Confía en Mi Capítulo II Es Imprudente

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Los días siguientes no tuvimos mucha comunicación y no por querer alejarnos de nuevo sino porque Parra vigilaba cuando se acercaban los días de paga, sí, el hombre parecía una rata ladrona de esa que espera que se te caiga la galleta de las manos y luego la atrapa con su hocico para arrastrarla hasta su cueva.

Esa noche él me llevó hasta la puerta de mi casa, hizo una venia frente a mí y se fue, sin decir nada, sólo con un abrazo que ambos extrañábamos.

Día jueves.

a pocas horas de que empiece la noche, el silencio se dejó sentir extraño en todos los rincones en el departamento de defensa  aunque yo no me di cuenta hasta que llegó a mí un chismoso aviso.

—¡Ey, tú! —una voz me avisó debajo de las escaleras.

Me acerqué a mi puerta y vi por la pequeña ventana pero no distinguí quién era así que decidí abrir con sigilo.

—Hola ¿Qué sucede? —mi corazón latía por espanto, no sabía la razón de mis nervios aunque presentía que tenía que ver con el ensordecedor silencio. A esas horas de la noche ya era para que el señor Steven  estuviera gritando por las inmediaciones cercanas al área de operaciones.

—Soy yo, Magda, la secretaria de Daniel, me acaban de informar que el jefe está embarrado hasta cuello ¡Es un escándalo! Algunos han ido al tribunal para intentar un sucio movimiento aunque saben que es demasiado tarde, el profeta ya tiene algunas fotos y documentos.

—¿El profesor Lupin? —Yo pensando que era él.

—¡No, niña, El señor Steven Parra!

—¿Qué? —sí que estaba sorprendida, bajé rápido por las escaleras para que ella no alce la voz más de lo que ya estaba exaltada.

—Sí —susurró.

—¿Y de dónde son los informes?

—Pues de Macusa… —puso rostro de que ni ella lo creía—, y me han comentado que van a ascender a uno en su lugar, no saben si es a mi jefe, a Lupin o al señor Snape. 

Me tapé la boca, que ascendieran a Severus podía ser tan oportuno e increíble aunque inapropiado para lo que apenas sucedía entre nosotros.

—¡Caracoles hervidos! —no me quitaba el sueño la noticia pero debía simpatizar con alguien más en la oficina.

—Por hoy no sé, ya ves que todo lo ordena Parra, el Ministro aún no está enterado pero acaban de enviarle una lechuza urgente. No creo se vea bien el hecho de que alguien que él mismo contrató esté tan coludido con ex mortífagos.

—¡Sí que es un escándalo! —repetí en el mismo tono que ella se había expresado.

—Pues es lo que digo ¡De verdad no quiero que me cambien de jefe, el señor Daniel no es tan recto como otros que he visto por aquí, no quiero salir del DDD pensando que soy un elfo domestico!

—No exageres, Magda, no es tan difícil, deben haber otras buenas personas aquí —le dije para que se tranquilice porque lamentablemente estábamos en el lugar del ministerio más lleno de gente orgullosa y ególatra, y es que era el departamento donde pagaban mejor —Bueno, lo último en lo que estoy me ha llegado desde gerencia, ya no creo que el señor Steven lo revise, así que si alguien tiene que decirme que cambie de tarea, ese será el profesor Lupin.

—Lupin no está en la oficina ahora que lo recuerdo, lo mandaron ayer a una redada con los aurores, se han ido al sur de Escocia pero ya lo conoces, suele escaparse y sorprendernos —Magda lo sabía todo, ahora entendía por qué Snape me advirtió cuando me aprobaron trabajar en DDD.

—Mh, pues no sé, entonces me pondré a ordenar el archivero de nuevo, la última vez habían informes repetidos y casos concluidos.

—¿Tienes autorización al archivo? —Magda estaba sorprendida.

—Sí, desde hace un mes, y verifico información histórica también.

—¿Aún no te mandan a campo, cierto?

