Era claro que Snape estaba ansioso por convencer a la joven para que se acueste con él, su asunto era un tema personal de aprovechar el tiempo y lo que Merlín le había regalado cerca de su cumpleaños.
Le daba igual los sentimientos de la joven, quería tenerla todas las veces que pudiera pero ella había perdido ese apetito por él quizá porque se había equivocado siendo más franco de lo que debió ser.
—… Las serpientes de río no suelen ser venenosas —explicaba a la joven quien leía un libro que él pensó era suyo.
—Al regreso de las vacaciones de invierno, las clases de pociones serán más duras, tú lo has dicho.
—No, te dije que yo me convertiré en profesor de defensa no sé a quién pondrán en mi lugar.
—¿No se lo dijo el director?
—No me dice todo sólo se siente en libertad de ordenar —hizo un gesto con las manos. El mago estaba apresurado y ella le hablaba del director, eso era molesto pero se tenía que tratar el mal humor.
—¿Y por qué proteges a Harry? —la joven no quería quedarse callada porque eso aplazaría el deseo del hombre por jugar al doctor.
—Lo hago por honor y un tema personal muy aburrido para contar. Pero como le decía, Hermione , ahora que usted me invita un poco de su persona, voy a proteger ese regalo hasta que se pueda —Se arrimó más a ella —No olvides que me molesta que me sigas tratando de usted.
—Mh, ya veo, usted no quiere algo serio —ella ya lo sabía pero valía la pena arriesgarse a preguntar y seguir tratándolo con respeto.
De hecho lo trataba de esa forma porque quería hacerlo enojar y además porque sabía que no iba a pasar nada, no iba a tener una persona sutil a quién acudir aunque fuera sólo en una extraña amistad.
—¿Qué es eso serio? —el hombre quería estar seguro.
—Olvídelo, sé que miente, no soy estúpida, aquí sólo hay una situación provechosa además de que es útil.
—¿Yo le soy útil? —Snape empezaba a poner esa voz ronca y conquistadora, la joven se había puesto de pie y él ya le tocaba los hombros mientras ella le da la espalda explicando unos asuntos que no le interesaban.
—Sí, necesito su compañía y cuidado.
—Usted ha tenido eso de mí, era justo que pudiera cobrarme de algún modo.
Hermione sintió que era el colmo ¿Por qué el hombre se portaba desinteresado si antes no le había dejado salir de su casa como dos veces? Tan sólo por besarla, por acurrucarse con ella en la cama y dormirse del cansancio una hora después.
—Es un desgraciado pero prefiero que sea sincero a que me atrape con su hipnosis y movimientos en zig zag de serpiente.
—Sólo un poco más Gryffindor, diría yo, nada de lo que pueda preocuparse. Aunque ahora que lo pienso estoy siendo más Slytherin.
Hermione le vio los ojos, esos ojos negros y sus párpados, estos se veían cansados y estaban rojos como si estuviera drogado.
“Quizá lo torturó Voldemort” pensó ella. “No puedo dejarlo solo si está mal”
—Mejor calle, por favor, porque empiezo a arrepentirme de estar aquí.
Snape caminó por la habitación cerca de los estantes de libros, se acercó a la cama y posó su pálida mano en la superficie para invitarla a ir con él.
Empezó a desvestirse delante de la joven sin importarle que se veía muy forzado y le preguntó a la estudiante:
—¿Quieres casarte conmigo? —dijo lento y bajo, calculando cada palabra con astucia.
—¿No quiere una maldición, mejor?
—Pensé que era eso, que se estaba enamorando de mí tanto como para desearme como su esposo.
Hermione no le iba a mentir aunque él ganara y ella saliera perdiendo. Pero tenía que intentarlo porque la verdad era que aunque no estaba enamorada, sentía que Snape le atraía y no poco.
—Quedó claro en un principio que esto era un experimento y que al vivirlo muchas cosas fueron más intensas de lo que esperábamos pero no, le dije que no lo haré, no me voy a enamorar de usted porque me ha pedido que no lo haga —suspiró y susurró —Sería una completa imprudencia enamorarse de un muerto o un profesor sin sentimientos, astuto sólo para conseguir saciar su sed de mortífago. Además soy demasiado lista para enamorarme de usted.
