—¿Por qué me miras así? —le reclamó Hermione a Snape, que la Observaba durante unos minutos desde la esquina del pequeño corredor en la biblioteca de la universidad, una pequeña biblioteca con todos los libros necesarios para los cursos de DCao, Pociones, Historia de la magia y Aritmancia.
Era hora de irse, habían quedado que sería el único día donde la buscaría dentro la universidad.
Él la ponía nerviosa y más en esa postura con los brazos cruzados, esa mirada altiva e inamovible casi sin pestañear, aquellos labios delgados y pálidos, entre abiertos, sin decir nada, aún la intimidaban.
—¿No vas a decir nada, cierto, Severus? —sus mejillas estaban coloradas.
Él no cambió el gesto de su ceño, únicamente separó un poco más, los labios para decir:
—Me gusta ver las letras reflejarse en tus pupilas, señorita ocupada.
Hermione iba a morir de calor por el ardor que tenía en el cuello y frente, lo dicho era imposible de ver.
En serio, ¿Cómo podía ver el mago las letras de su libro, reflejados en sus pupilas? Aquello era mentira y más desde la distancia que la observaba.
Dejó sus cosas sobre la mesa, en orden y con cuidado, guardó sus dos libros junto a la cartuchera de plumas, dentro de su maleta.
Se puso de pie y se acercó para saludarlo, quería depositar un beso en su mejilla derecha como acostumbraba delante de las personas.
El mayor no se inclinó, quiso que ella haga el esfuerzo para llegar hasta él, sus manos se cruzaban debajo de su pecho, en juego y sobre todo con seriedad auténtica.
Un metro con noventa centímetros no era alto, para su metro y sesenta y tres centímetros, él, era un elegante pocionista rascacielos.
—Malvado, sabes que no alcanzaré tu rostro.
—Me encantas así, tan frágil y pequeña, y también fuerte como un huracán.
Hizo un pase rápido para tomarla de la cintura y subirla a la mesa donde ella antes apoyaba uno de sus codos para estudiar. La arrinconó y se puso en el medio de sus piernas, ella tenía puesto un short azul claro de mezclilla, unos tenis y una playera de manga larga del mismo color.
El mayor vestía un levita gris oscuro, casi negro. Se aferró a su cuerpo rodeándola por completo por la cintura, metió su rostro en su cuello, de lado izquierdo, el cabello rizado de la joven le cubría salvajemente los ojos y sobre todo le hacía sentir una sensación desesperadamente agradable en cada aspiración, adoraba ese olor a freesia, jazmín y vainilla que se le metía en cada arteria de su cerebro.
Su cuerpo tibio, encajado perfecto en su pecho, y ese aroma de juventud le hacía perder la cabeza en un estado de paz que sólo podía hallar con esa increíble mujer, paz y, no sabía qué más, era tremendamente agradable la sensación que le inflaba el pecho, se olvidaba de todo, incluso de haber tenido las manos manchadas por cosas malas, cerraba los ojos automáticamente, disfrutaba un instante porque ella le dejaba, porque quería y podía.
—¡Qué privilegio, Merlín! —susurró, le habló en el oído, despacio, grave como solía hablarle a ella en secreto, un momento que era sólo de esos dos.
Hermione automáticamente caía en esa fuerte forma de respirar del mago, una manta negra de franela, una bruma húmeda, madera recién cortada, tibieza profunda, lenta, le encantaba estar así con él, cerrar los ojos en un abrazo largo, el cual sería ideal si fuera para siempre.
—Ambos lo tenemos, profesor, podemos hacer lo que queramos sin tener temor de nada.
—Mh, a veces hay un poco de temor —resopló rendido, volvía a aspirar profundamente el perfume de Hermione —me encantas.
Hermione subió sus brazos para rodearle el cuello, atraer su rostro a a ella para atacarlo con molestos besos en los ojos, cejas, mejillas y nariz.
Snape se ponía tenso, lo disfrutaba al principio pero después ella se pasaba de cariño.
—No, basta, me vas a comer la cara, ya, es suficiente… ¡Basta! —muy en el fondo le agradaba aunque su negro corazón aún quería retener el buen sentir.
—Eres un amargado, vienes a darme amor y luego huyes —esa estudiante astuta le puso el primer puchero más engreído que podía existir en la existencia de los pucheros cuando él se apartó de ella y arregló sus ropas.
Snape bufó junto a una intensa mirada de acusación.
—Está bien, pero no soy un gato o un oso de peluche —tomó las manos de la joven y las colocó en sus mejillas, a su merced.
