—Te ves enfermo, Severus -Minerva dijo como si nada, intentando provocar alguna reacción en el mago aparte de su estado perdido en su taza de café, no sabía que el pocionista había sido sermoneado una hora por el ex director o bueno, el fantasma del ex Albus Dumbledore, el cual de paso le había pedido que le ayude a revivirlo en la forma de un mortífago.
Aquello por su puesto no había dado buena impresión a Snape, ni si quiera en cada repetición que se hizo delante de sus ojos en el transcurrir del desayuno.
Él no quería dar esa impresión inestable por causa de Dumbledore así que se irguió sentado en su silla, infló su pecho y refutó mientras pensaba todo lo que había hablado con ella, con esa joven e inteligente mujer:
—Qué extraño, señora, debe saber que eso es lo que menos siento hoy, creo que estoy en uno de los mejores momento de mi vida —su voz sonó robótica aunque la acompañó de un extraño calor en la frente y mejillas.
Severus era bueno para desaparecer en un instante, por eso se hizo de pie frente a la larga mesa de profesores, tocó su pecho como sujetando algo debajo de su levita, salió del castillo y se metió a esa taberna escondida que tanto le había causado problemas la noche anterior.
***
Ha sido un fracaso. Se dijo al llegar de nuevo a su cama y dejarse caer.
Quizo maldecir nuevamente a Slytherin pero sucedió, otra vez, no pudo llevar a la cama a una mujer. Habían tantos factores que analizar ante esa tremenda desgracia, uno de ellos es que ya no estaba enojado por más que quería ya no había razón ¿Por qué iba a estar enojado?
Antes, cuando iba ahí era como si lo hiciera por despecho, con furia, una terrible impotencia de no cambiar su maldecida vida pero ahora era como si no tuviera sentido satisfacer sus anhelos pasionales que recorrían por sus arterias, le quemaba el pecho, le ardía como nunca antes. Se decía así mismo que la guerra le había arruinado el lívido, o algo de verdad importante empezaba a inquietarlo, quizá esa revelación con la joven le había dado expectativas altas, una posibilidad de ser humano al fin y tener algo que era muy valioso para él, significativo. Bueno, no había sido la guerra porque hace muchos años no pensaba en él, en la piel, en las caricias, no había tenido tiempo para ello con tanta magia oscura al rededor, agotado todo el tiempo, adolorido.
No tener tantos mandatos como antes lo tenía expuesto a pensar y pensar para él era peligroso.
Otra razón por lo que no pudo desquitar el ardor del cuerpo podía ser que quizá él era de esas personas que funcionaban con un motivo más profundo, un lazo, confianza y afinidad, habían pasado tantos años sin descansar sin tener paz que posiblemente aquello lo había desestabilizado aunque aún faltaba una razón más que no le era primordial en esa época sin embargo iba a calzar perfecto con él, se decía así mismo que si sucedía, si ella era esa pieza que faltaba entonces habría visto por primera vez cumplirse un increíble e imposible hecho en su vida. Y eso significaba ser correspondido por la mujer que él elegía.
No dependía sólo de él ¿O sí?
Ahí en su silencio de dolor y vergüenza, dañado en lo más profundo de su orgullo, levantó la cabeza y se dio ánimos para pensar entonces en algo más que su trabajo, en sus investigaciones y en todo lo que hacía que se despierte o duerma poco en la noche.
Ella, una joven mujer que le parecía más que interesante. Se decidía dejar libre el pestillo para que con el viento se abriera la puerta a lo que sucediera.
*
Esa tarde al salir un rato cerca del invernadero, el lado sin techo, caminó y analizó con cuidado mientras se mojaba en las últimas lluvias del comienzo del verano hasta las tribunas de Quidditch, las tribunas reservadas a la casa de Slytherin, al mismo tiempo contemplaba la tribuna de enfrente y entonces esos benditos recuerdos del pasado amenazaron con regresar. Veía a una joven de cabellos rojos divertirse gritando el nombre de su enemigo a lado de un pulgoso y un cara cortada. Se veía distante y borrosa ya no tan clara como años atrás.