—Si soy mortífago no me gusta que me lo griten en la cara —el mayor soltó rápido y se enderezó en una postura erguida ante la palabra que le desagradaba.
—No grité, así hablo yo.
Snape no se quedó quieto, se acercó a besarle el cuello.
—Y ella quien se resistía dejó caer el libro que sostenía sus manos sobre sus piernas, aguantando no rendirse tan fácilmente.
Snape intentó entrar en su mente porque quería ver lo que estaba en esa joven cabeza sin embargo no logró más que una lectura ligera y aburrida de unas pautas para elaborar antídoto en contra de una mordedura venenosa.
—Era verdad, Hermione Granger es oclumante, casi lo olvido.
—No lo soy por completo, aún trabajo en eso sin embargo puedo esconder bien mis pensamientos y mostrarle lo que yo quiera si se atreve a leerme. Casi lo manejo por completo ¿No recuerda la carta que le envié?
—Sí.
Hermione suspiró sabía lo que él hombre quería así que cerró su empatia y sacó su razonamiento a flote.
—¿Usted nunca va a presentar sentimientos por mí, verdad? Me refiero a sentimientos reales —tenía que presionar en eso, no podía quedarse callada.
—Lo lamento pero no soy capaz de eso, estoy muerto usted lo ha dicho, lo que vez es lo que hay, puedo fingir mejor si deseas.
La joven se arrodilló en la cama y dejó el libro que reposaba en sus muslos a un lado de ellos.
-Está bien, este será el último tiempo que estemos juntos.
Snape asintió y ella se levantó el suéter por encima de la cabeza para empezar a desvestirse delante de él.
La veía directo a los ojos y a ese encender como un estado diferente cuando quería acostarse con él, era como dejar correr el gas y luego pones el fósforo cerca de la hornilla.
*
Los minutos eran lento en esa habitación, el hombre estaba en el filo de la cama, le tomaba la cintura, la abrazaba y apretaba, tenía el cuerpo de ella sentado sobre su pelvis frente a él, le recibía el peso de esas maravillosas caderas, esa suave piel húmeda estirándose condenadamente como pieza exacta para él, la intimidad lo desorientaba, lo que sucedía era como meterse en problemas, era prohibido, era una situación que se graba aunque no quieras, en recuerdos escondidos y que cuando estás solo y cierras los ojos, esto te hace sentir bien.
Esa estudiante lo hacía sentir bien cuando no estaban juntos. “¿Qué significaba esto?” la pregunta circulaba en su pocionista mente.
Estaba loco por el movimiento de su cuerpo sobre él, era una poción perfecta en transcurso, una maravilla delicada y precisa actividad, su sudor, su energía juvenil, el vaivén sutil de sus caderas lisas, contorneadas y esbeltas, sus glúteos, los glúteos eran lo que más quería apretar para subirla y bajarla sobre su miembro caliente como una bolsa con agua hervida dentro, esas que te abrigan en el invierno.
Su conversación eran sonidos, sonidos agitados, agudos y graves, mezclados y sin compromiso, eso le agradaba al mago, no tener que dar cuentas después ni a ella ni a nadie.
¿Y qué si se estaba desviando? ¿Qué si ella le gustaba más, si le hacía pensar en un futuro lejano?
No se detuvo a la distracción sino a la sensación de su pelvis, las pieles, las humedades de ambos mezclándose junto a ese sonido profundo e hiriente de la conexión constante, su arma y ese espacio exacto chocando con apremio.
Era hermoso verla frente a él, sentirla, tocarla, unirse una y otra vez con frenesí como en cámara lenta y como si fueran desde hace tiempo, del otro. Esos cabellos que eran castaños le gustaban en ese instante, su boca parecía estar sucia con rastros de fresas frescas, mermelada roja y su pecho era una aventura que no quería acabar rápido. Disfrutaba, de verdad la disfrutaba.
Lo hicieron no sólo una vez sino tres o cuatro y todo lo que la magia les dejó recuperar fuerzas en unos días, y al final, en el día final, se vieron desnudos debajo de las sábanas, mojados de sudor por culpa de la calefacción mágica, oliendo al otro, una mezcla de café negro con frutos rojos y lavanda silvestre.
Rendidos, ella boca arriba sólo veía el techo y él buscaba la forma de decirle que se arrepentía, que no quería que dejaran de verse porque necesitaba más de ella.
