Beso Francés Capítulo XX No Le Diga A Nadie, Granger. 🔒⚗ 🧺🧪

 

-… Hermione, de verdad, creo que soy la culpable de que no dejes de ver la mesa de profesores… Es que yo… Cuando estabas inconsciente… -aún dudaba de contarle.

La estudiante de cabellos castaños volteó a verla fijamente a los ojos, sus manos sudaban y ya se había acabado las uñas de una mano.

-¿Qué es lo que dices? ¿De qué eres culpable? -su amiga ahora pasó la vista a su alforja de donde sacó lápiz y papel para escribir unas ideas que llegaban de pronto a la cabeza.

Granger no estuvo atenta a las primeras palabras de la pelirroja, sólo la última parte donde ella le confesaba que era culpable, no entendía nada, estaba perdida pensando en qué había querido decirle Snape en su última carta.

¿Quiso decir que le agrado o quiso burlarse de mí? Aquello no se iba de su cabeza, era difícil. En primera instancia ¿Por qué el mayor le escribía cartas? ¿Se cumplían sus sueños de algún modo?

Ginny por otro lado, tenía secretos que pensaban no eran tan importantes, uno de esos fue pasar tiempo tanto con el profesor Severus como con su compañera de Gryffindor mientras éstos volvían a la conciencia y empezaban a recuperarse. Ella, había estado experimentando con un grupo de revistas muggle que su padre estaba investigando para el ministerio de magia y el tratamiento de objetos muggle, leía aquella lectura para entretenerse y sobre todo cuando estaba aburrida, tan aburrida como aquella vez en la clínica.

Prefirió quedarse callada ante la idea, quizá equivocada, que su amiga estaba mirando al profesor Snape como si estuviera interesada de forma romántica, algo que no debía ser porque ella salía con su hermano. Bueno, esa era lo que ella creía.

Le había afectado la clínica, el tiempo que se pasó ahí. Estaba segura que quería iniciar sus investigaciones como medimaga, para ver si realmente era su vocación, meses atrás había atendido órdenes de la profesora Minerva y su madre, no sólo había ayudado por ser solidaria y cuidar de sus seres queridos, Ginny sentía que era algo importante relacionado con su futuro.

-Eh, yo me comí tus papas fritas… -soltó eso en una salida veloz para que la castaña se olvide de lo mencionado.

Hermione frunció el ceño, confundida.

-No tengo ni idea, Ginny ¿De qué me estás hablando? -su ceño fruncido acusó con la mirada fija en los ojos claros de su amiga, los cuales se empezaban a notar alterados, qué va, muy nerviosos.

La pelirroja tomó una de sus papas francesas, del plato de su amiga y se lo metió a la boca. Después de hacer un sonido de gusto tomó otras más, desesperada.

-uh ustus mu rufuro… Mh mu ricus ricus -tragó con dificultad-, me encantan las papas fritas.

Hermione negó, sorprendida.

-Siento envidia por ti, comes y comes y nada que subes de peso, Ginny, yo sufro para verme bien, incluso me acabo de arreglar los dientes hace un par de días con un hechizo y receta que de pronto recordé, ¡Santo Merlín! No recuerdo dónde había leído esa receta… -estaba sorprendida, se perdió unos instantes en sus recuerdos.

Ginny abrió los ojos, grande, como si su amiga acabara de descubrir un delito que ella había cometido.

-Ah… Yo… Creo que voy a, al baño -la jovencita de cabellos rojos se fue corriendo sin decir más.

-Eso es por comer con ansias, te vas a tumbar una tripa ¡Menos mano con las papas fritas! -gritó para que la escuche pero había sido en vano, el comedor estaba lleno de gente con hambre de fruta y de chisme.

Hermione apretó los labios y giró para mirar de nuevo al profesor y en ese instante vio algo que le pareció increíble. Él, sin dejar de verla, hizo un gesto con la mano, enérgico, para que fuera hasta donde estaba sentado.

Los músculos estomacales de la joven se estiraron en una sensación nerviosa, el hombre quería que se acerque.

Se señaló confundida con un dedo a modo de pregunta, pensando que el mayor no se dirigía a ella, que la cuestión era con otra alumna. Vio hacia la mesa de atrás, los Slytherin, e incluso vio más allá donde solia vigilar el señor Argus, sin embargo el pocionista le confirmó que ella, asintiendo con energía y su clásica ceja alzada.