Ya no quiso pronunciar su nombre ni si quiera en la mente, sólo le decía adiós inconsciente mientras otras voces se mezclaban con las de él y le hacían sentir abrigado a pesar de la humedad, toda esa humedad y peso sobre su piel.
Se sentía bien y no sabía por qué.
Habían otros asuntos diferentes de servir a un hombre malvado, tenía una oportunidad de reivindicarse sin fingir, sólo dejar que la voluntad, una nueva y sin estrenar le lleve con una joven a muchos kilómetros de ahí, sin trampas, no más trampas ni rabia por ver que quizá no era necesario competir esta vez.
¿Quién podría competir contra él? Tenía que demostrarse primero así mismo y luego entregar la conclusión a una inocente alma bondadosa.
Un lado de él le gritaba que era absurdo y otro le decía ¿Por qué no? Si ya tenía la mitad del camino ganado.
Esa era su oportunidad de estar con ella así que si las cosas salían como planificaba todas sus dudas y problemáticas serían aclaradas. Sabría por qué no puede dejar de pensar en ella, sabría por qué ahora necesitaba con urgencia ver si podía dejar atrás algo tan patético y seguir lejos de aquellos convencimientos que fueron quitados años atrás, los que decían que no merecía más que desgracias.
**
La noche que siguió, esa joven escribió una disculpa e informe donde le avisaba que estaría ocupada y no podría hablar con él por lo que aquello le quitó un día más para acercarse y conocer qué le agradaba a esa jovencita.
Incluso se había puesto a investigar todas esas veces que ella había dejado notas sobre los exámenes para refutar cuán desagradable le parecía ciertas cosas en su aula o esas donde ejercía de abogada para otros a los cuales parecía querer cubrirle las espaldas.
Le comentó a Minerva que supervisaba a la joven prefecta y que estaba atento a cualquier sorpresa que le inquietara.
Ella sabía, no le había ocultado eso más bien le sirvió para tener otro pájaro caído con la misma bala de su escopeta, esa investigación importante que tanto le había pedido era acerca de la enseñanza en Durmstrang hacerle pensar a Minerva un: ¿Será seguro mandar a más de nuestros estudiantes, a una escuela donde se permitían las artes oscuras?
***
—¡No tomaré la vida de una persona más en toda la vida que me queda! ¡Albus ya déjame en paz! —Severus respondía aburrido de escucharlo por casi veinte minutos, los discursos del mago le caían mal. Alzó la voz en última instancia para que entienda pero el fantasma no lo hacía.
—Severus, por favor —el ex director no bromeaba, llegó a la habitación del pocionista, el lugar donde se supone tenía que tener privacidad.
Snape confirmaba que le había estado siguiendo por algunos días. Debía poder librarse de compromisos y con más razón si venían de él porque ya no le debía absolutamente nada.
—Muchos hombres están graves y aún hospitalizados en San Mungo, sólo debes tomar uno de sus cuerpos y ayudarme, no es tan difícil de hacer —Albus no se rendía.
—¡Si no es tan difícil entonces pídele a otro! Albus… —intentaba mantenerse sobrio—, estoy cansado de escucharte, déjame en paz! —le apuntó al mago de barba café y abundante.
—Yo podría ayudarte con la estudiante, Severus —Dumbledore quien no se veía viejo sino de al menos unos cuarenta y dos o tres años de edad y llevaba una barba crecida y un atuendo formal al estilo francés, le quería convencer.
Severus no lo haría, no tenía necesidad de hacerlo, pensaba que ese viejo había hecho algo indebido o lo quería hacer.
—¿Ayuda para qué? ¿Has estado metiendo tus narices donde no te llaman? —Snape alzó la varita, podía defenderse de él o de toda una legión de chamucos si quería. No le gustó que le mencione a la chica.
—Para tener otra oportunidad de vida —intentaba explicarle, desesperado. Albus no se rendía.
—¿Estás ciego, Albus? ¡Mírame, tengo una segunda oportunidad y no la perderé! Así que no necesito ayuda en nada, ni si quiera con ella. ¡Tú no tienes nada que ofrecerme que sea llamativo! —su voz pausada y levemente alterada tenía que ser suficiente.
