Un día un profesor de pociones llamado Severus Snape, estaba en clase de la materia que enseñaba, pociones, así es.
Ahí habían muchos alumnos y entre todos ellos una alumna a la que molestaba constantemente porque le recordaba a una pelirroja que tuvo alguna vez de amiga; La joven de diecinueve años era inteligente, se juntaba con unos Gry muy populistas y según ellos buena gente y además, esa joven, tenía de novio a un zopenco. Snape no se medía al molestarla, pues le daba la gana de meterse con todos los Gry y en especial con ella que era una sabelotodo presumida.
En clase, la joven con la que se había ensañado, tenía las tripas revueltas de coraje y quería machacarlo, sin embargo necesitaba a su profesor para que le enseñase a preparar una poción anticonceptiva ya que a su novio no le gustaba cuidarse y ella no quería ser madre. Pensaba que si se portaba bien, podía convencerlo de que le ayude.
El pocionista no quiso dejar de molestar y ese día le quitó sesenta puntos a la chica tan sólo porque su poción fue mejor que los Sly.
Harta hasta el copete, ella levantó la voz, enfurecida, tomándolo de la manga de su capa y zarandeando la tela y su brazo.
-¡Esto es injusto, le diré a la directora que lo regrese a Azkaban!
-¿Qué ha dicho, insolente? ¡Suélteme! Hoy vendrá a limpiar el suelo del aula y se quedará sin cenar.
La joven se mordió los labios para no insultarlo, apretó los puños y salió.
Su mente decía: “Me las va a pagar, profesor”
Hermione le diría unas cuantas cosas en la cara, cosas que no se iba a atrever decir delante de otros alumnos, sí el profesor le exasperaba pero no podía faltarle el respeto delante de sus compañeros, era un desagradable ejemplo ¿Por qué iba destruir su intachable reputación? además el mayor podía quemarla viva con facilidad o empeorar su situación hasta finalizar el año escolar.
Estaba segura de algo, no tenía planes de fregar pisos esa noche.
Se sentía agotada, adolorida de la vista, adolorida de los músculos por algunos golpes que aún le recordaban viejas secuelas y sobre todo estaba harta de luchar, si debía cobrarse algo tenía que ser a la de ¡ya! Un evento ta fuerte que provocara que él la respete y al menos le dejara irse bien de ese castillo.
Mientras tanto un profesor veía pasar las horas apretando en una de sus manos una piernita de mandrágora con todas sus fuerzas, la cual sangraba sobre un recipiente blanco gota a gota con fin de ser usada para una leve poción de desintoxicación. No sólo estaba enojado, de verdad era una bomba de tiempo ¿Cómo no serlo ante una agresión como la que sintió en sus ropas de la mano de esa Gryffindor insolente?
*
Al llegar la hora de la cena, el profesor caminó junto a la mesa donde usualmente estaban formadas en fila las pociones que entregaba a enfermería, además de algunas pociones que había confiscado en la casa de Slytherin.
Avanzó, sus pasos fueron seguros hasta abrir la puerta y encontrarse con su víctima viéndolo a los ojos con cara de pocos amigos.
Hermione lo miró sin expresión, en espera de una orden, él no hizo nada más que desafiarla y enojarse más por su actitud descarada en su territorio oscuro, el cual le decía que esta vez él tendría el dominio.
Como ese no era día de suerte para la serpiente,
su capa negra lo traicionó, esta rozó las últimas botellitas de cristal y una se destrozó en el piso con ese típico sonido.
¡paf! y ¡zas!
Snape alzó las cejas y abrió los ojos esperando que no sea la bendita amortentia. Miró abajo el cristal destrozado y lento para reaccionar, atrás de la primera cayeron dos más las cuales sobresaltaron a la alumna y a él le dejó sin respirar.
¡paf!
¡zas!
-¡Usted puede irse a la porra, Snape! -apuntó a su profesor y le lanzó un pretríficus totalus.
El mayor no se esperaba ese movimiento, por lo que el hechizo lo alcanzó en el pecho y lo lanzó a una silla grande y vieja que estaba ahí en el aula incluso antes de que él fuera profesor.
Sin poder moverse, impotente a lo que planeaba la chica intentó usar su varita pero ella lo desarmó con un expelliarmus.
La varita negra cayó al piso, junto a la pata vieja de la silla oscura.
