Beso Francés Capítulo XXII Un Padre Y Una Madre – Final Parte 2 Y Epílogo 🏕 👽

 

Snape no daba la cara ¿Cómo podría enfrentar a Minerva, ahora?

No quería, no por temor, sino por sentirse expuesto
¿Por qué tenían que enterarse los demás, por qué exponer sus sentimientos e íntima vida personal, por qué exponer si en sus silencios pensaba en una joven mujer? No, aquello le hacía sentir un poco culpable, no tenía por qué dar explicaciones.

Menos exponer ante la jefa de Gryffindor, debilidades tan importantes y comunes en un hombre, exponer aquello con la que nunca terminó de tener una relación de colegas y paz, McGonagall no era su amiga, no era nadie, sólo alguien más en el castillo.

Se preguntaba y no entendía.

¿Por qué en esos días anteriores, en aquellos sueños de inconsciencia, había confiado en ella?

Hermione, esa niña lo había perjudicado. Quería enojarse, pero al recordar los tiempos inconscientes en la clínica, los de su mente, veía que en una de esas ocasiones él se había acercado a Minerva para solicitar a la estudiante como asistente en su curso, no sólo con razón de ayuda, sino porque estaba interesado en Hermione de forma romántica.

Ver aquello le espantó, se sintió confundido, definitivamente debía haber pasado en un plano lejano a su control porque él a quien menos podría decirle, era a esa bruja anticuada. Y no sólo eso sino cada situación donde parecía increíble que él fuera o hiciera.

Tanto tiempo de caminar con cuidado, y esa jovencita en un par de días lo había arrinconado a portarse como un chiquillo irresponsable. Todo por su bonita cara, todo por su suave voz, ese gusto de escucharle pronunciar su nombre, con respeto, sus manos suaves y cálidas en su pálido rostro y sus cejas en esa forma tierna frente a él, en petición, algo que no podía resistir.

¡Esa forma de quererme, Granger!

¿Por qué bendita sea le gustaba tanto, aquella estudiante? Tenía que existir una razón poderosa.
Una mocosa de Gryffindor ¿Por qué de Gryffindor?

Hasta una Slytherin podía haber sido razonable, quizá una Ravenclaw, las cuales ven bondad en todo, son inteligentes, creativas. A él le constaba aquello, haber visto que los Slytherin salían más con las chicas de esa casa o con las mimas serpientes, no una Gryffindor tan, tan, tan…

¡Santo Merlín, ella es una Ravenclaw valiente y astuta! Pensó Snape, tocó sus lagrimales con los dedos, rendido, sin parra de caminar.

Disimulaba por los corredores, a prisa, caminaba con dirección al comedor, su capa lo hacía ver como si volara, rápido, con sus cabellos lacios sacudiéndose en sus violentos pasos.

Estaba enojado y su cara decía: “Hoy no atiendo magos ni brujas con sombrero puntiagudo”

—Profesor, profesor Snape —Vector intentó estirar su mano para saludarlo pero él pasó como un rayo y cruzó el portal casi tan rápido que los primeros rayos del sol, atrás de él, tocaron la piedra del castillo, igual que las caricias de las madres con sus recién nacidos, lento.

¿Estaba enojado? Posiblemente sí.

Quién pudiera verlo se daría cuenta, el hombre se portaba tan brusco a veces y se notaba en la forma que caminaba, mientras más apretaba el paso más exponía con qué pie se había levantado.

Sus ojos se movieron hacia la esquina, luego a la otra, sus pasos precisos lo situaron en ese frío rincón exacto. Guardó su varita en otro lugar para que no se le hundiera en una costilla, y después de tanto, se dejó caer erguido sobre su silla.

Bufó, porque no podía evitar pensar en ella, en Minerva y en su cabeza quemada por el coraje, al tener que dar explicaciones, al tener que escuchar reclamos.

—Buenos… Días, Severus —La voz de la directora lo sorprendió cuando su trasero apenas se había acomodado en su sitio.

Snape asintió, no quería hablar. Se escondía entre sus largos cabellos que ahora se veían más lisos a cada lado de su rostro por tener sus ojos mirando hacia abajo.