—No, Magda. Y ojalá que aún no me manden, prefiero trabajaba en la oficina por ahora para aprender y saber dónde está todo.

—Claro, justo eso te iba a decir —miró a la derecha y a la izquierda a ver si estaba libre para irse con cuidado de que no la vean—, nos vemos después, Hermione.

—Cuídate —dije aún tocando la baranda en el último escalón, me di media vuelta y volví a subir pero antes de tocar el manubrio escuché una conocida voz.

—Señorita Granger, venga a mi oficina por favor.

¡Santo cielos, por poco me escucha hablando con Magda! Pensé

Giré para ver que estaba en la puerta de su despacho ahí a unos metros de donde empezaba el pasillo largo, y a su vez a unos metros de donde estaba mi escalera para subir a mi altillo.

Le alcé la mano para indicar que escuché y bajé otra vez.

Caminé despacio hasta su puerta e ingresé a su territorio oscuro.

—Cierra la puerta, gracias —me dijo sin verme y yo asentí.

—¿En qué puedo ayudar? —pregunté con timidez.

Se levantó de su silla, rodeó su escritorio y fue a su derecha por un archivo. Quizá uno donde trabajaba recientemente.

—Quería pedirle un favor —me trataba de “usted” por si acaso, eso había quedado aclarado después de la cena.

—Claro, ahora mismo estoy desocupada e iba para allá.

—Lleve esto —abrió un cajón y sacó  más carpetas, unas tres más al menos.

—Sí —me acerqué y recibí los documentos con mis dos manos, después di algunos pasos hacia la puerta para irme por el largo pasillo.

¡Por Merlín de verdad era largo! Al menos debía medir unos cincuenta metros.

Bajé por la escalera de caracol y dije despacio la clave del día frente a la puerta del archivero.

Novena —se abrió la puerta frente a mí y entré confiada.

Miré los números en las carpetas y descubrí que todas eran del mismo informe: Nro dos mil veintiuno de la calle Mali en Londres, muy cerca de aquí.

Tomé mi varita para intentar ser sutil y no tocar los archiveros, guardé todas las carpetas en su lugar para irse de ahí. La magia que salió en hilos amarillos hizo flotar los archivos, ordenados.
Y después se cerraron todos los seguros como en un toque suave y armónico.

—Listo —me dije en una pequeña felicitación.

Y al voltear para irme, vi una silueta conocida frente a mí,
él, Severus estaba ahí.

Me había visto hacer todo el trabajo fácil, silencioso, como si yo fuera algo impresionante o como si vigilarme fuera una tarea interesante.

—Ah… Yo… He colocado todo en su lugar, lo juro —alcé mis manos—, ¿Creía que me iba a quedar con algo, señor? —pregunté porque ese hombre me causaba más miedo que Parra cuando guardaba silencio.

Él negó rápido con cuatro movimientos de su cabeza.

—No —soltó rotundo.

—¿Entonces? —dejé de verle a los ojos y empecé a ver mis manos. Me ponía roja como un tomate, y mi corazón sentía algo extraño que jalaba tiras de músculo hasta mi ombligo.

—La contemplo un instante —confesó grave.

Me acerqué a la puerta para ver la manera de salir sin chocar con la tela de sus ropas. Y a pesar de mis gestos e intenciones él no me dio señales de dejar que me fuera de ahí.

Lo siguiente que hizo fue sujetar mi mano y atraerme hacia él para rodear mi cintura con sus dos largos brazos. Hundió su rostro en mis rizos y aspiró profundamente.

—Ah, me gustas tanto —la gravedad de su voz y esa sutil pausa me hizo vibrar.

Averiguar lo que intentaba conmigo siempre era difícil, una tarea imposible, así que hice lo mismo que él y lo abracé por la cintura acercando mi rostro a su pecho, cerca a su hombro izquierdo.

—Y tú me gustas, Severus —era verdad ¿Acaso no recordaba que esa noche, dije que lo amaba?