La estudiante se puso de pie ordenando sus ropas y capa, con un peinado que le hacía ver ordenada, una trenza francesa bien apretada, y su uniforme como expuesto en el aparador de un sastre, correcto y elegante, en abuso de una plancha y almidón al vapor.

Estaba preocupada, no había cenado aún.

Caminó con cuidado hasta el principio de la mesa de Slytherin y se acercó al borde de la mesa de profesores, donde todos, al mismo tiempo, la quedaron viendo confundidos por unos segundos, que un alumno se acerque no era usual.

-… la he solicitado, profesora -fue lo único que alcanzó a escuchar la joven con esa gruesa voz soberbia de Snape.

El tono que usaba el mago, autoritario, muy marcado en pausa y entonación, le hacía sentir temor. Era claro que el mayor estaba discutiendo con la directora Minerva y quería callarla de algún modo, su llamarla, sospechaba era para molestar.

¡Madre mía, me usa de ejemplo!

-Qué bueno que está aquí, señorita Granger -la profesora intervino con cariño-. Es importante preguntar si aceptó mi invitación para formar parte del equipo de transformaciones y ser mi aprendiz.

Hermione miró al mayor, bueno, lo intentó porque él era realmente difícil de mirar, no por ser feo, sino porque sentía que podría morir en cualquier instante o sería absorbida por un agujero de gusano oscuro donde existía un mundo interesante y llamativo para ella y donde no podía dejar de verle hasta morir en una negra maldición, además de que al verlo podía también ver sus recuerdos, a ese hombre alto, calmo, caliente, entre sábanas blancas, completamente desnudo, tibio, con ganas de cazarla con sus caricias, labios pálidos en su cuello y besándola hasta hacerla leer jeroglíficos egipcios para traducirlos al español.

¡Santo Merlín, cálmate! Se dijo para intentar controlarse. Estaba delante de él y si quería podía meterse en su mente para ver todo lo que se le antojara.

Se apretó ambas manos, nerviosa.

-Profesora, yo, iré con el profesor Snape -vio el cambio brusco en el ánimo de la Directora-, es que… El profesor me informó primero, lo lamento, me interesa aprender del tema, el curso de pociones -se disculpó en las últimas palabras y luego bajó la cabeza.

No le quedaba de otra.

-Pero el año pasado estabas tan interesada en ayudarme -la bruja de Gryffindor no quería perder contra Snape.

-Si… Si… Pero, es que después de todo, los intereses cambian, por los hechos y la experiencia recientemente vivida, y además quiero aprender también DCAO -habló más despacio, tímida.

-Minerva, no le insistas, Granger vendrá conmigo y ya no hay más que hablar.

La bruja se puso de malas y también de pie, de golpe.

-No, ella es prefecta de Gryffindor y le corresponde ayudar a la jefa de casa.

-Dijo que no, directora ¿Quiere que empecemos a tirar de sus frágiles brazos hasta arrancárselos para obligarla a estar con uno de los dos? No me haga usar la fuerza, sabe que le ganaré.

-Uhhh -sin intención sonó de varias bocas en la mesa de profesores. Muchos se ganaron con todo el espectáculo de miradas y tensión entre esos dos, una guerra clásica entre serpientes y leones, desde tiempos pasados.

-No es necesario que tiremos de ella, está bien, que la señorita Granger trabaje contigo, Severus, pero, el prefecto de Slytherin trabajará conmigo.

-Escríbele, el joven es muy atento y educado -se burlaba de la mujer, los Slytherin eran astutos pero muy malos para hacer lo que les pedían.

-Usted, a mi despacho, ¡Ahora! -dijo lo último con energía, su brazo hizo un gesto exigente, el hombre no perdería el tiempo. La quería a ella unos minutos.

Hermione casi tuvo que correr atrás de él, porque la capa del hombre pareció azotar sobre la cabeza de dos profesores y se dio la media vuelta para irse del gran salón.

Tenía hambre, ahora pensaba en que le iría mal y además no probaría ni si quiera una ensalada de manzana.

Lo siguió hasta las mazmorras pasos atrás, intentando no hacer mucho ruido, una precaución de cuidado.

*

Al llegar frente al despacho de Snape, él la hizo pasar primero y luego cerró la puerta atrás de ellos, con magia.

-Al fin, Granger, la profesora McGonagall sí que es difícil de ganar -seseó más de la cuenta en las últimas palabras, enérgico -bien, ahora que tenemos privacidad por un instante, quisiera que me diga más de aquellos sueños suyos.