—Ya sé que no quieres hablar, jovencito, no tienes que decirme nada, la señorita Wesley me informó un sin número de veces que en las madrugadas de la clínica, reclamabas a la señorita Granger, ahora puedo entender por qué. Me preocupaba que sea un tema con los Mortífago, porque no quería confiar en ti, pero ahora veo que no era eso, así que estoy más tranquila y no te diré nada más —la mujer le puso la mano en el hombro y él sintió un balde de agua fría después de que ella dejó el lugar.

—¡Morgana, es una odiosa santa! —peinó sus cabellos hacia atrás.

La directora cambió todo su ánimo, él predijo una gran discusión, un desastre natural, hasta una segunda guerra donde los protagonistas fueran dos casas de Hogwarts.

Y no

Se mantuvo en silencio.

Durante el desayuno estuvo en silencio, de ves en cuando veía de reojo a sus compañeros profesores para intentar averiguar si la directora había ido de chismosa con alguien. No, no había ido con nadie.

Casi al terminar de comer se dio cuenta que aunque no quería debía ir ante ella, ante la bruja mayor. Hermione le había dicho que no quería estar más en Hogwarts, la idea era muy buena, él tampoco quería seguir ahí.

—¿Qué cosa le digo? —soltó al aire en susurro.

Al regresar a su despacho en las mazmorras mandó a llamar a uno de sus alumnos de confianza, quería usar al muchacho, como si fuera una lechuza, para entregar una nota importante a Hermione.

El joven al estar delante de la puerta, ver el cuadro de la señora gorda, sostenía el pergamino con las letras escondidas del pocionista. Esperaba a Granger, nervioso, tenía ganas de ver su cara de sorpresa por mirar a un Slytherin con algo qué decir o hacer.

Cuando apareció se dijo convencido que había cometido un error, porque esa no había sido la reacción de la joven. Ver su sonrisa, la alegría clara en su rostro, como si esperara su visita, lo asustó.

El alto joven miró a la estudiante relajada, cuando ella, avisada por un compañero de la casa, a salir a la puerta, lo saludó como si fueran amigos de tiempo.

—Sam, ¿Cómo estás? —amigable, con un tono de confianza y cercanía, así le habló.

—Yo bien, excepto por darme cuenta que sabes mi nombre —abrió los ojos más— vine para realizar un encargo.

—Soy perfecta de Gryffindor y tú de Slytherin, tengo que saberlo por las reuniones que tenemos en dirección.

—No, ya no soy prefecto de Slytherin.

—Bueno, pero lo eras… En fin ¿El profesor Snape te envió?

—Sí, menos plumas que otros búhos, es lo que hay. Sí, me envió el profesor Severus ¿Acaso eres adivina?

Hermione rodó los ojos, los Slytherin eran tan parecidos a Snape en el sarcasmo, le pareció divertido.

—Soy mitad muggle vidente, ¡Exagerado! No me hagas esperar, ya dame mi correo, búho.

—Graciosita te crees, pues toma —le dio el pergamino y se quedó a la espectativa.

—¿Quieres que lo lea delante de ti o qué?

—Las órdenes de Snape fueron que reciba tu carta de respuesta y luego se lo lleve hasta sus manos —hizo los mismos gestos que su profesor con las manos, hasta parecía una versión más joven de él.

Hermione ahora entendía por qué había enviado a Sam, seguro era uno de sus engreídos, alguien que pasaba mucho tiempo con él.

—Está bien, dame unos minutos —sacó de su capa una bolsa de galletas de avena y le entregó al chico en forma de propina.

—Ah, alimento, qué bien —lo recibió conforme, abrió la envoltura y empezó a comer mientras ella se acercaba al balcón para escribir sobre la piedra, recargarse ahí.

La carta decía:

Hola, señorita de la falda corta e insolente forma de vestir.

Ahora mismo me dirijo a dirección para continuar con las cosas que tú has iniciado,

Nos vemos en la tarde antes de la cena, a la espalda del castillo y cerca del acantilado. No te lo dije en hora de clase porque ya es bastante imprudente que la directora esté enterada de esto

Ahora sí, cuenta regresiva.
Papeleos simples no me detendrán, Granger, tú me metiste en esto, sabes que luego, nos iremos, así que te animo a que lo medites, antes de vernos.