Me apretujó a su cuerpo dejándome sentir todo delante de él, sus muslos, su vientre plano, la hebilla de su correa y un calor repentino que se hacía entre ambos por nuestras mitades.

Se hizo hacia atrás un poco y me miró de cerca como estudiando cada centímetro de mis facciones.

—¿Cuánto te gusto? —su curiosidad exigente me hizo sonreír, pero de esas sonrisa torpes y terriblemente tímidas.

Pasé saliva junto a algunas palabras imprudentes.

—Sueño… Sueño contigo, y no sólo cuando voy a dormir —vi aquello increíble, sus labios separarse y sentir sus manos recorrer mis caderas con cuidado, hasta mi cintura, tan sutil como si pudiera romperme.

¡Oh Morgana, su tacto era fascinante!

—Y en las noches es cuando más extrañas el contacto que nunca has tenido con ella —se refería a él, y claro que en los sueños no ves besos en las mejillas y abrazos cariñosos—, sueñas que se pierde contigo de camino a un lugar donde sólo existen dos, y en un beso de sus hermosos labios encuentras que la vida que tienes no fue un regalo de la naturaleza mágica sino un deseo de nuestros seres gritado al mismo tiempo —apretó las palabras—, sientes que en algún momento de tu creación fue arrancada de tu cuerpo y ahora necesitan pronto, la unión, una urgente unión.

El jadeo que le dejé escuchar fue involuntario.

—Ah… Mi amor…

Acercó su boca a la mía y me besó.

Todo se detuvo por unos segundos, mis oídos se taparon y mi cuerpo se movió como al tocar un traslador imaginario,
se apropió de mi espíritu y lo llevó a un laberinto de obstáculos, lleno de piedras de oro, con aroma a madera húmeda, lavanda y tierra removida con hojas de hierba buena,
suave, húmedo, con sabores a pasteles de vainilla sin azúcar.

Sus labios era suaves y tibios, aún mejor de lo que había imaginado.

Me besaba, me tocaba y dejábamos ser eso que tanto habíamos deseado en silencio.

//

Esos momentos,

Aquél día en que después de transformaciones corrí hasta al aula de maestros a recoger los apuntes de sus clases, él estaba frente a la gran ventana contemplando el jardín donde los de primer año estaban en sus primeras clases de vuelo. Era también de las primeras veces que íbamos a reunirnos para los cuestionarios vocacionales.

Iba a tomar el pergamino de la superficie caoba, pero con torpeza dejé caer el tintero sobre su levita, en la silla sí, era la primera vez que lo veía en camisa, estaba tan acostumbrado al frío de las mazmorras que el último piso de la torre central en primavera, era un caldero encendido para él.

—¡Granger, ha arruinado mi…!

No pudo terminar de gritar porque cerré mis ojos, tapé mis oídos y alcé mis hombros asustada, ese gesto único y sorpresivo, hizo que él se frenara.

No podía hacerme nada, aborrecía el lugar de profesores por estar caliente y además llegaba yo y le tiraba la tinta encima de su levita, lo que él más amaba sobre su cuerpo.

Gruñó, sólo Gruñó frente a mí y caminó a la mesa, yo guardé silencio porque alterarlo en ese estado podría hacer que explote en color verde claro.

—¡Ah, señor perdóneme! lo lamento de verdad, fue un accidente —quise disculparme, tomé mi varita y arreglé todo en pocos segundos.

Y cuando iba a recoger la tapa del tintero, mi pie se apoyó en un suelo inestable con un buen poco de tinta bajo mi talón, aquello hizo que resbale obligándolo a él a reaccionar de inmediato. Me sujetó con ambas manos por unos segundos de la cintura, y esa fue la primera vez que le sonreí, que conectamos miradas y bajé hasta sus labios sin su permiso.

Segundos después volví a intentar tomar la tapa del suelo pero él deslizó su grande mano derecha para sujetarme por el brazo, se quedó tomando mi muñeca hasta que me incorporé y puse la tapa nuevamente sobre el tintero.