-Lleva fregándome la vida en la escuela, tantos benditos años, sin aceptar que soy más inteligente que los demás, o incluso que usted ¿Sabe qué? me cansé, ¡Estoy harta de usted y de sus insultos! -Aquellos gritos desenfrenados tocaron los ojos del adulto.
-Sabe que le irá mal, Granger así que suélteme.
-¿Qué? ¡No! A quien le irá mal será a usted.
Hermione lo amordazó con un hechizo y le arrancó la capa, seguida de destrozar los botones de su levita, arañarle el cuello y las manos pálidas.
Encendida en enojo, se desvistió e hizo que el mago la mire desordenada, alterada y enfurecida. La chica le deshizo la correa, desabrochó su pantalón y bajó su cierre.
Snape amordazado y petrificado del cuello, los brazos y la cintura, sólo podía mirar e intentar soltarse con el movimiento de sus piernas, la joven no le dejó ni eso, por lo que le amarró las piernas y terminó de petrificar sus muslos, rodillas y pies.
-¿Qué más detesta de mí, profesor? ¿Qué tal esto, le gusta? -Hermione se quitó el suéter de la escuela y luego se arrancó la blusa.
Snape cerró los ojos, no quería verla, era terrible, era el culpable de haber hecho enojar tanto a esa alumna, cansar tanto su centrado comportamiento como para que de un momento a otro se olvide de quién era.
Esa joven que se enojó más al ver que él no la veía, le tomó un buen poco de cabello negro, liso y se lo jaló.
-Usted me verá, y yo utilizaré esto para molestarlo, para que no se meta conmigo nunca más.
El pocionista frunció el ceño alterado, bajó la mirada al suelo,
con energía, negó.
-¿Así que no eh? ¿Es usted un cobarde, poco hombre, no le gustan las mujeres o no le gustan si son inteligentes? Sabe profesor, no piense que soy tonta, usted se ensaña conmigo porque le gusto.
Snape alzó las cejas y negó, le salía humo por las orejas.
-Mh, vamos a ver si es cierto que no.
La estudiante se arrancó la ropa interior de arriba dejándole ver a su profesor sus pechos juveniles y bonitos, una cintura grácil y debajo de ella su falda escolar bien puesta, escocesa, esta hacía juego con sus calcetas y corbata de la escuela. Se adelantó a él e hizo que el rostro del mayor termine apretado entre la piel caliente de sus pechos
-¿Ahora no le gusto, verdad? ¿Qué pasa, los ratones le han comido la lengua? -lanzó el hechizo para que él vuelva a hablar- ¿O quiere que yo se la coma antes de insultarme? ¡Le ordeno que me insulte!
La joven lanzó un hechizo al rostro del mago obligándole a abrir la boca, ella aprovechó el acto para acercarse de nuevo y restregarle los pechos, incluso uno de sus puntos delicados terminó en su boca y él en ese arrebato enérgico que casi no le dejaba respirar, la succionó, haciendo que por unos segundos, la joven cerrara los ojos y se desviara de su castigo.
-¡Murciélago de las mazmorras! -gritó rompiendo la tela de la ropa interior del mago, dejando afuera su virilidad inevitablemente estimulada por enojo, y el cuerpo de ella, la estudiante olía a frambuesas, esa fruta que le fascinaba al mago; pequeña, delicada, cónica o redondeada con una piel aterciopelada de color rojo.
Snape no se había dado cuenta hasta entonces, que esa situación era atrayente, entretenida, se esperaba una violación, aquella era la primera desgracia no mala después de sobrevivir sin querer al veneno de nagini.
Ser violado por una alumna podía soportarlo, no era tanto un disgusto. Su real lado estricto y el rostro de ella al leer lo que le decían los ojos de esa chica que estaba encendida como un demonio, le aseguraba que, esa noche, sería violado.
“Una poción de lujuria, posiblemente, en la mañana se sentirá avergonzada” Se dijo en la mente.
La estudiante lo tomó de su hombría y se quitó la falda para mostrarle al profesor lo que él se había imaginado en ese mismo segundo, su cuerpo desnudo delante de él, no faltaba nada, Hermione Granger abusaría de él.
“Increíble que pase, la joven ha perdido la cabeza ¡Merlín, apiádate de mí y que no piense en mi trasero” Pensaba tanto en ella que no se daba cuenta que él también podría estar afectado.
