Snape fuertemente enojado, lo único que pudo hacer fue cubrir a Hermione con el cuerpo y desaparecer.
Sí, era posible que fuera el culpable de ese accidente, porque si hubiera escuchado a Hermione, si mejor se esperaban en la noche y compartían un momento íntimo acostados en la cama, no hubieran tenido molestias o espectadores.
Peor aún, a Lucius, observarlos quién sabe desde qué tiempo en el reloj, que ellos disfruten con sonidos apretados en sus labios, el nombre del otro. ¡SANTO MERLÍN! ¿En qué estaban pensando?
La sangre del pocionista le estaba hirviendo justo cuando sus pies tocaron el suelo de su casa, lugar donde ahora iba a dormir con ella las veces que se pudiera.
—Lo lamento, lo siento tanto, no creí que fuera capaz de ingresar. ¡Mafoy es tan imprudente! Voy a hacer algo, tengo que hacer algo… —estaba furioso,caminó de lado a lado y luego se peinó el cabello largo. Su agitar no sólo era por el cansancio exagerado que había provocado el latir veloz de su corazón, era rabia, muchas ganas de matar a un mago.
Snape tenía en cuenta que Lucius, desde esa vez que miró a la chica al entrar a su casa, aquél día donde se reveló que Draco sería padre, ese día vio las intenciones del mago estirado, esa mirada lasciva sobre Hermione Granger, quién sabe por qué razón espantosa.
—Severus, ya no podemos hacer nada. Primero te olvidas de poner el hechizo silencioso en mi habitación y ahora te olvidas de proteger el lugar donde no paraste de insistir para… —hizo pausa y luego bajó su alterarse, suavizó la voz porque se controlaba con él, no quería faltarle o dar una mala impresión—. Muero de la vergüenza, me ha visto desnuda y quizá mucho más de lo que creemos. No queda nada que hacer, no importa, ya no podemos hacer nada.
—Lo lamento, de verdad lo lamento mucho, iré a buscarlo e intentaré convencerlo de borrarle la memoria. Es un momento bochornoso y además detesto con todas mis fuerzas que tenga grabada tu figura en su mente pervertida.
—¿Por qué dices constantemente que es un pervertido?
—Lo conozco desde que era un niño, y lo conozco bien.
Hermione lo miró, el hombre no había estado tan molesto desde que lo vio en Hogwarts por última vez, antes de que lo mate el mismísimo Voldemort.
***
En otro ambiente que no era Malfoy Manor, un hombre se comía las uñas nervioso. Un profesor de cabellos cortos se escondía detrás de una cortina al lado del aula donde encontró a su ex compañero Mortífago, Severus Snape, en expresiones amorosas compartidas con su preciosa novia.
El pensamiento del mayor era “No me buscará donde se supone no tengo que estar, Severus me matará y no le será tan fácil” pero Snape no era como otros, ya lo buscaba y no iba a tardar en encontrarlo. A Lucius, no le quedó más que aparecer en casa de su hijo, tocar la puerta de forma violenta y ver a todos lados de forma obsesiva, sí entendía que pronto tendría un lazo en su cuello apretando su garganta hasta desmayar o por lo menos con decencia, morir rápido.
—¿Qué está sucediendo, quién toca así? —Draco fue hasta la puerta y abrió de golpe. Estaba apurado porque tenía cosas que hacer.
El rostro de su padre se adelantó a él con una ceja alzada.
—¡Déjame entrar! —no quiso dar explicaciones hasta estar en el interior del lugar.
—¿Qué haces aquí? ¡Merlín, estás todo sudado! —Draco lo veía de pies a cabeza, sobre todo en el rostro por donde el mayor lucía una transpiración significativa.
—He venido corriendo para no ser detectado, bueno, la mitad de camino lo aparecí —arrimó a Draco a un lado cuando se metió sin permiso hasta su pequeña sala y casi a la entrada de la cocina abierta.
Se quitó el saco, y la camisa de vestir, se quedó sólo en una camisa de algodón color blanco. Moría de calor, se sentía asqueroso estar así.
—Lucius, tienes una mansión enorme ¿Qué quieres en mi casa? —insistió su hijo, de verdad le extrañaba que su padre esté en su departamento.
—Me escondo de Severus Snape, y no me llames por mi nombre, tonto igualado, soy tu padre así que me respetas.
—¿Y ahora qué le hiciste, papá? —el joven estaba fastidiado porque tenía clase en la universidad una hora después, y luego debía tomar un tren, o viajar en traslador para alcanzar a Alex y al Señor Scamander, o por lo menos eso creía ya que había leído con atención la carta de su profesor universitario, Tobias Prince.
—Digamos que entré a la fuerza en el lugar donde Hermione y él estaban reunidos pactando cosas importantes entre sus cuerpos.
Draco no escuchó bien.
—¿Que qué? ¿De qué estás hablando?
Lucius, después de cerrar las ventanas por donde iba ingresando más, hasta llegar a la cocina, se giró y lo miró intensamente a los ojos.