Su suave tacto me llamó la atención, y mi bocota no se quedó cerrada.

—Sus manos son suaves, como las de un bebé, tienen algunos rasguños pero no se notan en la superficie de su piel —tocaba su mano insistente sin perderme de vista cada línea y detalle. Sí me impresionaba lo suave que era, al menos la que sujetaba, su mano derecha.

No me dijo nada, sólo dejó que lo toque a mi antojo, sí, llegué a alzar su mano hasta mi rostro y acercar mi mejilla para probar lo suave que era y la temperatura.

—Si le gustan y desea, puede llevarse mis manos, se las regalo pero a cambio usted debe dejarme ese par de ojos cafés.

Era la primera broma que hacía al ser su asistente después de algunos días de entregar documentos al ministerio.
Consideraba que era broma aquello de regalarle mis ojos porque no se pasaba por mi cabeza que se fijara en mí.

No en ese instante.

Entonces alcé mis manos a mi rostro, hice como si me quitara los ojos, apreté los párpados y puse su mano en mi bolsillo.

—¡Ay qué graciosa, Granger, ya váyase!

Bajé la escalera de la torre de profesores con una gran sonrisa en el rostro, sonrisa que mis más cercanos Gryffindor notaron, y sobre todo esa misma semana que lo vi.

Juro que no le estaba coqueteando sino que estar tan cerca, convivir en silencio, repasar y tocar las mismas hojas que él, ese y otros instantes nos había hecho fantasmalmente cercanos.

Ya no le tenía miedo porque me había gritado mil veces antes. Yo no recuerdo haber visto una advertencia en su frente, que trabajar con él era conocer a ese misterioso hombre de las Mazmorras, alguien de verdad súper hiper exigente, nada raro para mí porque la disciplina había sido parte de mi vida al estudiar y crecer, sin embargo él para mí era incluso un abusivo e imposible programa de perfección. “Don perfección” tenían que decirle, lo juro, porque los detalles nunca pero nunca, se le escapaban.

“Siempre he trabajado solo, Granger, no necesito de usted, vaya a decirle a la directora” y luego quizá cambió a un “¿Me ayuda con algunos exámenes?” ¿Dónde estaba el letrero de advertencia, dónde estaba él?

*

También podía ser esa noche, en la casa de los gritos, cuando yo lloraba porque iría a recuperar la memoria de mis padres. Había completado su guía vocacional nocturna de pociones avanzadas y Dcao dos semanas antes de terminar la escuela. Con bastante tiempo de ser su asistente, no dormir algunas noches al corregir exámenes, y otras tardes o días sin comida para buscar interminables libros de defensa “qué valían la pena leer”, la confianza entre ambos crecía y se hacía secretamente  grande.
Llegué a saber qué necesitaba a qué hora y él sabía si estaba pasando un gran problemas de emociones descontroladas en mi ser, me decía que era Insoportable pero también me tildaba de una común y natural  joven mujer.

Él me dijo:

—Patética estudiante, llorar no arregla las situaciones personales, deje de recordar el pasado ya no viva en él —algo más dijo pero por alguna razón se había borrado.

Me fui esa vez hacia él con la cara hecha un desastre y me lancé a su levita a llorar por unos minutos, dejando que en ese instante, aquel refugio improvisado y el calor humano de la persona más fría que conocía, se quedara ahí, conmigo aunque no tenía obligación de hacerlo.

Por su puesto nada era gratis, al pasar los primeros tres minutos en silencio, me empezó a reclamar en voz baja que arruinaba otra vez, uno de sus levitas favoritos.

Ese día creí que ya estaba conmigo, quizá un amigo,
que aunque era tan rudo y tan duro como una piedra, dentro de él era blando como la pulpa de un coco maduro, lleno de pelos en la superficie y capas amargas, casi impenetrable, hasta que con ingenio y el tiempo, llegas al líquido dulce y valioso de su carne fría y blanca, su corazón y el maravilloso bombeo en su interior.