Sin intención de hacerlo acabar ella se pegó a él para provocarlo más, colocando su trasero, su busto, o su intimidad femenina que lo aplastaba y frotaba mientras él ya no ponía resistencia, sino que intentaba concentrarse, probar algunos hechizos silenciosos para liberarse, un acto que gracias a Merlín empezó a funcionar y le dejó moverse por completo los siguientes veinte segundos que ella se aprovechaba de su rostro y acariciaba su intimidad en la cúspide de él, empujándolo a no poder aguantar tal humedad y acto en algún punto, razonable y carnal.
Ella no se apartó, la provocación era grande pero se arrepintió de abusar de él, después de pensar, que sería mucho peor dejarlo con ganas.
-Espero que haya aprendido su lección, querido profesor, ahora -señaló su cabeza con su propia varita- he tenido suficiente tiempo de crear un recuerdo donde usted se portó como un sucio pervertido con una indefensa alumna. Adiós, pase buena noche.
Se dio la vuelta para irse pero él, con la camisa abierta y las manos libres recogió su varita del suelo y lanzó un hechizo a la puerta, esta se azotó en un golpe seco.
-Muy mal, señorita Granger, no irá a ningún lado -la acorraló en su escritorio de espaldas colocando sus manos frías en aquella tibia cintura, le besó el cuello despacio y dejó que la pociones en el suelo, que expedían gases al rededor, controlen sus mentes y cuerpos.
Sí, mientras él los protegía de los efectos de esas pociones con hechizos silenciosos, la joven había respirado aparentemente en la primera caída de las botellas, una poción de lujuria y amor.
Snape estaba convencido, conocía a los jóvenes Sly y esas pociones derramas en el suelo tenían que ser responsables de sus actos, el acto de ambos. Aquello era una excelente excusa para atreverse o al menos intentarlo, no quería quedarse con ganas.
Hermione medio quería escapar y el otro cincuenta por ciento de su ser se lo pensaba y más porque el mago no es que la tocaba sino que la acariciaba.
Lo mismo sucedió con él, al sentirla tan cerca a él, se confundió porque ella en vez de librarse con fuerza, con su mano izquierda lo jalaba a ella, a que se pegue más, a que la abrace.
Snape besó más su hombro, despacio, mientras la joven alumna se quejaba y además lo sentía crecer.
-¡Déjeme, malo, usted es terriblemente malvado! y… y… -Snape se acomodó detrás, la apretó con sutileza por la cintura, se soltó con un brazo y le sujetó el busto derecho, segundos después, como si fuera a penetrar un cuerpo de algodón de azúcar, se unió a ella, con cuidado, y en un solo movimiento enloquecedoramente apretado e hirviente, suspiraron.
El olor de ella le daba esa visión, tan suavecita, tan delicada como una flor de la garza blanca, su piel sólo lo dejaba desconcertado. Ella le había dado esa visión, era un dulce algodón suave de azúcar, de esos que vendían en las ferias muggles cuando se escapaba de casa al parque, al ser tan sólo un niño de once años, ese dulce que se derrite en la boca por el calor.
-Ñom -susurró en el oído de ella, perdido en sus pensamientos.
No se detuvo, siguió y siguió sin parar de sentirse abrazado y tibio por la piel caliente de esa húmeda y bonita entrada que ella le mostró minutos antes con descaro.
-¡No, no…! -soltó ella.
-Sí, sí… -dejó salir Snape tocándola donde tenía que hacerlo con dos de sus dedos.
-No, no por favor.
-Sí, por favor, sí.
-No, profesor…
-Sí, hombre, sí, Hermione.
-Sí sí… Severus… -Dijo la estudiante sin poder controlarse.
-Es lo que digo, sí -respondió Snape, rápido.
Los ojitos de la alumna, los cuales él podía ver por encima de su hombro, reflejados en la vitrina de cristal detrás de su escritorio, se empezaron a desorbitar por el placer que él le entregaba y al mismo tiempo sentía, cómplice.
Hizo una sonrisa de lado, un parpadeo lento.
¡Qué hermoso es esto, Merlín! la mente del mago no dejaba de decir.
Nada de lo que sucedía era planeado.