Hermione podía jurar que hasta lo escuchó en vivo y en directo, su tono serio, exagerado, pausado.
No dudó, tomó una pluma de su capa, porque siempre tenía dos, y escribió de inmediato:

No tengo nada que pensar o meditar, señor Snape.
Compremos un boleto a Londres, les escribí a mis padres para saber dónde están, ellos irán donde les diga, creen que quiero comprarles la casa donde antes vivíamos juntos, la venderán a bajo precio, ahí aprovecharé a regresarles la memoria y les diré que salgo contigo.

Pdta:Ja, ja, ja con mi madre no tendrás problemas, mi padre… Pues él te costará un poco.

Snape recibió la carta una hora después, el mismo alumno se la  acercó con demora porque no encontraba a su profesor.

Al releer el último párrafo, resopló y renegó.

—¡Merlín, estar así es un cruel embrujo, es una tortura! —dijo impresionado, sin pestañear, con el ceño aún más fruncido.

¿Cómo era posible que ella sea tan atrevida con él? ¿Dónde estaba la Hermione prudente, que lo admiraba mucho, que lo respetaba y no lo desafiaba?

***

Hermione corrió al lugar donde Snape la había citado, apresurada, se le hacía tarde por culpa de su compañera Ginny, la cual volvía a confundirla con cosas extrañas que tenían que ver con proyectos muggles de su padre.

El mago estaba ahí, la esperaba y no solo.

Minerva McGonagall estaba ahí.

—Al fin llegó, señorita Granger, justo a tiempo.

—Profesora Minerva… —miró a Snape —, Severus, buenas noches.

—Voy a cortar el tiempo, jóvenes. Vine por petición del profesor para decirles que no pienso acusarlos delante del ministerio acerca de cualquier falta existente en la relación que mantienen a escondidas. Es problema suyo, y pueden realizar cualquier cosa que planeen. Supongo yo que tendremos dos decesos en la escuela. No soy madre de ninguno así que hagan conforme han planeado.

Snape no perdió postura y atención.

—Iremos a Suiza con sus padres, regresaremos la memoria de ambos, después, nos iremos juntos… —no se atrevió a decirle dónde, porque de todas maneras era innecesario—, Eso será todo, el lunes regresaré solo para recoger el papeleo de intercambio para ella.

La profesora miró a la joven.

—¿Estás segura de abandonar tus estudios? —fue sería y directa.

—No los abandonaré, profesora, sólo no serán aquí —dijo con cuidado.

—Entonces les deseo éxito. Ustedes son adultos, saben lo que hacen.

Snape asintió.

—Profesor, pase por dirección mañana temprano. Tengo sus cartas de recomendación, les será útil —Minerva estaba lista para irse.

Snape volvió a asentir e hizo una venia ligera de cabeza, tomó de la mano a Hermione y la bruja frente a él desapareció.

La estudiante se extrañó, el mago la tenía de la mano. El rostro de la joven parecía gritar una pregunta.

¿Me estás sujetando la mano o me lo imagino?

—Ahora siento que sucede de verdad, no hay más dudas o confusiones, Hermione, tú vendrás conmigo y yo iré contigo a donde desees —su gruesa voz confirmaba su respuestas claras.

Hermione lo abrazó, ahí a unos metros del acantilado, con ese furioso viento que les golpeaba de frente y que en un instante los envolvió de cuerpo entero.

Un abrazo, un sí, un que se podía y se haría y todas esas almas cercanas rondando en otro plano espiritual les aplaudían en silencio, el silencio del viento, la magia recorrer los rincones de su cuerpo.

***

Epílogo. Un padre y una madre

Snape esperaba dentro de la casa, específicamente en la habitación, no escondido porque no tenía nada que esconder o temer, al menos eso creía.

Ella tenía que hacerlo, distraer a sus padres tanto que ellos no notarían el hechizo enviado, preciso y planificado por ambos. Snape estaba seguro de que no debía ser lanzado tan cerca, bastaba con un complemento de precisión y las palabras cuidadosamente pronunciadas.

Así sucedió.

Él lanzó el hechizo teniendo en mente el recuerdo de ella, el cual le había compartido una noche entera, hacer que ellos, sus padres, regresen a ese punto en que dejaron de acordarse, en que todos los recuerdos los llevaban a ser únicamente una familia de dos.