—¿Perdóname, sí? —soltó la estudiante con un poco de duda.
Snape suspiró.
—¿Y ahora qué hiciste? —reclamó.
—Nada, es sólo que lamento mucho haberte dicho todas esas cosas hace una semana, eso de que no quiero que estés cerca a mí en la escuela, eso de los celos, la verdad es que te extraño, necesito que estés cerca, ya no me gusta que estés tan serio y distante, eso del espacio ya no es buena idea —sostuvo el puchero, rendida y arrepentida.
Snape no la miró, no quería recordar ese momento donde ella le dijo “Si sigues así, tan celoso, te diré adiós”
—Yo soy así, hablamos de eso ¿Lo recuerdas? —soltó confundido, un poco impaciente.
—Está bien… Tú ganas —Lo soltó y bajó la cabeza— pero, es que… Te EXTRAÑO, Severus…
—Cada noche regresamos a casa, juntos ¿Por qué me extrañas?
—Es que quizá sí me gustaba más el novio detallista y cariñoso.
—Es tarde, lo lamento —frunció el ceño y dijo despacio—. Era demasiado para mí, Granger, muy cansado. Debo aceptar que me acostumbré a ciertas cosas pero… Sólo quisiera que estemos bien.
—Mh, malo. Lo único que querías era conquistarme, matarme de amor y luego ignorarme como a tus demás alumnas.
Snape hizo una sonrisa de lado.
—Eso es una grandiosa mentira, yo aún quiero conquistar tus territorios —acerco su rostro a ella para atrapar sus labios pero ella lo esquivo divertida.
—No, ya no mereces un beso, sólo un abrazo por hoy.
—Ah, detesto cuando haces eso, Granger.
—Y yo te amo —lo jaló del levita para besarlo, acercar sus labios a él en un pequeño roce y toque suave.
***
Hermione estaba frente a las hornillas de la estufa, no sabía qué hacer ¿Qué podía cocinar que le agradaba a Snape? Sabía que era carnívoro y gustaba de los vegetales frescos pero quería preparar un guisado laborioso y no se le ocurría una receta en ese instante.
Ese problema era el que tenía desde temprano, en la desesperación de no saber qué, había enviado una carta a la directora minerva para preguntarle si sabía algo pero la lechuza regresó a la ventana del segundo piso en la casa donde vivía con Snape, sin respuestas concretas.
Era demasiado ¿Cómo era posible que esa bruja no supiera lo que el profesor comía?
Suspiró rendida pero luego recordó la forma en que comía los guisados de su madre.
—Sí, prepararé una crema de espárragos, un arroz blanco con zanahorias y un entrecot más cebollines con reducción en vino tinto. Le pondré algunos pimientos cortados en cuadrados como lo hace mi madre.
Era sábado, apenas unos días conviviendo solos en una enorme casa, toda una aventura donde había evitado problemas de orden.
Era sorprendente, el profesor era ordenado. Aunque Snape tenía un orden tan peculiar que ella le propuso tener espacios diferentes y que cada uno se encargaría de mantener limpio sus repisas y espacios, lo demás sería limpiado por ambos cada cierto tiempo, una semana ella y otra semana, él.
Junto a la limpieza de la casa estaba cocinar en las noches, juntos, para tener listo todo por la mañana pero los fines de semana se turnarían otra vez.
Era emocionante, increíble, vivía con Snape y no había muerto al segundo día.
***
En la escuela se había chocado dos veces con Draco, aquello le tenía esa tonta noticia fresca en la cabeza, aquella donde sería hermana mayor de un brujo creado por su padre y la madre del rubio.
Esa situación le hacía sentir náuseas.
Quería evitar pensar en su padre pero cada que veía su baúl no podía dejar de verle los ojos en esa fotografía con su madre, juntos, una bonita familia arruinada por la desdichada magia.
Sin querer clavó el cuchillo en la tabla de picar.
—Tengo que relajarme.
Antes de poder quitar el cuchillo de la tabla, se giró de golpe a la ventana, un ruido la distrajo, uno conocido.
Era el picoteo constante de un ave majestuosa, tan blanca que parecía azulada por el reflejo del cielo.
La dejó pasar al mover un pequeño seguro de la ventana y está entró elegante para posarse sobre el respaldar de una silla. Sobre la mesa, dejó caer una carta de papel blanco y fino.
No tenía que deducir mucho ¿Quién era el que enviaba el mensaje?
