rojizos cerca del payar de su oreja.

-No, no, no estaría bien, no sería prudente. Yo… Tengo que irme.- El hombre asustado intentó huir pero ella fue muy rápido detrás de él.

Cuando este terminó de alzar sus cosas concentrado en la superficie de su mesa se dió la vuelta y al avanzar rápido chocó con ella, su muslo derecho y pelvis la tocó en la espalda, más específicamente en su trasero, mientras esta niña esperaba en el borde de la mesa de junto inclinada hacia adelante, dándole la espalda al mayor y además una vista de infarto, tenía un uniforme tipo escolar con una falda corta color blanco o rosa exageradamente pálido.

Sintió temor y corrió al mostrador para recoger su identificación, ahí estaba ella nuevamente.

-Ohh ¿Verónica?- La vio bien, era la joven que conocía bien, la que nunca paraba de escribir, estudiar y trabajar.

Se sintió más relajado, su corazón empezó a normalizar los latidos.

-Sí señor ¿En qué puedo ayudarle?

-Es que… Hay… En mi pasillo, una niña, una joven de escuela con uniforme… Esta niña… Una estudiante, me estaba… Provocando.- Dijo lento sin perder el característico tono serio de su voz.

-¿Qué te estaba provocando?- Se extrañó Verónica.

El fruncir de aquel delicado ceño lo hizo detenerse de acusar a la niña del pasillo.

-Nada, olvídalo, provocaba que me enoje. ¿Dónde están los baños?- Necesitaba relajarse aún más, con los nervios alterados no podía conducir.

-Pero sabes dónde, Alan.- Verónica volvió a verlo raro como juzgándolo. -No te preocupes.- Sacudió la cabeza. -Es aquí a la derecha.

Alan se apresuró en entrar al baño, en la pileta mojó su rostro mientras dejaba sobre este su libreta, un guión y una pluma. Después fue al baño apresurado, sus cosas las guardó en su largo saco.

Cuando entró cerró la puerta con rapidez y se recargó en la pared hacia atrás con la cabeza viendo arriba, una de sus manos tapó sus ojos para obligarse a cerrarlos, cuando hizo esto la sensación de los glúteos de ella en su pelvis lo estremeció no sólo una vez sino una y otra y otra vez.

“¡No, eres una niña!” Se dijo en susurro sin evitar ver esas imágenes pero sobre todo quiso evitar sentirlo en su pelvis cada vez más fuerte, cada vez más real.

-¡No!- Gritó de verdad y Verónica lo escuchó desde el mostrador.

La joven corrió al sanitario de hombres y se metió, encontró a Alan al ver por debajo de los sanitarios unos zapatos muy limpios, los zapatos de Alan.

“¿Qué me está pasando?” Se dijo el adulto.

-¡Alan, abre la puerta por favor, dime en qué te ayudo!

-No, es que tengo un problema.- Su gruesa voz expresó un poco de temor.

-¡Por favor tengo que ayudarte, déjame entrar!

-No, de verdad no puedes entrar.- Vio hacia abajo, tenía una gran erección.

-De verdad puedo ayudarte ¿Quieres que llame a alguien?

-No, sólo déjame sólo un momento.

Abrió los ojos y vio su mano derecha tocando su intimidad, el cierre de su pantalón estaba completamente abierto, al ver esto se espantó y abrió los ojos asustado.

“¡Woww qué es esto!”

-¡Dios mío esto es una pesadilla!- Dijo en voz baja.

Verónica quien pegaba su oído a la puerta escuchó y se puso nerviosa.

-¡Por favor, por favor juro que no te voy a incomodar, sólo quiero ayudar!- La joven se escuchó preocupada.

El hombre intentó cubrirse viendo hacia la esquina ahí en las bisagras de la puerta.
Después de luchar contra él mismo intentó calmarse, subió la mano y abrió el pestillo, después devolvió su mano apretando su pelvis sin tocarse más de la cuenta.

Verónica entró buscando al hombre. Lo vio de espalda y volvió a preguntar.

-¿Qué pasó, acaso te duele algo?

Alan respiraba agitado con los ojos cerrados, la coronilla de su cabeza tocaba la mitad de la pared y la mitad del marco de la puerta sobre la bisagra superior.

-No me vas a creer pero una jovencita se me insinuó, me tocó aquí abajo y no precisamente con sus manos, ahora no puedo sacar la sensación de mi cabeza y no precisamente porque me haya gustado, creo que me estaba torturando.