—Que entré a un salón donde la señorita Granger y Severus tenían relaciones sexuales apasionadamente intensas. Y como me di cuenta rápido me quedé congelado sin poder irme, sin poder dejar de verlos o hacer algún ruido, pero mi instinto me hizo hablar y disculparme y ellos desaparecieron.
—¡Merlín, papá! ¿Los has interrumpido? —abrió la boca sin creerlo y luego se la tapó, preocupado—, Bueno —se quedó pensando unos segundos— creo que el pequeño Draco no conocerá a su abuelo
—¿Ahora entiendes por qué me escondo? —su rostro era de desagrado porque no quería estar ahí, sólo que Snape podría encontrarlo en cualquier momento.
Justo cuando Draco se compadecía de su progenitor, tocaron a la puerta con dos suaves golpesitos.
Ambos, padre e hijo, voltearon con violencia y atención, a mirar la madera oscura.
—Sh… —Draco abrió los ojos, temeroso, con la mímica de hacer callar a Lucius.
El mayor salió de detrás del refrigerador y caminó lento hasta la sala.
Susurró.
—No seas ridículo, Draco, Snape no toca así la puerta, debe ser luna.
—Ay no, no quiero ver —se tapó los ojos mientras su padre casi sujeta el pomo de la puerta.
Malfoy pegó la oreja y preguntó imitando una voz gitana, pesada y gruesa.
—¿Quién es? —su corazón latía tan fuerte que él podría pensar que se le saldría por la boca.
Una voz de mujer, delicada y posiblemente hermosa, le contestó:
—Soy yo.
Malfoy miró a Draco y ambos se extrañaron, porque no era la voz de Lovegood.
El mayor giró el pomo y abrió. Detrás de la puerta había un rostro resplandeciente, labios de suave rojizo, mejillas sonrojadas por calor y una cabellera enorme y rizada, color castaño. Se veía bonita, inofensiva ¿Qué podría pasar?
—Ah, es usted, preciosa Granger, pase por favor —Lucius se volvió un caballero de un instante a otro.
La estudiante dio unos pasos hacia él con un gesto tranquilo y una sonrisa que expresaba paz, unos pestañeos después viendo a ambos Malfoys, habló.
—Te dije que estaba aquí, Severus —con suavidad, como si hubiera dicho cualquier cosa, sonrió dejando al mayor de cabellos plateados, asustado, tanto que este hombre dio un paso hacia atrás y sintió que una varita se clavó en su nuca tan terroríficamente como el sentimiento que en un instante se sintió en el ambiente.
Draco desmayó en el fondo y calló al piso con un sonido seco.
—Merlín, es tan débil como tú —la gruesa voz de Severus Snape le susurró en el oído antes de invocar un — obliviate — Snape guardó la varita y el adulto de cabellos plateados cayó en el suelo segundos después.
—Listo, no tiene que matar a nadie, profesor —Hermione, en un gesto atento, con las manos en la cintura, volteó a ver a Snape y luego miró al fundo del lugar para ver a su ex compañero tirado en el sueño como un costal de papas, inerte.
—Te dijo “Preciosa Hermione”, por lo menos merece un imperdonable, unas cuantas patadas, sufrir un castigo en el bosque prohibido.
—Mi amor, ya no, vamos, levanta a Draco, ponlo en el mueble y regresemos a la escuela, tengo clases de aritmancia. ¡Por favor! —rogó en la última parte con acento dulce.
Snape asintió, la voz suave y humilde de esa mujercita le encantaba, le pedía de una manera tan amable que él no podía resistir y es que no se dejaba manejar, no se trataba de eso, sino que lo contagiaba de su ánimo de no tener problemas gratis.
Era cierto que quería destruir el craneo de Lucius Malfoy a patadas, provocarle cortes profundos en los ojos, colgarlo de un lazo sobre un pozo lleno de cocodrilos o quizá dejarlo en la jaula de un ridgeback noruego dormido. Y ella, le hizo bajar todos esos estímulos hormonales con algunos besos en la casa, caricias en sus mejillas, su pecho, el suave rozar de sus manos en las suyas para llevarlo como quien dice, a dar un paseo y encontrar a Malfoy justo donde ella imaginaba.
Era astuta, la admiraba ¿También la merecía?
La forma tosca del pocionista había cambiado tanto como su estar con ella, a veces se esforzaba por dar una buena impresión pero otras se dejaba llevar con la sabiduría de sus pensamientos, en todos los aspectos de su vida, no desde que la tuvo delante en el aula de pociones para preguntarle si era alguien que había visto antes, él se refería a que ella había cambiado desde que salió de la escuela.
Sí, esos dos personajes, una niña de quince y aquella universitaria, ahora, eran personas completamente distintas.
La joven ya no mantenía esos aires creídos, presumidos y su parlanchina forma de hablar todo el bendito tiempo como una grabadora travada.
El mago recordaba su modosa forma de sentarse en los pequeños bancos de piedra, siempre con un enorme y pesado libro sobre sus piernas.
Qué linda es ella, Merlín, la formaste, y ahora tengo la dicha de cuidarla siendo una mujer preparada, con sueños y metas. Pensaba el mayor mientras ella lo jalaba de la mano para bajar las escaleras del edificio de Draco como si fueran simples muggles, en vez de desaparecer.