Pues lo hacía un patriarca con poder.
Tomó la carta, sacó de ese sobre pequeño con sello de cera negra y jaló con dos de sus dedos, un pergamino beige que decía:
Cómo está Srta. Granger.
Espero tenga una excelente tarde, quisiera citarla para charlar un poco del asunto de su padre. He ido a verlo, le alegrará saber que parece feliz en su nueva etapa de padre.
No quiero molestarla, sólo darle datos e información que puede ser de su interés.
Lucius Malfoy
Hermione se quedó helada, si le mostraba la carta a Snape, enloquecería, no ella sino él y de pensar que no podía hacerlo, saltó a que tenía que hacerlo, no le quedaba de otra que acceder, necesitaba saber aún más de su padre a pesar que le había dicho a Severus que quería que lo ignoren.
***
—Lo hemos logrado, Profesor, al fin hemos logrado terminar el “Impulsivo”, ahora tendremos que probarlo con alguien, quizá la niña que habían traído hace un par de semanas —su voz era animada, sus manos estaban sobre el último frasco de ingrediente que el mismo Snape le dio.
—No Alex, no volverán a traer a esa joven —Snape estaba en su escritorio, le respondió con desinterés, así era cuando estaba de buen humor, haciendo apuntes de todo, ese día había ido con un levita color oxford oscuro, se le veía magnífico al hombre, Alex sonreía, no podía evitarlo, por su puesto lo hacía con disimulo, su amiga Granger se había ganado la lotería con él.
—Entonces propongo mandar cartas a la asociación de familias afectadas por magia oscura, quizá puedan contactar con otras personas que necesiten algo como lo que hicimos.
—No, no vamos a ir a otro lugar ni solicitar nada, empezaremos con nuestro proyecto, el que vimos en el inicio.
—Comprendo, la caja de cristal con el listón rojo —abrió los ojos— ¿Cuándo lo haremos? Casi había olvidado aquello, lo lamento.
—He enviado una carta al señor Scamander y tendremos a un compañero más en la prueba, el señor Malfoy.
A Alex no le interesó escuchar de Malfoy, saber si era el profesor o el hijo del profesor, lo único que escuchó fue ese otro increíble apellido, se imaginó que saludaría pronto a un ídolo de su mundo mágico, aunque eso fuera demasiado regalo, quizá era sólo el hijo, el hijo del famoso autor e investigador.
—¿Se refiere a Isaac Scamander, padre del novio de Luna Lovegood? Ambos estudiaron en Hogwarts.
—No señor, otra vez ha errado, me refiero al Señor Newton Scamander —Snape soltó aquello como si fuera cualquier cosa pero el nombre que acababa de sacar de sus labios era famoso, casi todos los jóvenes de la edad de Hermione o mayores que ella hasta diez años, eran fanáticos del autor de esos increíbles libros de Animales Fantásticos, gracias a él se conocía la mayoría de criaturas mágicas en la actualidad además de muchas normativas como la inscripción de hombres Logos en el registro de nacimiento del Ministerio de magia y hechicería.
Alex se quedó helado, miró el rostro de Snape para ver alguna emoción o satisfacción, y no vio absolutamente nada de nada.
—¡Por Merlín, es Newton Scamander! Es uno de los que atrapó a Grindelwald… ¡Orden de Merlín de segunda clase! ¿Se lo ha contado a Hermione, señor? ¡Es una locura, una locura, no podría esperar para verlo en persona!
—No, es una sorpresa así que te voy a agradecer que cierres esa boca besadora de hombres. No quiero que vayas corriendo a contarle a tu amiguita.
—Póngase alegre, ¡Vamos! —el chico quería saltar de un pie.
—Y… No se lo he dicho porque también lo admira mucho.
—¿El hombre es casado, cree que puede robarse a su novia? ¡Señor, Hermione está loca por usted! ¿Qué puede pasar, que se tome fotografías y le pida un autógrafo?
—Usted y yo no tenemos esa confianza así que es la última vez que me habla así.
Alex asintió.
—Es tan aburrido —susurró para él mismo sin perder la emoción que ahora llenaba su pecho.
“Tengo que decírselo a Hermione” pensó Alex, no cabía en sí mismo de alegría.
—¡Oye! ¡Te lo advierto, si le dices algo a Hermione te voy a degollar con mi varita! —apretó las palabras en advertencia— Soy oclumante, no se te olvide.
Alex sonrió nervioso, por las buenas sí entendía.
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Próximo Cap “Sr. Newton Scamander”
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