-Ah, es que no sé si decirle más -su voz tembló al mismo tiempo que sus piernas porque él mago se le acercó mucho.

-Prometo que no le diré a nadie y usted, no le diga a nadie, Granger ¿Me entendió?

-Perfectamente, señor.

-No me digas así -ella iba a decir pero él la miró intensamente y añadió -No, no me contradiga -la chica estaba apunto de protestar, ella siempre había llamado “señor” a sus profesores masculinos -voy a ir al grano, primero quiero que usted entienda que yo soy un adulto y usted una chica estudiante que también es un adulto, además mucho mejor desenvuelta en el ámbito intelectual y maduro que un manojo de gandules trabajando para el ministerio. Verá -se irguió delante de ella y con un gesto la hizo sentar en un sofá cercano-, He tenido los mismos sueños que usted, he tenido eventos tan fuertes mientras estaba inconsciente que pienso que ahora mismo que estoy delante de usted, estoy soñando y que todo lo ocurrido entre los dos en nuestro negro recuperar sobre las camas de esa clínica Muggle, es nuestro real pasado.

Hermione se quedó con la boca abierta.

-Señor, no sé qué decir.

-Por su puesto que sabe, usted quiere preguntarme si me siento atraído por usted, si presento sentimientos fuertes y profundos y si mi mente divaga en sueños futuros conviviendo como amantes en una relación amorosa, viva, hermosa, como jamás había vivido -la pasión con la que lo dijo dejó a la joven sin habla,más en las últimas palabras donde dejó que las sílabas salgan pasadas y cuidadosas.

-Es que yo lo veo ahora y no puedo creer lo que me dice -Se sentía fuertemente desorientada.

-Es lo que le digo, nos han jugado una broma pesada, pero eso es poco importante, lo importante ahora es que sepa que la amo.

Hermione sintió que una espada atravesó su corazón, por la mitad de su pecho, y sin ser suficiente se hundió más, hasta que tocó la cazoleta.

-Señor mío… -no cabía en sí mismo, por emoción y sobre todo confusión.

-No tiene que decir más, yo sé que usted siente lo mismo por mí. Ahora no quiero que piense que está sola en esto, guardemos al mismo tiempo, esto, con celo. Yo lo confieso, le digo porque tengo temor de despertar y no tenerla de nuevo.

Hermione se debilitó tanto que se sintió indispuesta y Snape la sujetó antes de que se resbale, la ayudó a volver a apoyarse bien sobre el sofá, él terminó con una rodilla en el suelo y la otra tocando el muslo de ella entre sus piernas mientras sus dos manos le sostenían la muñeca derecha.

-La amo con locura, pasión y magia.

El silencio en ambos mientras se miraban, se volvió un escándalo de confesiones dichas con el alma.

Snape se rompió y sus ojos lo reflejaban en esa cálida luz de antorchas encendidas.

Hermione se lanzó a sus brazos y se abrazaron ahí en el suelo, arrodillados, no podía decir nada, sólo llorar en sonido ahogado hacia dentro por el nudo que le oprimía la garganta.

-Te amo así, tengo los recuerdos en mi cabeza, intactos. Aunque no lo hayamos vivido, podemos vivirlo si tú quieres -sentía que se ahogaba, Hermione estaba tan conmocionada. Se había convencido que los sueños sólo eran sueños, temores vencidos, deseos alcanzados.

Snape cerró los ojos, la sujetaba rodeada con su brazo izquierdo por la espalda y su mano derecha sostenía su cabeza con sus dedos largos hundidos en sus rizos con olor a vainilla.

-Profesor y alumna ¿Cómo es posible? -dijo Snape en susurro, no para ella sino al aire -No le diga a nadie, Granger, mi hermosa Granger.

-Lo prometo.

Se quedaron así, sobre la alfombra oscura y con olor a pino, abrazados.

***

La semana que vino, el profesor Severus Snape tuvo a una excelente aprendiz de pociones que le ayudaba con las clases y el orden de los ingredientes en el aula.

Ambos se habían prometido hablar lo mínimo posible durante horas escolares y si se podía, salir a verse a escondidas fuera del castillo.

Hermione no podía evitar sonrojarse cuando él le enviaba una carta explicando el por qué de algunas cosas, por qué las recetas distintas en clase o por qué al tenerla junto a él, se sentía un mejor hombre.

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