El hechizo no fue tan sencillo.

Debía ser comprobado de inmediato después de que ese rayo naranja tocó la cabeza de ambos progenitores, sobre todo la joven ahí, debía comprobar que había funcionado.

Snape bajó hasta la puerta y viendo la calle, vigilando con afán, sintió que algo en su interior se contrajo, era un sentimiento extraño, uno que no había tenido desde que era niño. Los nervios lo habían sujetado de los tobillos y empezaban a trepar por su cuerpo.

¿Acaso era temor? ¿Temor de ser rechazado por la familia de Granger?

Hermione le había dicho que espere, que ella abriría la puerta.

Entonces, esperó.

***

Los ojos de ambos adultos se cerraron, una esfera de recuerdos ingresó a través de sus ojos, obligándolos a sentarse en el sofá, el mismo lugar donde habían perdido lo más valioso sin darse cuenta.

La joven no pudo evitar emocionarse, sus labios y rostro, nerviosos, querían gritar que estaba ahí, pero, con paciencia sólo esperó.

La primera en reaccionar fue la mujer, atacada velozmente mientras abría los ojos por los últimos recuerdos, unos que ya no eran de ella sino que Snape, por petición de Hermione, había plantado, no mentiras, no sutileza, sino toda la verdad, toda excepto su relación.

Y entonces, en ese instante, el padre también reaccionó.

—Hija —su voz se quebró

Sabía que ella lo había hecho, lo mejor era que sepan la verdad.

—Papá, mamá —ella se lanzó en medio de ambos para caer arrodillada frente a ellos, los cuales la recibieron como todas esas veces, que creció lentamente día con día, delante de sus ojos, unidos, alegres, sin problemas de muerte.

—No llores hija, lo sabemos, sabemos que ha sido difícil.

—Muy difícil, mamá, muy difícil… Voldemort murió y… Las cosas cambiaron al fin, ahora hay paz, esperemos que por un tiempo, ya no tengo que tener…

La voz de Hermione se quebraba e intentaba tomar fuerzas porque necesitaba decir algo más.

—¿Qué sucede? Hermione —preguntó su padre.

—Mamá, papá… Todo se construye otra vez, lentamente, en el castillo y las vidas de todos los magos y brujas que vivieron aquella guerra. Y… No estuve completamente sola estos meses, tengo alguien que me ha cuidado y ha dado su vida aún después de morir.

El padre hizo un gesto emocionado, quería agradecerle, a quien fuera, quería entregarle todo lo que podía en agradecimiento.

—¿Dónde está, quién es, hija?

Hermione se puso de pie, estaba nerviosa.

Abrió la puerta con cuidado e invitó al mago a pasar.

Snape, erguido y soberbio como siempre, dio unos pasos al frente y luego hizo una venia intermedia para saludar.

—Señor y señora Granger, soy Severus Snape Prince, ex profesor de Hogwarts.

La madre empezó a sospechar qué pasaba, sin embargo el padre estaba perdido.

—Le debo mi vida, por la vida de mi hija —los labios del padre exponían tristeza, pero esa forma en que sus labios se doblaban hacia abajo con ganas de llorar.

Snape se puso nervioso aún más.

—No, no fui el único que la cuidó, fueron muchos en el castillo. Yo sólo cumplí mi trabajo y… —Miró a Hermione—, me he dedicado a cuidarla después, después de ese evento.

—Por eso le agradezco —insistió el padre emocionado. Lo tomó de la mano al pocionista y el otro entristeció.

—No espere —Severus se puso serio y vio a los ojos de la madre, después regresó al padre—, Hermione y yo, todos estos meses después de despertar de la clínica y recuperarnos por completo, hemos compartido sentimientos más personales por el otro —El rostro del padre se transformó, soltó al mago, porque no pensó que era eso, no pensó que le diría y menos por ver el rostro del brujo frente a él, se veía grande, no sólo de altura sino de edad y su hija no era precisamente tan mayor o grande o por lo menos para una relación tan pronta y seria como podría tener con ese tipo de negro y nariz larga— Por eso estoy aquí, yo, señores, soy pareja de su hija.