Hasta las primera horas de la mañana me quedé escuchando, sentada en el pasto en el banquillo frente al piano, las mil y cero formas de recuperar la memoria contra un encantamiento obliviate, escuché al menos un par de horas en silencio, el ruido de los insectos y ocho únicas palabras extendidas entre todo ese tiempo, palabras de aquel hombre llamado Severus y su grave voz autoritaria, sin querer consolarme con algo más.

Su compañía, esa noche,
fue suficiente para sentirme tranquila, después de tantos meses sin mis padres, sin su espera en casa, lo que ocurriría para recuperarlos no era fácil.

Y lo mejor, su dejarme abrazarlo.

//

Nos besamos sin fijarnos en el transcurrir del tiempo, como uno suele hacer al tener algo después, un pensamiento adelantado a la situación que transcurre, una  preocupación grande y certera.

Un precioso y único dejarse llevar y esas pausas para recuperar el aire ya que al volver al otro y atrapar sus labios la caricia incrementaba en subidas y deslices, más deseo.

Lo escuchábamos ¿Quién podía decirnos que estaba mal?

Nuestros suspiros, agitados, temblorosos y desquiciados, nos hacía vernos juntos con ojos poseídos en anhelos de fusionarnos en cada apretón de nuestras extremidades.

—Ah, pueden vernos —no quise liberarme de su boca o esa exquisita forma en que su lengua se enredaba a la mía, sino que me hizo sentir un algo destruir mi estómago de emoción y mi pelvis hervir con calor.

Todo nuestro cuerpo, estábamos seguros, que sentíamos ese crecimiento desesperado de  necesidades, las cuales sabíamos bien que podíamos exponer bien con el otro aún si ese acto evolucionaba en nuestra segunda vez.

Se detuvo sin soltarme, no dejó de pegarme a él, entonces subió sus manos hasta mi cabeza por cada lado de mi cuello. Yo intentaba saber qué pensaba, él sabía que lo observaba en un estado afiebrado con mis ojos entre abiertos y el ceño fruncido.

Él estaba igual aunque tenía los párpados apretados.

Acarició mi nariz con la suya, luego se deslizó por mi mejilla con la punta hasta la comisura de mi boca y ahí terminó la caricia con sus pálidos y delgados labios hasta que me dio otro beso para separarse de mi rostro.

—Ay razón en lo que dices, quizá puedan vernos —estaba agitado, nuestro escondite lo hacía aún más alterado, una situación  oportuna.

No dejó de apretar mi cuerpo con sus brazos.

—Hay lío allá arriba, no nos buscarán hasta que empiece el siguiente mes —tenía que sonar prudente aunque el lugar era bueno para precipitar el deseo del querer y hacer.

—Ve a tu escritorio, que diga a tu oficina —sonó a orden y eso provocó una risa suave en mí.

¿Qué estaba en sus pensamientos que menciono el escritorio?

—Ey, eres un bandido, tienes suerte de que no eres fácil de persuadir.

—Sí lo soy.

—No, no lo eres —insistí.

—Lo soy, por eso no quiero esperar hasta el viernes.

—Y… ¿Por qué no lo dijiste antes, brujo? Sabes dónde está mi escritorio —sonreí.

—No quería sonar como… —pensó bien lo que iba a decir—, simple —deletreó despacio y aún cerca a mí.

Peinó su cabello hacia atrás y regresó a ese rostro neutro e inexpresivo uno con leve altivez y esa penetrante mirada intimidadora la cuál bien sabía, me afectaba.

Luego arregló sus ropas y retrocedió unos pasos lejos de mí pero no le dejé y volvió a mí.

—Dije que vine aquí para estar contigo —susurré tomándolo de su mano izquierda.

Asintió cuando lo solté para irme.