—Yo conozco a esa joven más que tú y la conozco mejor de lo que te conozco a ti —Albus insistía.
—¡Es una gran Mentira, Merlín! Mi vida entera en este castillo y lo único que hiciste fue ordenarme que acabe contigo y luego llevarme a la muerte. ¿Por qué he de confiar nuevamente en ti, Albus?
—Muchos sacrificamos, jovencito y te di mucho, algo distinto es que no lo recuerdes —frunció el ceño un poco molesto—, ¡Tú viniste a mí! ¡Tú me pediste a mí, primero!
—Sí, tengo mejor memoria que tú —Se agitó hasta gritar encolerizado—, ¡La ayuda que me diste me hizo obedecer en todo lo que pude hasta el final y ahí acabó todo, Albus. Ella murió, el chico murió, muchos murieron y así se pasó! —se agitó tanto que no podía respirar—, este lugar ya no es tu trono, Señor Director, ahora es distinto —sus últimas palabras fueron débiles—, ¡Déjame en paz, te lo pido por Merlín! —fue suave y lento al final.
Empezaba a marearse por tener un golpe de rabia, uno que ya no había sentido desde que se recuperó por completo en San Mungo.
—Voy a intentarlo otra vez, Tobias —era la primera vez que lo llamaba por su segundo nombre.
Después de perturbarlo atravesó la puerta para marcharse y dejar al joven mago, abatido.
Snape estaba herido, eso era lo que sucedía con él, estaba débil y herido. Física y emocionalmente herido.
***
Llamaron a la puerta de la estudiante con dos golpes.
Dos noches no había hablado con el profesor de pociones y saber que le esperaba en el vestíbulo le causaba cierta emoción, bueno, debía reconocer que le causaba también un buen manojo de nervios.
Le esperaba, había esperado ese momento con ansias porque ahora que estaban afuera del castillo la situación no era comprometedora más bien algo así como “amistosa”.
Fue a formarse en la fila de sellado que le dejaba salir de los espacios del alumnado a un recibidor enorme a los pies del castillo. Todo el lugar estaba sumergido y la única forma de llegar hasta ella era esperar el espacio que los grandes embarques en turnos retrocedían hasta dejar a las personas en los puertos al interior de los terrenos.
Al ver tanta gente en esos puertos afuera del enorme recibidor se sintió feliz, como si esperara a alguien muy importante. De verdad, ella empezaba a sentir que él era importante a pesar de sólo haber interactuado un par de días y ni si quiera completos.
Lo vio, después de tres semanas, y en persona, al fin veía al mago que le propuso estudiar ahí sin saber aún la completa razón.
Él caminaba directo a ella después de haberla identificado, no estaba nervioso o alterado, sólo quería llegar con ella y conversar, aprovechar todo el tiempo que podía.
Hermione se ha olvidado del otro chico, uno pequeño y rubio de aspecto elegante se dijo Snape.
Al tenerlo a unos metros y a punto de acceder en gran oportunidad de saludarlo, no supo qué hacer. Se quedó congelada frente a él con un ceño curioso, aparentemente alegre en la atenta impresión del mago.
—¡Me alegra tanto verlo! —soltó animada. Le miraba las manos, le miraba el cuello de la ropa, era una opción acercarse pero él estaba aún tan rígido y distante siendo Snape que se detuvo a esperar que él haga algo.
Severus asintió e hizo una venia imperceptible, se quitó los mitones antes de estirar su mano y saludar con delicadeza, apretó la mano de la chica la cual estaba un poco fría y dos segundos después de analizar la circunstancia y pensar bien qué decir, habló:
—Fue un viaje largo, son exigente aquí —movió la mandíbula en exagerada y distraída manera—, también me da gusto verla, señorita Granger.
Ella sonrió y se dijo: Siempre tan formal, profesor.
—Venga, vamos, vayamos a mi habitación —hizo un gesto con su mano para invitarlo a entrar.
Snape sabía que no podía ir hasta ahí sin embargo la siguió porque Karkarov no le negaría nada.