Hermione quería morirse, el hombre no era nada sutil.

—Lo que él dice es cierto. Papá, mamá —se puso delante de Snape como escudo aunque el pocionista no lo necesitará—, Severus y yo tenemos unos meses en esta relación seria que expone, él me ha acompañado todos los días que ha podido dentro del castillo y cuando he salido afuera también me ha cuidado.

La madre intervino porque el padre estaba en shock.

—Severus Snape Prince, es un honor, al fin lo conocemos en persona, mi hija nos ha hablado mucho de usted mientras crecía —Alzó una ceja por definitivamente era un ataque directo.

Hermione quiso morir en ese instante, porque todo lo que había hablado de ese brujo, antes, eran quejas y compararlo con una pesadilla.

—Lo siento, no soy ese hombre con ella, ahora. No soy un profesor de niños.

—¿Entonces qué hombre eres? —fue lo único que salió de la boca del padre, por dentro lo estaba maldiciendo

—Soy… —peleaba con él mismo, tragarse su orgullo era rendirse y no le agradaba eso —Soy quien ama a su hija con mi propia vida, ella es una mujer única, inteligente y antes no podía verlo. Uno no busca estas situaciones, señor Granger, uno sólo las vive cuando llegan… Y nos llegó a los dos, al mismo tiempo. Amo, a su hija.

La madre bajó la cabeza y aspiró todo el aire que pudo.

—Entonces me dará gusto conocerlo —le estiró la mano al mago y él la sujetó con delicadeza para apretarla en señal de acuerdo.

El padre hizo lo mismo y luego miró a Hermione esperando que ella diga y confirme.

—Nos amamos, aún también nos estamos conociendo, pero siento, que quiero quedarme con él, como él conmigo. Ahora vivimos no muy lejos de aquí, a las afueras de la ciudad, por si quieren ir a visitarnos, nos encantará reunirnos las veces que ustedes deseen.

—Hija, sabes que serán bienvenidos cuando quieran —La madre miró al mago y él, por primera vez en la vida sintió como si le lanzaran una bola de intimidación, no por la mirada de la progenitora sino por la situación.

Snape no iba a negar que se sentía feliz, la tensión estaba ahí pero no había sido tan difícil como se lo había imaginado.

—Señores, su hija me dijo que no les gusta los métodos mágicos, por eso aquí en este sobre, he colocado con detalle cada lugar que ambos frecuentamos, además del número de teléfono, dirección en Londres y Escocia y una copia de las llaves para llegar hasta ahí las veces que deseen.

A la señora Granger eso le pareció bueno, un gesto de confianza y seriedad.

Le sonrió espontáneamente, le sonrió y añadió:

—Gracias, profesor.

—No le digas profesor, mamá —Hermione quería reír.

—Puede decirme Severus, señora mamá de Hermione —fue serio y formal.

—¿Siempre es tan serio y formal, hija? —preguntó el padre también con una sonrisa en el rostro, una sutil y natural.

—Ya lo conocerás, papá, él es así, por eso me gusta tanto.

Snape quería huir, que la tierra se abra y lo trague con todo y levita, porque no pudo evitar que los colores le ataquen el rostro. Sí, se había sonrojado al escuchar que Hermione dijo que su forma seria de ser, le gustaba.

***
*

Una semana después de que ambos magos, Hermione y Snape, dejaron el castillo.

En la penumbra del bosque, en el centro más frío, profundo y espeso, dos criaturas, una erguida en dos piernas y otro en cuatro patas, se veían cara a cara.

El centauro a la defensiva, alerta, con temor, y la otra criatura, soberbia y astuta.

—¿Eres mago, criatura del bosque? —el centauro lo veía levemente hacia arriba, su raza era alta pero la criatura lo era mucho más. Su piel cambiante e inestable como un camaleón terminó por ponerse color blanco pálido, tanto que hacían un fuerte contraste con sus ojos azules marinos y brillantes.

—No, sin embargo la magia puedes utilizarla tú si deseas, así como yo ahora aunque no movido desde mi interior, es esto que tengo en las manos.

—¿Quién te dio el objeto? —el centauro estaba alerta, sabía que eso le pertenecía a los magos.