—Cariño, te veo mañana temprano —dijo Snape perdido en su perfil, su pequeña y hermosa figura a su lado izquierdo.
—¿No dormirás en casa? —el gesto de sus cejas, le exponía a Snape, tristeza.
—Tengo que ir a un asunto del rector, algo de última hora, iré a Francia, me tomará un instante.
—¿Por qué no me llevas?
—Scamander nos espera también, no olvides eso, Hermione.
Ella entristeció.
—Llévame contigo, el señor Scamander nos espera pasado mañana —insistió.
—Tienes clase mañana.
—Está bien —bajó la cabeza y luego cruzó los brazos, rendida, se irguió y miró a su lado derecho, esperando escuchar un sermón.
—Sólo será esta noche, mañana al amanecer estaré en casa.
—No dormirás —seguía viendo a su derecha.
—Estoy acostumbrado. Nos vemos —Snape la tomó de la barbilla, le dio un pequeño beso en la mejilla y desapareció.
Al ser cerca de las ocho de la noche después de que Hermione saliera de su última clase a las seis y treinta de la tarde, la joven decidió ir a casa de Alex para visitar al hermanito menor y ver si le hacía falta algo.
El hermanito de Alex la atendió como todo un caballero, le invitó pizza que él mismo hizo en una gran sartén 🍳 y vieron un programa muggle llamado “Preguntados”, ambos estaban perdidos en cuanto a cosas cotidianas que los muggles hacían para la limpieza y el orden en sus casas.
Una hora más tarde ella se fue caminando como para ir a su casa, pensaba en su madre y en qué pasaría si ella descubriera que su padre estaba vivo y que además iba a tener un hijo con una bruja. Su ánimo había sido afectado después de tantos días, por primera vez, era de esperar que no se sintiera bien y que tarde o temprano, después de pensarlo tanto, pasara por su cabeza mil soluciones para borrar a la madre de Draco junto a esa vástago y recuperar a su progenitor. Pero no se trataba de eso, el enojo no podía atacarla, era mejor actuar de forma madura, ella vió que su padre murió, así tenía que ser, se mantendría todo así.
Fue un día donde se juntaron muchos sentimientos, además de extrañar al mago, con el cual a esa hora sentiría su formal compañía, escasa de arrumacos y cariños por parte de él. Se reía, porque Snape, después de su discusión, no podía evitar dejar que fluyera su raíz de ogro de mazmorras, amo del ambiente que disfruta su soledad y silencio.
A pesar de ese carácter suyo de Slytherin, Ella sabía cómo romperlo, quebrarlo, ablandarlo, romper su corazón para insertar líquidos disolventes de ternura y compasión.
El amor que sentía por él, tan intenso y profundo, causaba cosas en los dos pero más en él.
La joven sentía por primera vez que sería bonito formar una familia con él aunque no pronto como para decírselo.
“Un hijo de él” pensó
***
En casa de un Malfoy joven.
Draco se despertó apurado con un fuerte dolor de cabeza, se levantó del suelo y vio sobre la sala el cuerpo de un mal padre, dormido, o eso creía él porque no tenía tiempo para comprobarlo, se le hacía tarde.
Corrió y como pudo tomó sus cosas para asistir a lo que tenía pendiente en la universidad y con el señor Scamander.
Por otro lado, después de escucharse un portazo en el ambiente, un Lucius se sobresaltó en el suelo y abrió los ojos, se preguntó lentamente mientras se hacía sobre sus rodillas, ¿Dónde diablos estaba?
Se sentó en el suelo intentando recordar pero no podía. Así que confundido se puso de pie, traspasó la puerta y bajó por las escaleras.
En la entrada del edificio se topó con una joven que él conocía muy bien.
—Hola papá Lucius ¿Ha venido a visitarnos?
El mayor se tocó la cabeza y luego una de las sienes con la mano derecha.
—¿Vieven en este edificio?
—Sí, señor, es bienvenido cuando desee —la dulce voz de luna lo calmó y le dio una posible respuesta del por qué estaba ahí.
Un sonido fuerte alertó a ambos.
—Lo lamento, es que no he comido nada —Se disculpó el mayor y luego se arrepintió por dar explicaciones, su estómago estaba vacío, era vergonzoso incluso delante de Luna Lovegood.
—Me doy cuenta, su estómago rugió como un león hambriento —sonrió—, está de suerte porque acabo de hacer las compras, mire, tengo una bolsa llena de provisiones para hacer lo que deseemos comer, Draco tiene que salir así que seremos sólo los tres.
—¿Qué tres? —tenía uno de los ojos cerrados por el dolor, la joven era muy amable, aquello le caía mal pero por otro lado, hace mucho no comía algo preparado por manos de una bruja, tendría suerte si los alimentos le fascinaran.
—Pues usted, yo y Draquito —señaló su barriguita.
—OH sí, ya veo —pensó ¿Me largo o no me largo?
—Quédese por favor, papá Lucius.
—Me encantaría, es momento de convivir con la familia —hizo un rostro de cariño fingido que por su puesto Luna ignoró.
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