¿Más sexo con ella? Así le dijo el hombre la última vez.
—Cuando encuentres a un hombre para amar, meterlo en una cabaña a cuidar pequeños niños, lo habrás atrapado con el movimiento de tus caderas y toda esa energía que queda corta si lo comparamos con la pasión que usas al responder una pregunta de DCao en una de mis clases.
—¿He aprendido bien? —dijo la joven fría y desinteresada a mantener una conversación.
—Tengo que admitir por primera vez que eres muy buena en algo, y la cama debe ser eso que dominas con los ojos cerrados.
Hermione se dio la vuelta y se acomodó de espaldas a él para dormirse y así levantarse al día siguiente muy temprano, irse y no saber más de un jefe de Slytherin.
Snape se quedó en silencio igual que ella, imaginó que en vez de un halago la joven había creído que era todo lo contrario y es que las mujeres quizá tenían que ser más complicadas de lo que imaginaba.
***
El fin de semana vino rápido y la joven volvería a Hogwarts, para ella los días con Snape no fueron como se los pensaba, él no quería nada más que convencerla de darse cariño íntimo, algo que le incomodó, se le hizo odioso, se le hizo insoportable traerlo en la mente todo el día.
No quería tener eso, esa culpa en el pecho de que le habían visto la cara y nada había valido el esfuerzo por acercarse y preocuparse por él, seguía siendo el mismo hombre distante, frío, arrogante y malhumorado cuando no estaban conectados desde los genitales.
—Hermione ¿Qué te sucede?
—Tengo mucho dolor de cabeza y náuseas.
—¿Qué has comido?
—No, no tiene nada que ver con mi cuerpo sino con mi mente, los recuerdos… No me la pasé bien en las vacaciones de invierno y cuando veo lo sucedido siento mucho arrepentimiento de no haber evitado que mis emociones me manejen.
—¿Evitado qué, amiga? ¿Borrarle la memoria a tus padres?
La joven suspiró y un llanto la invadió, uno silencioso que comenzó con un nudo enorme en la garganta.
—Sí, es por mis padres, creo que no debí borrarles la memoria pero no hay vuelta atrás —Se secó las lágrimas antes de que caigan por cada mejilla —creo que necesito que me hagan lo mismo a mí, quiero borrar algunos recuerdos.
—¿De qué hablas, por qué dices eso?
—Porque quiero olvidar las vacaciones de invierno y olvidar que la extraño, extraño a mi madre. Ginny, es terrible, lo que hice es…
Una figura antipática caminó cerca de ellas con mal humor y un azotar de una larga capa negra, si bien, esta persona no escuchó lo que ella dijo, la vio llorar desconsolada eso le hizo sintir cólera porque no le caía bien.
¿Por qué no le caía bien verla llorar?
Se había acostado con ella por última vez días anteriores y quedaron de hacer como si no hubiera pasado nada.
Bueno, él le pidió eso a la joven y ella sólo asintió antes de irse.
—¿Qué es terrible, Hermione Jean?
—Lo que hice, lo que hice no debí, Ginny estoy muy arrepentida… —no logró articular bien esas últimas palabras, sólo abrazó a la peliroja y lloró sobre su hombro.
***
Ese mismo día en la noche sus ojos eran dos terribles globos hinchados, era el segundo día en Hogwarts, y las cosas iban relativamente bien si no fuera porque recibió dos cartas con la misma caligrafía del patriarca Malfoy.
Está bien, lo admito, quería abusar de usted, quería tenerla frágil y expuesta, convencerla de que nos viéramos en un lugar terrible y asqueroso.
Sí, sé que fue un insulto pero si me deja tan sólo ir con usted y conversar sabrá que no soy un hombre soberbio y banal, le llevaré un obsequio que quizá no signifique nada cuando repose en sus manos pero después significará, al menos en el recuerdo.
Señorita Granger, quiero darle un buen recuerdo de mí y ya no quiero, no quiero pedir cosas absurdas ni nada que pueda ofenderle.
Firma: Lucius Malfoy
La joven se pensó al menos un buen tiempo para responderle, esa carta la había recibido mientras el tren la llevaba a Hogwarts.
No sabía que hacer pero la curiosidad la mataba.