Di unos pasos hacia el marco de la puerta, quería ir a mi altillo, empezar a subir por los escalones de metal con muchas cosas que alistar, sin embargo él me atrapó y jaló al interior una vez más.

—Granger —no dijo nada más sólo se quedó viéndome a los ojos, yo me acerqué y volví a besarlo, no con sutileza sino con todas las ganas contenidas en mi ser por meses, un desquite, un gran antojo de con su nombre.

Ese hombre era magnífico y me hacía sentir bien estar cerca a él.

—Ah, no me hagas esto —suspiró con deseo y dolor.

—Tú nos has traído aquí —reclamé y mordí mis labios, sabía que tenía más ganas de mí.

Suspiró y soltó aire como si estuviera locamente desesperado. Vi su gesto cambiar al pasear su mirada de mi cabello a mis labios y golpear el muro atrás de mí con su mano abierta.

Estaba acorralado, lo atrapé en su propia trampa.

—¿Qué? ¿Qué sucede? —sonreí porque no sabía qué quería, buscaba su mirada pero él esquivaba la mía.

Gruñó enojado.

—Esto es llamativo pero no quiero que sea así —otra vez en tono de mando.

—No te preocupes, Severus, no te preocupes por eso ¡Vamos, está todo bien! —lo tomé del rostro, porque la otra noche me dejó y al parece le había encantado mi cariño—, ¡Te amo, es lo único que importa! ¿Quieres ir a tomar algo, después del trabajo?

—No quiero beber contigo, Granger, es imprudente.

—¿Por qué es imprudente? soy una adulta ¿Acaso lo olvidaste?

—Una joven adulta en realidad —hizo un gesto creído. Cruzó sus brazos y se recargó a mi lado, su hombro izquierdo y cabeza tocó la superficie de la pared.

—Soy una mujer… ¿Por qué no vienes a mi casa y tocas mi puerta? Si no quieres que alguien te vea, aparece en mi sala, sabes que no me enojaré.

—Porque… —soltó sus manos y se irguió sobre sus pies —¿Es acaso que la señorita Granger quiere conocer a su profesor?

Asentí, coqueteaba con la mirada y le  sonreía.

—Claro que sí ¿No se nota? —lo dije a propósito y él abrió los ojos, quizá con acusaciones de ser una descarada y simple chica.

Merlín, apenas lo conocía, a él le gustaba ganarse todo como en una conquista y dura batalla. ¡Ay Merlín!

Estaba bien, ¿Quería que sea difícil? entonces sería así. Desvié mi camino rodeando su cuerpo para irme y, me habló.

—Voy a ir a la casa de tus padres —advirtió.

—¡No! ¿Qué les vas a decir? ¿Por qué?

—Si alguien tiene que rechazarme primero, deben ser ellos.

—¡No! Aunque bueno —caminé hacia delante y le di la espalda —creo que ellos piensan que ya estoy contigo.

—¿Por qué, qué les has dicho? ¿Qué reputación me has dado, ahora?

—No, no, espera, no te enojes, es sólo que hablé con ellos, les dije que vendría a trabajar al ministerio porque ahí estaba el hombre que quería.

—Mh ¿No saben que soy yo? —preguntó con exigencia.

—Yo creo… Que… Pueden imaginar que eres tú.

—Imposible, ellos no pensarían nunca que tú y yo estamos en una relación amorosa.

—No insistas con eso, Severus, sí es posible, eres un hombre correcto, eres inteligente, atractivo y además trabajas en un área importante del Ministerio —la seriedad con la que dejé que escuche todo eso lo hizo sonreír.

¡Merlín! La primera vez que lo veía así.

—Gracias por decir todas esas cosas de mí, eres la única mujer en el mundo de quien he disfrutado escucharlo. Tus ojos me ven diferente.

—¿Qué otra mujer te lo ha dicho? —acusé rápido, fingiendo enojo.

—Mh, un par de mujeres quizá, en el grupo de colegas de Hogwarts.

Reía, sabía que me decía la verdad y que se refería a Minerva o alguien que trabajaba ahí.