-Tranquilo… ¿Quieres que te lleve a casa?- La preocupación de ella le causó ternura. Volteó por curiosidad, subir su mirar hacia los ojos de ella, despacio, muy muy lento.

De verdad era Verónica, la amable y servicial chica de cabellos castaños claros, tenía esos labios rojizos únicos los cuales había apreciado desde que la conoció.

-No.- Parpadeó lento. -Todo está bien.- Movió la mano en un gesto de que tenía todo controlado.

Verónica se quedó viendo a los ojos del hombre sintiendo muchas ganas de abrazarlo y así lo hizo.

Sé lanzó a abrazarlo.

Alan la recibió primero sorprendido pero después muy natural correspondió rodeándolo por la cintura con gusto, hasta que ella susurró algo despacio cerca a su oreja.

-Alan… Tú me gustas… Soy tu fan.

El hombre sintió un golpe muy fuerte en su vientre, escalofrío que atravesó toda su columna vertebral junto a una corriente creciente en sus muslos el cual se concentró en su pelvis y salió de él como un fastasma que lo había poseído.

Después de eso despertó de golpe al escuchar la voz de su novia.

//

-Cariño, te dije que me voy a ir al salón de belleza.

-¿Qué?- Se sintió desorientado y de inmediato al darse cuenta puso sus manos sobre su pelvis, el sueño lo había humedecido dentro de la ropa interior.

-Nada, Alan, sólo saldré un rato, hay comida en la refrigeradora.

Alan volvió a la realidad, se preguntó si no tener la misma relación que tenía antes con su novia le estaba afectando el cerebro pero pensó más sobre todo en mantener la calma y buscar la raíz del problema apuntando a algo específico.

-Vale está bien.- Movió la mandíbula a un lado sintiéndose otra vez, solo sin poder contarle sus problemas a alguien más.

“Otra tarde de rutina” Se habló en la mente intentando darse ánimos.

Al escuchar que la novia cerró la puerta al salir se puso de pie y marcó las teclas de su celular.

“¡Contesta, amigo, porque tengo que bañarme nuevamente!” Apretó entre dientes aquellas palabras ahí en la intimidad de sus secretos.

-Steven, hola, perdón pero ya no voy a analizar ese guión que me enviaste, aquél de los adolescentes para Disney.

-Pero ¿Por qué no?

-No, ahora tengo una película por delante que voy a grabar y prefiero concentrarme en ello.

-No es posible que me descartes así. Mira, propongo darte tiempo para pensar, quizá unos meses será suficiente.

Alan pensó bien qué responder, el otro trabajo también se veía interesante.

-Mmm pues sí creo que será mejor pensarlo pero mientras tanto no voy a leerlo más… Por ahora, no quiero saber nada más que este otro trabajo que se me viene encima con los productores de la película de HP.

-Está bien, lo que menos quiero es recargarte de cosas. Cuídate Alan.

-Hasta pronto, Steven.- Colgó y frunció el ceño. -No leeré más cartas de Fans adolescentes en los próximos meses.

***

Al día siguiente

Llegó a la biblioteca más temprano que otros días, casi tres horas antes, no había almorzado nada, quería estar concentrado en su guión.

Al acercarse al mostrador no estaba Verónica sino una jovencita con pinta de oscuridad.

No quiso saludar para evitarse problemas, pensó que sería buena idea meterse sin avisar y sin registrar su estadía, el sueño lo había dejado levemente traumatizado.

Así lo hizo, mejor esperó a que llegue su joven y conocida amiga Verónica.

***

No se movió de su pasillo en dos horas incluso aguantando las ganas de nivelar su hidratación, rogó que en muchas horas nadie lo reconociera, se quedó quieto y en silencio pensando que aquello era suficiente para pasar desapercibido y esperar a Verónica.

Y esta preciosa jovencita llegó, apareció al principio de su pasillo con una sonrisa sorprendida viendo hacia donde él estaba sentado.

El mayor al verla más cerca se sintió aliviado, no pudo aguantar una sonrisa de alegría.

-¡Ey, Alan!- Hizo la mímica de un saludo fuerte pero la verdad es que casi no se escuchó su voz, alzó la mano junto a ese llamar de atención y movimiento de sus labios.