¿Qué tal si le permitía al hombre acercarse? ¿Qué tal si planeaba verlo pero con supervisión?
Sí, tenía como plan contárselo a Ginny al día siguiente y hacer que ella la cubra, citaría al hombre dentro de las inmediaciones de Hogwarts, exactamente debajo del puente 🌉 hacia la salida posterior principal que limitaba con el bosque prohibido.
Que alguien más esté con ella le dejaba ventaja sobre él.
Y así lo hizo, pero Ginny no se quedó callada, llevó a dos compañeras más y entre esas estaba su cercana Parvati Patil.
Se planeó todo al milímetro, la hora, dónde estaría parada, la distancia que le dejaría al mago para no tenerlo tan cerca, las primeras palabras que le diría.
Así como las horas vuelan más rápido que los colibríes, ella se encontraba en la noche, con un frío de la patada, al final del puente sujetaba su varita con todas sus fuerzas y sus compañeras estaban detrás de unos árboles, los primeros que hacían como puerta al bosque prohibido. Estaban bastante lejos sus amigas pero no tanto como para no reaccionar rápido y atacar al hombre.
Unos minutos más y una masa enorme cayó sobre la tierra formando así el cuerpo de un mortífago.
Había quedado con él abajo del puente pero era peligroso así que se quedó al final de este.
—¿Tenía que presumir que es mi enemigo?
—No soy su enemigo, señorita.
El hombre no entendió lo que quiso decir la pequeña.
—Pues me parece que sí, señor Malfoy.
—Dime Lucius.
El hombre dio pasos a ella, estaba como a quince metros lejos del puente.
—Antes de que se acerque, entrégueme su varita y quítese el saco.
—No creo que sea necesario desvestirme.
—No pero usted solo ha querido ponerse en esta situación donde va a hacer lo que le pida y con eso una pequeña tortura —levantó la varita y le apuntó al cuerpo, a esa ropa elegante y color azul oscuro —Vamos, debe apurarse, deme la varita y el saco.
El mayor subió las manos y con ellas su varita en uno de sus dedos, lanzó esta a los pies de la joven y se dispuso a quitarse el abrigo y el saco.
La joven, cuando él tuvo su ropa en sus manos se lo quitó con magia e hizo flotar los objetos a ella.
—Ahora la camisa, señor.
—Hace mucho frío, no lo haré.
La joven caminó hacia él y sus ojos lo miraron fijo y amenazante.
—¡Ahora! La camisa y los pantalones.
—No, esto es demasiado, no le daré mis pantalones, no dejaré que me vea en ropa interior, eso es denigrante tanto para mí como para usted.
—Está bien pero deme el chaleco y la camisa y le lanzaré un hechizo de calor en el pecho.
Malfoy asintió.
Se quitó el chaleco y la camisa, lanzó las prendas al aire y la joven los hizo flotar junto al resto de prendas.
Hermione vio atenta que no tuviera escondido nada que pudiera hacerle daño, algo que tenga el mayor dentro de sus bolsillos.
—No piense mal, lo que tengo aquí es lo que le traje, deje que me acerque y se lo daré en sus propias manos.
Hermione negó y dijo:
—No, no le dejaré que se acerque.
—Está bien, quiero que confíes en mí… Por favor, lanza el hechizo de calor.
Cuando la magia tocó el cuerpo del hombre, este desabrochó sus pantalones y se los quitó.
Hermione no perdió de vista el acto, la forma en que él se quitó la ropa.
Mientras tanto a muchos metros de distancia unas tres jovencitas opinaban del patriarca de los Malfoy.
—Ey, no está nada mal.
—Calla, Parvati, no pierdas la concentración, Hermione puede estar en peligro.
—El que está en peligro ahora mismo es él porque aunque no quiera pescará una pulmonía, se morirá y será culpa de Hermione y encima nosotras seremos cómplices —Dijo la otra amiga Gryffindor.
—No, Hermione debe tenerlo todo controlado.
La estudiante de cabellos castaños se quedó unos segundos viendo la piel del hombre cuando le ordenó darse una vuelta lenta y entera para revisar cada espacio donde podía haber otra varita o quizá alguna arma, y no, no vio nada ni en los resortes de las calcetas ni dentro de la ropa interior, al menos por la parte de atrás porque por delante sí que se veía.