—Lo encontré, aquí en el bosque, tirado, y aunque no puedo leer tu mente, sé que piensas que se lo quité a alguien. He averiguado a quién le pertenece, es, una jovencita de cabellos rojos y lacios.

—Debe ser una estudiante del castillo, tienes que devolverlo.

—No lo haré, quien haya perdido esto en el bosque, que lo busque y lo encuentre aquí.

—¿Qué has hecho, qué planeas? ¿Por qué vienes a hablar conmigo y me preguntas de mi amigo pocionista, todos estos días? ¿Por qué no ha venido más?

—No hice nada, yo sólo he usado este objeto para probar que puedes unir a dos personas diferentes —levantó su gran mano delante del centauro y escondió algunos dedos dejando dos al frente, la otra criatura se puso alerta—, dos veces. Se pueden unir dos veces.

—¿Qué? ¿Cuáles veces? ¿Quiénes dos diferentes? —estaba confundido.

El alto personaje sonrió, malicioso.

—No tardarás en saber… Quiénes —su voz se escuchó más oscura y susurrante, guardando un misterio grande. Se giró para irse pero el centauro lo detuvo con la voz.

—Espera, dime quién eres.

La criatura desapareció delante de sus ojos y el centauro empezó a correr al castillo lo más rápido que podía.

Corría en contra del viento por un camino que se le había prohibido cruzar desde hace cien años atrás, era el camino directo a la puerta principal.

Estaba preocupado, debía avisar a la única persona con magia y de confianza.

Severus Snape

***

Un mes después de que se presentaran frente a los padres de Hermione, Snape regresó al castillo para recoger unas cosas y dejar arregladas otras.

Mientras estaba ahí recibió un llamado importante, urgente. Una visita que coincidió con la misma noche de su llegada. Por primera vez después de cien años, los pasos de un centauro pisaban el vestíbulo de Hogwarts.

Era su amigo, su amigo Quirón, príncipe centauro y cuidador de la tercera parte del bosque prohibido.

—Quirón, qué sorpresa ¿Qué te trae hasta aquí a desobedecer el acuerdo que hemos hecho con tu padre hace un siglo atrás?

—Si no fuera urgente, no vendría, es por esto —le mostró el objeto al mago y los aurores guardianes lo soltaron al ver que Snape había correspondido a su llamado.

Snape recibió el objeto en el aire con su magia, indicando a los autores con las manos, que lo dejaran, acercó el objeto con la punta de su varita, lentamente, en una vuelta completa hasta que este le deslumbró los ojos por su superficie dorado, por ese cristal que sostenía granitos finos de arena.

—¿Estaba en el bosque? ¿Viste a quién se le cayó? ¿Quién te lo dio, Quirón?

—Me lo dio una criatura del bosque, alto, más alto que tú. Describió a la persona que lo dejó caer, una jovencita, una estudiante.

En dos segundos la directora llegó por aviso de la perfecta de Gryffindor, Carmen Santos de la casa de Slytherin.

—Severus ¿Qué ha pasado? —se sentía asustada, le habían comentado que un centauro solitario había traspasado las barreras que no podía cruzar desde hace años.

El mago apretó la cadena con la mano y le mostró el artilugio  a la bruja dejando que este se estire a lo largo al máximo, este, en la contracción hizo un giro y ella abrió los ojos.

—¿Esto lo usaba Hermione Granger, cierto, Minerva?

—No, ya no, lo dejó de usar antes de sexto año, quien lo tenía en su poder era la alumna de la misma casa. La señorita… —Snape la interrumpió.

—¿Ginny Wesley? —preguntó empezando a respirar cada vez más rápido.

—La criatura la describió como una joven de cabellos lisos y rojizos —Dijo el centauro.

—Sí, la señorita Wesley lo ha tenido en su poder desde entonces, solicitó el objeto con razones estudiantiles y lo estuvo usando hasta antes de que ganáramos la guerra.

—Por favor, Minerva —Dijo con cuidado —¿Lo usaba antes de que Dumbledore muriera?

—Así es.