-Pequeña amiga qué bueno que llegaste, me metí a la biblioteca y no me registré.- Metió la mano en su bolsillo y sacó su carnet para entregárselo.

-Sí se me había hecho raro que al ver la lista de los que estaban leyendo no encontré tu nombre.

-Lo siento es que es una historia larga… Lo que sería importante saber es…- Pensó. -¿Por qué no estabas hace unas horas?

-Es que trabajo en el turno tarde.

-Ahh, ahora comprendo. Entonces vendré en tu horario de trabajo para no cuidarme tanto del ruido o que ocupen mi lugar.

No podía decir aunque quería eso de que era famoso y evitaba que lo reconocieran, no podía decir aquello porque la joven no tenía ni idea de quién era él.

-Sí, yo intentaré siempre reservar tu sitio.- Dijo Verónica respetuosa y amable.

-Graciasss.

Cuando se había dado cuenta, su joven amiga estaba sentada frente a él.

Contempló su risa, su ternura, su belleza fresca y sintió admiración.

-Sabes, no creo que haya alguien en esta biblioteca que haga un mejor trabajo que tú. Haces que me sienta tan cómodo, este lugar es de cinco estrellas y es gracias a ti no por el joven dueño que tiene.

Verónica se puso roja al sentirse halagada por lo que escuchó.

-Oh vaya.- Hizo una pequeña pausa y parpadeo lento. -De verdad aprecio tus palabras y lo que estas me comunican, esta sensación de gusto y comodidad, Alan. Me haces sentir feliz.- Se puso de pie, el mayor también lo hizo de inmediato. -Si me necesitas ya sabes dónde encontrarme.- Señaló con su mano.

Alan se adelantó a ella para estar muy cerca. Se formó esa mirada pícara y soberbia en su rostro.

-Espera, de verdad aprecio tu amabilidad y respeto… Y bueno…- Hizo una sonrisa de lado profundamente coqueta. -No me diste un beso de saludo como suelen hacerlo las señoritas estudiantes de maestría decentes.

La joven vio sus ojos y sonrió divertida.

-Perdona, soy una maleducada.- Fingió una disculpa, se acercó a él, se paró de puntillas levemente para intentar alcanzar su mejilla izquierda, el mayor se inclinó un poco hacia delante y ella lo alcanzó depositando un suave beso de esos hermoso labios rojizos. -Buena tarde, Alan

-Bueno, Verónica, ahora ya puedes irte.- Hizo un ademán de importante y serio. -Buena tarde, joven amiga.

No era tan malo ser un poco coqueto o expresar su galantería de vez en cuando sin incomodar a esa nueva amiga, la chica era buena, una joven buena,inteligente, hermosa y trabajadora, alguien que no era de su mundo pero a la vez que de alguna manera le hacía sentir normal, un hombre normal, esa jovencita era feliz y se sentía bien estar cerca de ella para verlo.

-Tranquilo, Sr. No volveré a molestarlo.- Verónica le habló caminando hacia su lugar rompiendo un poco la regla de silencio. -¡A estudiar eh!- Añadió y alzó la mano derecha en exigencia. Lentamente su figura desapareció al final del pasillo.

Cuando la joven se fue el mayor se sentó nuevamente, bajó la mirada a su guión que estaba abierto por la mitad y dibujó otra sutil sonrisa, después alzó la mirada a donde ella dejó el rastro invisible de sus pasos y quiso decir algo más al aire. Pero se aguantó por la prudencia de su carácter.

“Es una jovencita educada, sus padres deben sentirse orgullosos.” Se dijo en la mente y siguió en su faena de estudio.

***

Al terminar el turno se despidió de la joven y salió para subirse en su camioneta, desde ahí esperó que ella salga para ver de nuevo cómo esta se alejaba en su pequeña motoneta por la calle.

Arrancó el motor y manejó en el estacionamiento hasta salir e irse de lado contrario de la calle, opuesto al camino que ella tomó, cuando llegó a casa cerca de las doce dejó su llave sobre la mesa de centro después de abrir y cerrar, ingresó a la habitación para contemplar a su compañera pero esta ya estaba dormida y tapada hasta el cuello con las frazadas.

“Hoy dormiré en la habitación de invitados.”
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“No hay más que dos medios para librarse de la pesadilla del paso implacable del tiempo: el placer y el trabajo. El placer agota y el trabajo fortifica” – Charles Baudelaire

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