Las manos grandes del mayor la giraron a él, la alzó por la cintura sin hacer mucho esfuerzo, se acomodó por su gran altura y la posó en el borde de la mesa para seguir con permiso de ella de ella a hundirse otra vez.
Siguió y siguió pero ahora intentando atrapar con sus labios, la boca de la estudiante, ella no se dejaba, tenía novio, un noviecito de quinta, pero tenía.
Aquella pelea duró unos segundos, viéndose como extraños sin saber por qué pasaba lo que pasaba, hasta que ella cedió y no pudo resistir más la forma en que él la miraba, sus bocas se unieron y todo lo demás dentro de ellas.
Sus ojos se cerraron, y por unos instantes viajaron a un mundo de delicados paisajes, empujones, ahogos, latidos, placer que crecía y de colores vinculados con magia, magia de ella y de él.
Ella no veía lujuria, los paisajes eran hermosos.
¡Morgana, qué exquisito!
Mientras se besaban muy intensamente, la pasión del movimiento en vaivén se intensificó hasta que los sentidos, desesperados, gritaron que la guerra había acabado, con los ojos entre abiertos, sus frentes pegadas y los ceños fruncidos, sus coros se apagaron en un acabose gigantesco y oscuro, regresándolos a esa fría aula de las mazmorras.
-Doscientos puntos para Gryffinfor -suspiró eso último sin poder respirar por aguantar el aire y su ímpetu. Snape llegó muy alto en un perfecto orgasmo después de ella.
-Ah, yo… Profesor… creo que mañana tengo que… Despertar temprano -todas esas ganas que querían destruir al mago se convirtió en una leve y tímida voz respetuosa.
-¿Despertar temprano? -preguntó con su usual voz gruesa de serpiente.
-No, yo… -con timidez extrema y cuidado, pidió- ¿Me da una poción anticonceptiva?
El mayor asintió y giró, tomó una botella que también había sido confiscada de la sala de Slytherin, traía en la etiqueta los pasos para realizarla desde cero.
Esta era vendida clandestinamente como pan caliente, los fines de semana.
Sin pensar en aguantarse se acercó a ella de nuevo, la besó despacio y se lo dio, parpadeó lento, como embobado de su sonrojo y le señaló la puerta.
La alumna terminó de vestirse avergonzada, salió corriendo después de que Snape se colocó la capa y dejó al mayor solo, respirando agitado, cansado, sintiendo que sus rodillas se doblaban.
El mayor hizo un esfuerzo de ir a limpiar, sin ganas, nada más que tirarse a la cama, cerrar los ojos y descansar.
Caminó lento con los sudores de su cuerpo pidiendo urgente una ducha, sobre todo por el perfume de frambuesas de ella impregnado peligrosamente en sus ropas, en su capa, una que podía guardar de recuerdo, por si acaso.
Decidió traer la escoba y recogedor al final del aula para levantar el desastre de vidrios regados en el suelo.
Se acercó al piso, buscó veloz las etiquetas al apoyar una rodilla con cuidado en el suelo y revisó. Estaba asombrado.
-Poción para heridas… Poción de memoria y… -Susurró- ¿Agua destilada del lago?
Se sintió confundido, miró el techo y se quedó viendo directo a la mesa de su escritorio.
-Se ha olvidado la capa y el suéter, seguro me lo pide mañana -su voz fue aún más grave.
Pero eso no sucedió, los siguientes días cuando la joven lo encontró a propósito en la biblioteca, se lo obsequió.
-Le regalo el suéter, Muak, que tenga una súper buena tarde, profesor Snape -La joven le acarició el rostro dejándolo helado. Lo jaló de la solapa y en un salto con ambos brazos arriba, consiguió atraerlo a ella y besarlo otra vez.
Snape tenía la prenda en el bolsillo grande de su capa, ni si quiera le dio tiempo para sacarlo y mostrarlo, es más ni le dijo nada ¿Le habría leído la mente al mago?
-Ssss…sí, gracias -respondió seco.
-De nada -dijo coqueta y se fue.
Desde ese día, todas las noches, hasta que llegó la graduación, Snape intentó conseguir que en la combinación de unas tres pociones inofensivas, se exponga un efecto que haga que una alumna y él pierdan la cabeza por el otro.
Por su puesto no lo consiguió.
Entonces ¿Qué pasó?
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A continuación…
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