—Estoy seguro que no lo ha tenido ella —ataba cabos, algo le decía que el nerviosismo de la joven, la culpa, el cuidarlo mientras estaba internado, la obediencia repentina después de salir de la clínica. Todas esas veces que Hermione le hablaba de la pelirroja y su comportamiento extraño. Sí, algo le decía que ella lo sabía, sabía que se había equivocado en algo, que un objeto tan valioso en manos de alguien equivocado podría ser peligroso.

Snape miró al centauro, este también estaba preocupado.

—¿Qué más te dijo aquella criatura? —demandó con energía.

—Cuando le pregunté qué hizo con él objeto, me dijo que… —soltó con cuidado—… Había comprobado que, dos personas diferentes podían enamorarse dos veces. Sólo eso me dijo.

Snape sintió una corriente alzar todos los vellos de su cuerpo.

—¿Así que dos veces? —Snape dejó caer el objeto y salió apresurado del vestíbulo rumbo a la puerta.

Al llegar afuera pegó ambos brazos a cada lado de su torso y salió disparado por su magia en un torbellino negro.

*

Llegó de inmediato a la casa de los Wesley, apareció de forma intempestiva dentro del comedor e hizo saltar a un grupo de cinco pelirrojos.

—Pro pro… Profesor Severus, es un honor tenerlo aquí… —El señor Wesley había tirado su sopa sin querer.

—Artur, necesito hablar con tu hija.

—Ah… Sss… S… Sí, ella está arriba —señaló con su dedo mientras Molly veía al pocionista con rostro de preocupación.

Snape apareció nuevamente, sin avisar en el medio del lugar y encontró a la joven sentada al rededor de un grupo grande de revistas muggle, sobre su cama.

—¡Santo Merlín! —tocó su corazón— ¿Qué desea, señor?

Snape no respondió.

Con paciencia observó detenidamente cada objeto a su alrededor hasta fijarlo en esas portadas, números, del uno al diez, y recordó la voz de la estudiante, leyendo en voz alta mientras él estaba inconsciente.

Se inclinó, puso una rodilla en la alfombra y recogió una de esas ediciones abierta de par en par por la mitad, cerró la revista y leyó:

Beso Francés – Consejos para enamorar un amor imposible.

—Dos veces —susurró y dejó caer la revista acusando con la mirada a esa joven —¿Puedo apostar que ahí encontraré, un oso de peluche zombie, un grupo de tontos provoca celos, cartas de amor y… Qué más, Wesley?

—Ups —hizo gesto de temor, ante él —¿Ya lo sabe? —se puso de pie de inmediato —¿Estoy en problemas? ¿Qué es lo que sabe, profesor?

—¿Que perdió el giratiempos en el bosque, dejándolo a merced de quien querría burlarse de mí, mh? ¿O que estoy enamorado de Hermione Granger, nuevamente, gracias a sus revistas muggles?

—¡Ay no!

*
*
*
*

El amor no era así, si debía repetirse un millón de veces entonces no era confirmación de que eran el uno para el otro.

De verdad ellos eran el uno para el otro.

Snape después de asustar a la señorita Wesley, regresó con Hermione a una cena en su propia casa, una cena donde había un padre y una madre.

Tenía en su mano, una de las revistas que había tomado de la cama de Wesley, y aunque sabía que su novia podría o no entenderlo, debía de dárselo.

—¿Qué es esto, Severus?

—Una revista muggle, señorita.

A ella no le gustaban mucho las revistas pero si se lo daba él era porque tenía que ser importante.

Snape le hizo una seña a su novia para que suba con él a la habitación. Quería prender la luz y verla directo a los ojos.

—¿Qué sucede Severus? —ella sonreía   alegre, los ojos brillaban viendo directo a aquellos preciosos ojos negros del pocionista.

—Tú… —Snape titubeó— De verdad quieres estar conmigo, de verdad me quieres.

Hermione sonrió, era la primera vez que lo sentía inseguro.

—No te quiero, Severus —Acercó su mano al rostro del mago y este cerró los ojos con el contacto—. Yo te amo, te amo más que a mí vida y a Merlín.

Snape la abrazó ahí en la intimidad que ambos tenían desde hace un pequeño tiempo. Ya no era un sueño, no su imaginación, de verdad todo estaba pasando.

Snape, la empujó hasta el ropero negro, el que usaba él y la besó, la besó y besó como si fuera la primera vez.

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Fin

 

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