Pasaron donde colocaban los sellos sin que nadie les exigiera pases o permisos y ella comentó:
—Draco quería venir a verme hoy pero le envié una carta ayer, temprano, para decirle que no, que debía esperar un poco y venir después con mis demás amigos —subieron por la primera escalera de la derecha.
—¿Y por qué querría venir ese joven, aquí? —Snape le dijo en tono desinteresado aunque en realidad estaba curioso de saber. Caminaba detrás de ella, su voz chocaba con las paredes de piedra oscura mientras movía los pies para subir al siguiente espacio delante de él.
—Es obvio, Señor —miró al rostro de su profesor intentando buscar esa forma no tan seria, una de confianza para estar relajados—, él coquetea conmigo después de terminar con Pansy, cree que soy algo así como un patel prohibido por ser de la casa de Gryffindor y además porque sabe que su padre me detestaría, aunque creo yo que le caería mejor a los Malfoy que su antigua conquista.
Snape pensó bien qué decir y se las vería bien con una simple pregunta.
—¿Y tú qué quieres, Granger? —fue serio, la grave voz del pocionista era pesada, caminaba a su lado izquierdo viendo todas los detalles en sus juveniles movimiento. Quería leerla, no sólo su mente sino el lenguaje de su cuerpo.
Al ver que no estaba incómoda le prestó toda atención. Después de decir eso siguieron por un pasillo recto.
—Pues no me agrada —ella alzó los hombros como si eso fuera un tema claro para que él confirmase de forma automática—, Yo sólo veo a Draco como un compañero, aún no confío en él, ni si quiera como para ser su amiga —se quedaron en silencio un instante y entonces atravesaron dos espacios enormes, unos de al menos veinte metros de circunferencia y volvieron a subir pisos arriba por unas escaleras a su izquierda.
—El lugar no era tan pequeño como recordaba —Severus la seguía otra vez a un pasillo amplio de puertas enormes y separadas.
—No sabía que había venido aquí.
—Mh, un tiempo estuve aquí —dijo Snape—, cerca de seis mes en un pequeño intercambio de alumnos. Fue interesante, quizá pesado pero me sirvió mucho.
Hermione miró bien el corredor como para recordar dónde y entonces vio un hilo rojo debajo de la puerta que era del mismo color del felpudo que ella había colocado ahí a propósito aunque el felpudo no entraba debajo de su puerta.
—Es aquí —soltó aún con fresca y auténtica alegría.
Tomó su varita, movió como si dibujara un triángulo y se abrió la enorme puerta delante de los dos.
Él la miró y se sorprendió.
—Ah, qué bueno que no está usando las manos, Granger, en Hogwarts siempre la veía hasta trepada de los estantes de la biblioteca.
La chica sonrió porque sabía que en el castillo de Escocia casi no tomaba su varita para cosas simples como abrir puertas o alcanzar libros.
—Aquí empiezo de nuevo a usarla en todo, se exigen en las reglas. Si hubiera sido lo mismo en Hogwarts, otro pasado me contaría, señor.
Snape asintió y se quedó en la puerta dudando si pasar o simplemente decirle que vayan a otro lugar, pero esperó unos segundos después de ver sus ojos brillar.
Esa joven le exponía una leve alegría, eso le motivó porque si hubiera visto algo distinto habría preferido quedarse afuera del castillo o en el recibidor.
—Ven, pasa —era natural con él—, es bastante amplio, apuesto que le gustará el ambiente —le insistió, tocó su codo al hacer una seña con su otra mano.
Severus volvió a asentir al aceptar el pase y entonces vio el hechizo de expansión que ella había realizado.
Miró hasta el fondo donde estaba la cama de la chica y luego a su derecha donde había un altillo con algunos estantes de libros, a la izquierda había una repisa larga de al menos tres metros de ancho y un metro con treinta centímetros de alto que estaba vacío aunque sospechaba que escondía algo importante ahí y finalmente debajo del altillo tres muebles de sala pequeños color rojo oscuro, antiguos, similares a la sala común de Gryffindor.
—Ha estado ocupada los primeros días, en Durmstrang —mencionó aquello acercándose despacio hasta estar frente a los sofás, no podía evitar observar el ambiente de la chica, no era un hombre que se fijaba pero ella le había señalado hacerlo.