—Menos mal.

—Soy todo eso y también diecinueve años más viejo que tú —suspiró después de esa exposición antipática que tanto me enojaba.

—Por eso me gustas, porque no eres un niño —no quería que él tenga la última palabra.

—Nunca entendí tus negativas de salir con Malfoy —Se hacía el gracioso, ya había empezado, quería que me enoje.

—Y yo no entendí esa terquedad insistente de que salga con chicos de mi edad, sabes que son, todos, muy inmaduros.

—Eso lo aprendiste a la mala con Wesley. En fin, aquella conversación terminó el segundo día que me ayudaste con exámenes en el aula de Pociones y Dcao.

—¿Otra vez vamos a discutir de ello? —me tomé la cintura con mis manos, no me iba a recordar eso y pensar que me iba a quedar callada.

Di unos pasos para enfrentarlo, él alzaba una ceja, divertido, ya me había dicho antes que por mi estatura delicada y perfecta, parecía un gallito de peleas con plumas vistosas. ¡Nada romántico!

—No, es sólo que recordé que, ese día fue la primera vez que toqué y sentí muy cerca tu rostro —quiso darme un beso pero me hablaron y nos separamos, nerviosos.

—¿Hermione? —Lupin bajó hasta dónde estábamos y nos quedó viendo, confundido —Eh ¿Puedo saber qué hacen aquí? —nos señaló con sus dedos, estaba comiendo chocolate.

—Me mando solo, profesor Lupin —escupió Snape de forma despectiva, tantos meses y aún no podían aguantarse.

Intervine para que el ambiente no sea más raro,
dije:

—Yo seguí al profesor, quería agradecerle por salvarme el otro día en algunos asuntos de la oficina, además lo invité a cenar a mi casa pero se negó, otra vez.

—No gastes fuerzas con él, Hermione, te lo he dicho tantas veces —caminó más cerca a mí y extendió su mano, como si yo hubiera caído en un pozo profundo—, Ven —me llamó con energía y un exagerado movimiento. Snape no iba  a estrangularme como una serpiente sin embargo ese instinto sobreprotector de licántropo le salía natural ahora que era papá —Al profesor le gusta estar solo, Hermione.

Snape se acercó frente a él y se hizo más alto para intimidar a mí jefe licántropo. Claro que era más alto que Lupin, unos centímetros más.

—No me gusta estar contigo, pero ella sí es interesante —silabeó lento, muy dentro de Snape estaba la intención de confundir a Lupin, provocar una pequeña batalla —¿Te das cuenta que son cosas distintas?

Me mordí el labio para no reír.

—Ah… ¿Entonces aceptaste? —preguntó Lupin curioso, por lo que dije.

—No, me negué a su invitación porque yo quería invitarla  primero —se hizo aún más soberbio con la voz—, Lo hice… Y al final… Dijo que sí —me miró y a Lupin y añadió—, Granger saldrá conmigo —luego en una rápida venia de cuello, se retiró.

Después de unos segundos de silencio, me sentí nerviosa sin resistir mas, sonreía, viendo por donde Severus dio pasos y nos dejó solos.

—¿Snape te invitó a salir? —tocó su barbilla—, ¿A salir como en una cita o a salir a comer? —nadie le ganaba a Lupin como chismoso.

—Am, yo creo que a esa serpiente, le gusto —crucé mis brazos, me di la vuelta y caminé para subir.

—¡Ay claro que no! Snape es como una estrella de mar —yo ya había empezado a subir, reí hasta llegar al pasillo.

Y cuando estaba cerca de terminar mi camino, a unos metros de alcanzar las primeras escaleras hacia mi oficina, Severus abrió su puerta y me llevó adentro, de un tirón.

—¿Qué te dijo? —me preguntó besando mi cuello.

—Que te reproduces como una estrella de mar —era suficiente para él de probar, lo empujé con mis manos del pecho y lo dejé otra vez, solo.

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