Lucius se tapaba la delantera, sus manos estaban colocadas sobre sus genitales.
—Quería abusar de mí hace unos días y ahora se porta muy pudoroso.
—La razón es porque de verdad me gusta.
—Usted está casado.
—Sí, un matrimonio perdido pero puedo arreglarlo si me aceptas pretenderte.
—Eso no pasará nunca. Y… Si desea puede levantar eso del suelo y entregármelo.
Ella se refería a un paquete con papel beige, era algo envuelto, no tan grande ni tan pequeño, media aproximadamente unos diez por diez centímetros.
—Tómalo, yo no tengo mi varita.
Hermione se acercó sin dejar de apuntar al hombre y este vio mejor sus labios y cabello, ese carácter fuerte que exponía la niña.
Tomó el paquete con sus frágiles dedos delante de los ojos claros como el cielo en el rostro del mayor, y lo abrió.
Se sorprendió de ver lo que estaba ahí en sus manos, eran simples flores mal cortadas, una rosa, una roja y una amarilla.
—Son flores viejas ¿Cómo se supone que esto sea algo impresionante? —Le reclamó confundida.
—Son flores que aún no se han marchitado pero están amarradas una con la otra desde que nací, mi madre las cuidó hasta que tuve dieciséis y ahora yo las he cuidado, han pasado muchos muchos años. Quisiera dártelas para que las cuides.
—¿Y si no las cuido bien y se mueren?
—Yo no moriré si eso es lo que te interesa, sólo valen sus vidas, son la prueba de que puedo tener cuidado con seres que son delicados. Tú eres más hermosa y más frágil, y si he podido mantenerlas vivas por casi veinte años, significa que algo mejor podrías hacer conmigo si me dejas.
—No me importa tu dinero, dijo ella, había entrado en más confianza.
—Me refiero a mi persona, podrías esperar mejores cosas de mí si me permitieras acercarme.
—Eres un asqueroso mortífago ¿Qué podría salir bien contigo?
El hombre se indignó pero se contuvo.
—Por lo menos deja que sea tu amigo, tú no me des nada si no quieres pero si te prometo algo juro que lo cumpliré —desvió la mirada molesto pero no con ella sino con él mismo porque la joven tenía razón. Él era un mortífago y tenía muchas razones equivocadas pero la principal era que no le quedaba de otra que serlo, por lo menos hasta que Voldemort muera —por favor deme mi varita y mi ropa —pidió el mayor con ganas de irse, de repente se sentía avergonzado.
Hermione asintió y caminó hasta él.
Lo que le había dado el hombre sí la había impresionado pero no podía confiar.
Estuvo tan cerca que posó la ropa y la varita que estaba sobre esta en las manos del mago y después se dio la vuelta para regresar por donde vino.
—Espera —Le dijo el mago con la ropa ya puesta y es que su magia lo vistió en dos segundos.
Hermione giró y lo miró, sin estar en guardia.
—¿Qué sucede?
—¿Será mi amiga, señorita Granger? Porque si acepta habrá un cambio significativo en la historia de Voldemort, sobre todo entre nosotros.
—Sí, como diga, señor, seamos amigos aunque no nos veamos seguido o mejor dicho, nunca.
Lucius sonrió, ella tenía razón.
—Y aunque no la viera después otra vez, sus palabras valdrán más que mil acciones para mí.
¿Qué demonios quería ese hombre de la estudiante?
Hermione iba a darse la vuelta e irse pero retrocedió y caminó hasta él. Le puso la mano en la solapa y lo jaló para darle un beso que él no pensó dos veces en corresponder.
Sí, lo hizo, lo estaba haciendo, besaba al papá de Draco.
Sacó toda su rabia en esos labios rosas pálido del mayor, lo besó, lo besó con pasión e intensa locura de la misma manera que Snape le había enseñado.
Y cuando lo soltó, desapareció delante de él.
—Ahh —fue lo único que pudo decir el hombre de cabellos lisos y largos.
Claro que le gustó, no sólo eso, le fascinó.
La joven sería su amiga y si él insistía con las cartas podía quizá conseguir algo más, como su corazón.
Pero ¿Estaría realmente atraído por ella?
Sí, el hombre era débil, tan débil como esas flores que la joven no dudó en guardar en su bolsillo para llevarlas a su habitación y meterlas en su baúl.
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