Seguía observando todo al rededor, esa era la alumna que conocía, no había alguien tan muggle como ella y sobre todo tan ordenada con sus útiles diarios.
Incluso la ropa que tenía puesta parecía ser de esa escuela aunque sabía bien que no era así. Ella parecía ser más ordenada y prolija que él.
—Tenía que hacer algo porque me volvía loca con los gritos. Ha sido un poco fuerte para mi gusto, sobre todo la primera semana. Vi morir muchos pequeños animales, vi morir incluso duendecillos de diferentes especies y… Prefiero no hablar de esos tatuajes que le han hecho a algunos de mis compañeros, vi sus espaldas ensangrentadas y me bajó la presión, felizmente aquello era sólo elección, a mí no me obligaron a hacerlo.
—Es un mundo mágico, los extremos son amplios —explicó pausado—, sin lado oscuro no existe la diversión.
Ella se dio cuenta que él aún estaba de pie y se acercó para invitarlo a sentar donde quisiera.
—Por favor, siéntate —fue informal, ya no quería tratarlo de usted. Movió la varita de forma delicada encendiendo lámparas de aceite y exponiendo la verdadera cara de su estancia.
Casi todo se abrió como si fueran botones de rosas. Las repisas expusieron pomos en fila en orden de tamaño, color y nombre, el color rojo inundó alfombras, paredes, libros y muchas otras cosas que guardas y colecciones por gusto.
Snape movió su cabeza de derecha a izquierda quedando sorprendido de inmediato por ver la cantidad de cosas y sobre todo esa pequeña colección de ingredientes y pociones delante de él.
—¿Dónde ha conseguido todo esto?
—Es mío, lo tengo un par de años, ha ido aumentando poco a poco durante los últimos meses, los libros, las repisas y algunos instrumentos. Otros son del salón de pociones que tomé prestado hace tiempo —se puso roja ante la confesión.
Snape alzó la ceja al reconocer algunos tarros metálicos de semilleros con tapa.
Dejó su capa sobre el sofá y caminó hasta estar frente a la gran repisa tomando dos de ellos cuando apoyó una rodilla en la alfombra.
—¡Esto es mío, Granger, usted es una ladrona! —silabeó exagerado—, aquí se guardan las semillas después de secas ¿Cuándo… Cómo me lo quitó?
Ella lo acompañó pero antes sacó una gran lista de ingredientes y un cuaderno de apuntes de su escritorio debajo de las pequeñas escaleras de caracol.
—Y aún me faltan muchas cosas del salón, mire —le entregó la lista en sus manos y él dejó el tarro en su sitio para poder erguirse sobre sus pies y observar esa libreta—, Luego te lo devolveré, lo juro.
Él estiró la lista que tenía cuatro filas de objetos y pensó qué decir.
—Es imposible, no puedo traerle todo esto, puedo ayudarle con algunas cosas, únicamente como muestras pero… El resto deberemos ir a comprarlo porque ni si quiera lo tenemos en Hogwarts. Al regreso de su estancia la acompañaré si le apetece.
—¿Reconoces todo, sabes cómo se ven? —preguntó ella al abrir su cuaderno de notas donde había hecho dibujos en blanco y negro, todo ordenadamente titulado y ampliado en características y utilidades.
Él le tomó el cuaderno, ambos estaban frente al otro viendo los objetos que se movían de mano a mano.
—Sí, sí los reconozco, podemos, si desea, hacer impresiones mentales en sus hojas y le explico de qué se trata cada una de ellas, usted después deberá ir a investigar un poco más en la biblioteca local —subió la mirada a sus ojos, el color caramelo de ambos viéndolo atentos e interesados en lo que decía.
Su piel, la piel de la joven era tersa, se veía suave y delicada y esas pocas pecas en la cima de su nariz y pómulos, leves, le hacían ver como una pintura impresionista donde el mismo color llamativo bordeaba la pieza principal, sus exquisitos labios rojos. El cabello rizado enmarcando sus cejas femeninas. Nunca le había visto tan de cerca y si la había visto no había sido a detalle como ahora. Ella ya no era una pequeña y lo sabía porque su mirada directa, amable o coqueta, empezaba a ponerlo nervioso.
—Sí por favor, podemos hacerlo con el pasar de los días si tienes tiempo —ella no quería ponerlo a trabajar ese día—, si puede venir mañana un rato en la mañana estaría bien y ahí me deja algunas de las cosas que me dice puede traer.
—Sí, está bien —contestó serio—, vendré a dejarle algunas cosas en a mañana pero antes tendré que dejar un traslador en su habitación para que el director no se entere.
—Gracias —soltó ella más tímida y con una sonrisa nerviosa.
—Puedo empezar ahora, Granger, hacer algunos escritos… El tema me obsesiona. Además —miró a otro lado para no fijarse más de lo debido en sus ojos café y labios juveniles—, tengo treinta y un cuadernos como el que quiere hacer.
La joven abrió la boca de sorpresa.
—¿Qué? —aspiró el aire fuerte—, es increíble —dijo soltando ese exceso de oxígeno—, ¿Hay tantas cosas para clasificar y enumerar?
—Por su puesto que sí, Granger, en todo el mundo, formas, colores y especies, lo he hecho a puño y letra, lo juro por Merlín —Se sintió orgulloso de informar aquello.
—¡Merlín, es mucho entonces! —suspiró a punto del colapso—, y ¿No tendrá alguno que me preste?
Le miró a los ojos negros y él la esquivó no por temor sino para quitarse las ganas de acercarse más e intentar darle un beso.
—Por su puesto que sí, están publicados en la editorial Molidas desde hace seis meses —dijo eso como si de verdad no hubiera problemas—, Todos mis libros… Y aunque no es para cualquier mago, puedo conseguirle una copia de la primera edición pero no le diga a nadie más que se lo daré.
Ella bajó la mirada y se entristeció a pesar que se sentía bien ser considerada así.
—Muchas gracias, vaya, de verdad es increíble tener algo así.
—¿Eso ha causado algo negativo, que le diga que le prestaré los libros?
—No, no es eso, profesor. Es sólo que, creo que ya no va ser necesario hacer uno personal porque usted es… —no supo decir bien—, Usted es excepcional en estos temas, no será necesario que escriba uno yo, un manual de ingredientes.
Escucharlo así, con ese tono rendido le hizo sentir dos cosas, le hizo bien pero también le mortificó.
—Espere, usted haga el suyo también, no se rinda con el tema —fue suave, la primera vez aunque su tono no dejaba de ser grave.
—Pero Severus, has hecho uno ¿Para qué querría repetir? —ella se refería a su propia agenda de ingredientes.
—Porque debe memorizar y lo hará mejor si lo hace usted misma no sólo si lee como ha hecho con tantos libros a lo largo de los años —Snape explicaba para que ella entienda la importancia de hacerlo—, le prestaré los libros porque tienen los ingredientes a color y quiero que vaya reconociendo algunos pero luego deberá devolverlo hasta que tenga su propia colección física ¿Entendió? Y una vez que acabe de hacer el suyo, le obsequio los míos.
—Sí —alzó la vista para ver sus ojos negros serios e intimidantes —gracias por venir y ayudarme cuando no tienes que hacerlo.
Su parpadear lento y atento lo descolocó.
Sí, en este instante confirmó que ella era eso que lo traía mal desde hace poco tiempo atrás.
—De nada, Granger —sus miradas se conectaron un instante al igual que sus manos, los cuales tocaban los mismos objetos sin otra intención.
Ambos, al mismo tiempo sintieron que debía suceder algo más entre los dos pero no, si pasaba sería cuando uno de ellos lo decida porque con seguridad, apostaban, que el otro se dejaría y correspondería.
¿Qué podría ocurrir entre los dos?
Ella planeó, planeó quitarle sus cosas, hacer que se siente y decir que se sentía atraída aunque todavía no descubría cómo lo expondría.
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“No basta levantar al débil, hay que sostenerlo después” — Shakespeare
*Ayudar implica más que hacer un simple gesto de apoyo. No se trata de un apoyo temporal sino de contribuir verdaderamente a que el ayudado pueda mantener un estado que le permita no volver a caer.
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